A los 80, el reconocido actor cubano se declara esperanzado en seguir su carrera, enamorado de una actriz que se casó con él hace 59 años. Ambos sucesos tuvieron su aniversario el pasado lunes
Salvador Wood Fonseca se siente muy contento de cumplir sus primeras ocho décadas junto a su «Yolanda Pujols González, actriz y novia mía desde que nos casamos hace casi 60 años».
Ellos son esposos y novios, porque siguen queriéndose como el primer día, a sabiendas de que, aunque el amor va modificándose con el tiempo, desde «el gran incendio hasta el simple resplandor», como asegura una canción antigua, el de ellos sigue llamándose —con menos llamas, pero con el calor de un imborrable cariño— amor.
Salvador Wood, artista famoso por su calidad profesional, es dueño de una de las conversaciones más jocosas que conocemos, aunque no es el cómico típico.
Por eso, a la pregunta de si le ha dicho alguna mentirilla piadosa a su esposa Yolanda, se ríe y contesta: «Bueno, no me atrevo a jurarlo, pero delante de ella estoy obligado a decirte que no».
Salvador nació el 24 de noviembre de 1928, en Santiago de Cuba, donde mismo nació su compañera de la vida, Yolanda. Sus padres eran santiagueros. «Por la estirpe paterna de los Wood, el único que tuvo el coraje de ser actor de teatro, de radio, de televisión y de cine he sido yo».
Vino a La Habana en 1946, en busca de un espacio que tuviera una mayor resonancia nacional, aunque convencido de que «el municipio es el universo, pero a veces es bueno salir del municipio».
Cuando decide partir rumbo a La Habana en busca de otros aires en el oeste, ya era actor de teatro y de radio en Santiago de Cuba, como su propia novia, Yolanda.
«En realidad vino para la capital porque en Santiago entonces eran más limitadas las posibilidades de desarrollo».
La pareja arribó a La Habana luego de la experiencia teatral y radial santiaguera.
«Sí, me costó mucho trabajo enamorarla. ¡Muchas mujeres no son fáciles! Y ella estaba entre las difíciles. No, los versos nacieron después, la enamoré en prosa, pero muy limitadamente, porque he sido y soy siempre muy tímido, aunque de vez en cuando me he defendido y sigo defendiéndome, claro, no en lances amorosos, sino en la vida y en el quehacer profesional.
«¿Cómo nos enamoramos? No podía resistir estar a su lado, cuando sus ojos me alumbraban hasta el alma y a través de su mirada yo veía la suya. Por eso me fugué con un grupo de teatro de Santiago hacia Santa Clara. Pasé un frío tremendo en el Parque Leoncio Vidal, a ver si podía olvidarla, pero no, ¡qué manera de recordar esos ojazos santiagueros!
«Al regresar, luego de la odisea de rescatar a dos compañeros artistas de Santiago que no tenían dinero para volver a su provincia, me espera “la leona allá, de nuevo”».
Olvida Salvador y lo recuerda Yolanda, que le había dejado a ella una carta tratando de explicarle que la empezaba a querer un poco. Eso le sirvió a Yolanda para saber que no estaba enamorado de una coterránea también actriz, sino de ella misma. Los compañeros de Salvador en la Cadena Oriental de Radio le festejaron su cumpleaños en la casa de él. Salvador invitó a Yolanda y aquello en verdad fue una especie de emboscada amorosa, pues le había dicho que fuera para presentarle a su madre.
«Yo cumplía 20 años, el 24 de noviembre de 1948. Era devoto de la Virgen de la Caridad del Cobre. Fui al Cobre y le pedí a la Virgen que si no llovía ese día, estaría sin bailar hasta las doce de la noche, como compensación por el favor que le pedía. Y parece que la Virgen me dijo: “Bueno, está bien, podemos entrar en ese arreglo. Y no llovió.
«Los demás estaban bailando y yo tranquilo, respetando el acuerdo entre la Virgen y yo. Y al llegar esa hora, invité a bailar a Yolanda. Era un bolero. Los boleros lo arriman a uno. Y así terminamos de novios, hasta ahora, luego de 59 años de casados».
Salvador Wood se lamenta de no haber aprendido música y de no tocar ningún instrumento, «porque ese arte, llamado por Martí, “la más bella forma de lo bello” y “el hombre escapado de sí mismo”, ayuda mucho a los actores de cualquier género».
El diálogo con este talentoso actor tiene lugar bajo la uva gomosa que crece frente a la biblioteca de Alamar, dirigida por Dineya Vázquez.
