La desolación de Guayabal obedece a la embestida del mar. Este caserón soportó la furia del ciclón del 32, y ahora la de Paloma. Guayabal, Las Tunas.— Los huracanes con currículos diabólicos y las olas con instintos homicidas distan mucho de constituir referencias inéditas para los habitantes de este puerto del litoral sur tunero.
Allí tienen registrado más de un encontronazo con los emisarios de los dioses griegos Eolo y Poseidón, responsables de casi todas las «heridas» que marcan la piel del humilde asentamiento en su ya centenaria existencia.
Los pormenores los ofrece el investigador local, Manuel Domínguez, mientras un grupo de periodistas rodamos en un microbús hacia la franja costera castigada por el huracán Paloma. A través de los cristales se nos encima el drama: el río Sevilla, escapado de su cauce, y el extraño matiz del terreno, debido a la irrupción del mar. La historia merodea mi recuerdo como una aparecida de último minuto.
Hasta donde se conoce, los nexos de Guayabal con los ciclones datan del siglo XIX, cuando una enorme tormenta lo zarandeó a su antojo. Más de medio siglo después, en octubre de 1950, un meteoro orientó su brújula hacia predios camagüeyanos e incluyó al pequeño poblado en su tempestuoso itinerario. En 1963 el tristemente célebre Flora lo caló hasta los huesos. Ike lo lanzó contra las cuerdas. Y ahora Paloma lo puso al borde del nocao. Pero fue en 1932...
«La gente piensa que el ciclón de 1932 destruyó exclusivamente a Santa Cruz del Sur, y eso no es así —asegura Oscar Menéndez, con 68 almanaques a cuestas—. Es cierto, allá fueron millares las víctimas cuando el mar entró. Pero en Guayabal también acabó “con la quinta y con los mangos”. Era de esperar, pues a ambos pueblos solo los separan 35 kilómetros. Allí, en el estero del Bolcó, se ahogaron 35 pescadores. Y, como mismo ocurrió en Santa Cruz, las aguas no dejaron en pie una sola casa».
Camino por la calle principal, tan próxima a la orilla que las olas casi la conquistan. Hay arena por todas partes. Y aun amputaciones vegetales de Ike. Mis zapatos se hunden en una mezcla viscosa de sargazos moribundos y líquenes. El mar —dicen algunos— penetró casi un kilómetro pueblo adentro. Se llevó cuanto encontró por delante. Aquello debe de haber sido un infierno la noche del 8 de noviembre pasado.
Y de la resaca del «infierno» salió ilesa milagrosamente —como en el ciclón de 1932— una casa. Un local de madera, construido en 1927 y propiedad de la familia Faxa. A todas luces, se trata de un inmueble bien construido, con sólidas vigas y montado sobre pilotes. Y ahora asómbrese con lo que dice al respecto el sitio en Internet de Radio Santa Cruz: «Llama la atención que de los dos pueblos arrasados por el ciclón de 1932, Santa Cruz del Sur y Guayabal, las únicas casas que quedaron en pie fueron construidas por el mismo carpintero».
Su actual inquilino es Juan Enrique Díaz y comenta a JR: «Aquí vivieron los abuelos y los padres de mi esposa. No sé qué tiene esta vivienda para resistir tanto. Tal vez sean los pilotes. La gente dice que está embrujada. Pero yo no creo en esas cosas. Cuando Ike, solo sufrió un poco la parte de atrás, y fue porque le cayó encima una mata de anoncillo. Ahora Paloma le dañó un poco el portal y algunas tejas. Imagínese, el mar entró y salió como quiso. Mire qué cantidad de casas hay en el suelo. Son como cien. Las olas tienen que haber alcanzado más de tres metros de altura».
En efecto, la desolación de Guayabal obedece no tanto a la potencia del viento como a la embestida del mar. Los expertos llaman a eso «marea de tormenta».
La página digital de Cubasolar la define como «el efecto más destructivo asociado a los huracanes, causante como promedio del 90 por ciento de las pérdidas materiales y de nueve de cada diez víctimas». Y se describe como «la elevación anormal y temporal del nivel de la superficie del mar debido al movimiento de un huracán sobre la plataforma continental o insular».