«Cuando me preguntaron dónde quería celebrar las ocho décadas de sangre cubana latiendo en mi corazón, encaprichado en no morirme antes de tiempo, no vacilé un segundo en mi respuesta: en la biblioteca Tina Modotti, en Alamar, en la Peña de Luis y Péglez».
Nace un autor«¿Mis iniciales retos como actor? Primero fue en radio, en 1943, en un programa especial sobre el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, el 27 de noviembre. Hice el papel de uno de los estudiantes fusilados.
«Después vino el teatro. Mi primer reto en él fue con 17 años, en 1945, organizado por el Cuadro de Comedia y Arte Dramático creado en Santiago de Cuba por el actor matancero José María Béjar. Fue en la obra Don Juan Tenorio, de Zorrilla. Béjar hacía el Tenorio y yo su contrafigura, Don Luis Mejías; obra en verso, un clásico del teatro romántico español. Lo más simpático es que aún hoy me sé de memoria la larga relación que le hace Don Luis Mejías a Don Juan Tenorio en la Hostería El Laurel.
«Le siguió, en 1952, mi primer reto en la televisión, en un programa de Paco Alfonso, en el Canal 2, dirigido por Jesús Cabrera, donde hice por primera vez un personaje campesino. Después de eso he hecho 18 campesinos distintos.
«Más tarde, en 1960, debuté en el cine, en un documental bajo el título de Chinchín, donde hice el papel de otro campesino. El director fue Humberto Arenal y el fotógrafo, el canadiense Harry Tanner; se filmó en Jovellanos, Matanzas».
Pero donde nuestro ilustre entrevistado fue más feliz como actor, y sintió un mayor impacto emocional, fue en la película El Brigadista, en 1976, porque allí debutó su hijo Patricio Wood, juntos los dos «en el mejor ejemplo de fraternidad que existe, padre e hijo.
«Como actor también me marcó sobremanera el haber hecho el papel de José Martí en un programa que dirigía Pedro Álvarez, en 1968, a propósito del centenario del estallido de la Guerra de 1868, en el que mi esposa-novia encarnó la figura de Carmen Zayas Bazán. ¿Te imaginas eso?».
El formidable actor que nos habla confiesa, sonriente, ser un profesional empírico, sin escuela, y que aprendió observando y preguntando a los actores académicos.
«Aprendí mucho de Juan Carlos Romero, uno de los directores más queridos; de Alejandro Lugo y de otros que harían penosa la lista por un olvido involuntario. Y como no tenía academia, me veía ante una enorme desventaja. Por eso tuve que estudiar yo solo, leer mucho, y vine a beber en las técnicas de Stanislavski después de 1959. Pero me he mantenido actuando sin parar, y en 2006 participé en otra película, Listos para la Isla.
«¿De Yolanda? Aprendí lo que mis amigos y admiradores dicen que soy como actor y como ser humano, lo que el público de teatro, televidente y radioyente, dice que sé hacer. Pero no olviden nunca lo que aquí en esta peña de mi cumpleaños 80 dijo la compañera Yusumí González, jefa de programación de la radio: que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer.
«Y digo más: a mis 80 años, me declaro esperanzado en seguir actuando, enamorado de una actriz que tuvo el valor de casarse conmigo hace 59 y ambos sucesos se consumaron este lunes, es decir, un 24 de noviembre, el primero, mi nacimiento, en 1928, y el segundo, mi boda en 1949. Por eso declaro públicamente que tengo un apellido de madera (wood, en inglés significa ‘madera’), pero una voluntad de hierro».
Actor y poeta
Entre todas sus condecoraciones, diplomas, distinciones y medallas, Salvador se queda con la admiración de su pueblo y el cariño de Yolanda, de sus dos hijos y de sus cuatro nietos. Y nosotros decimos que también vale mucho en él su don de poeta, poco conocido. He aquí una pequeña muestra de su talento, en una décima a Yolanda, cuando cumplieron nueve años de casados:
«Nueve brillantes luceros/ te están besando la frente,/ y en tus labios un ardiente/ llamear de besos primeros./ En tus ojos carceleros/ he visto un sueño de armiño/ arrugándote el corpiño/ para contigo jugar./ Mejor será confesar:/ ¡Estoy soñándote un niño!/».
Y he aquí una de varias espinelas que escribió antes de 1959, desde su exilio revolucionario en Venezuela, a Cojímar, donde reside hace 54 años: «Algún día he de volver/ a mirarme en el cristal/ de tu azul rada de sal/ con mi niña y mi mujer./ Será volver a nacer/ el alba de mi regreso/ y en el castillo do preso/ tu pueblo estuvo humillado,/ sobre sus piedras, callado,/ a la Patria daré un beso».