Añade el sitio que las mayores elevaciones conocidas debido a ese fenómeno ocurrieron en la India y Bangladesh, con 12 metros sobre el nivel medio del mar. Fue también impresionante la de 1900, que inundó la isla de Galveston y dejó más de 6 000 muertos. Y otra: la asociada con el huracán Camille (1969) con 7,4 metros, en Pass Christian, en el estado norteamericano de Mississippi.
En Cuba el récord lo ostentan los 6,5 metros originados por el ciclón de 1932, considerado el peor desastre natural de nuestra historia, el cual descargó un tremendo impacto en este pueblo.
Daños en Guayabal¡Hasta el pequeño camposanto del asentamiento —también mirando a los ojos al Golfo de Guacanayabo— tuvo que tolerar la profanación de varios de sus panteones!
La arremetida fue de tal naturaleza que levantó la pavimentación en varios tramos de la calle principal que corre paralela al mar. Por allí ahora no pueden circular los vehículos. En el litoral, el viento arrancó de raíz robustos árboles que habían desafiado con fortuna el asalto demoledor de Ike.
La terminal de azúcar a granel, primera de su tipo fundada en el país, tiene daños en su cubierta, igual que algunas tiendas y establecimientos gastronómicos, entre estos una cafetería desde cuya placa volaron varias estructuras de hierro hasta enredarse entre las ramas de los poquísimos árboles que quedaron en pie. El campismo popular salió también del trance con bastante deterioro, igual que las instalaciones del centro de estimulación del MINAZ.
En el cine del poblado, Paloma intentó exhibir una película de horror contra la voluntad y el gusto estético de sus habitantes. Sus ráfagas le arrebataron violentamente parte de la cubierta y le afectaron un segmento de carpintería. Había sido sometido a una reparación que costó una fuerte suma en moneda libremente convertible.
Con las viviendas tuvo Paloma un ensañamiento casi absoluto. Prácticamente todas las enclavadas frente a la costa se desplomaron ante el embate de las olas y el viento. Cifras preliminares hablan de 110 derrumbes totales y 127 parciales. Dos de esos inmuebles abatidos me impactaron: el de la familia del cantante de Son 14, Eduardo Tiburón Morales; y la de aquella anciana romántica, Esther González, a la que la cólera de Ike perdonó y solo le estropeó las fotografías de matrimonio. Paloma no se anduvo con sentimentalismos y le regaló a la octogenaria una imagen de espanto.
Con historiaGuayabal, pueblo de portuarios y pescadores que antes de la Revolución solo tenían trabajo tres meses del año para la exportación de azúcar, es un lugar con mucha historia. En 1898 pertenecía a Camagüey, y desde entonces se le reconoce como el primer poblado liberado por los mambises agramontinos, a quienes, por cierto, les asiste el honor de haberlo nombrado Embarcadero de Guayabal, una vez que arribaron a la zona por un estero en cuyas cercanías se sembraba la guayaba.
También se asegura que cuando el Generalísimo Máximo Gómez marchó al exilio luego de la vergüenza del Zanjón, el general español Arsenio Martínez Campos le propuso hacerlo a bordo de una cañonera por un sitio llamado Estero del Junco, perteneciente a Santa Cruz del Sur, pero muy próximo a Guayabal. Finalmente El Viejo lo hizo desde Manzanillo, donde hay muchos guayabalenses.
Todos los materiales utilizados para la construcción del antiguo central azucarero Francisco Guayabal entraron por el muelle de este poblado fundado en 1938. Ese ingenio comenzó a construirse en 1899, a 16 kilómetros del embarcadero del Surgidero de Guayabal o Cayo Romero, adscrito al Partido Judicial de Yáquimo, jurisdicción de Puerto Príncipe, y tenido por las autoridades coloniales españolas como Distrito Marítimo de Santa Cruz del Sur. Realizó su primera zafra en 1902, cuando produjo 67 680 sacos de 100 libras.
Fue tanta la popularidad de que gozaba Guayabal en cierta época que hasta el Bárbaro del Ritmo, Benny Moré, le dedicó una canción titulada precisamente así: Francisco Guayabal, que todavía se deja escuchar en nuestras discotecas radiales. Y una telenovela de hace varios años, El viejo espigón, se inspiró también allí, cuando los norteamericanos se empeñaron en construir la terminal de azúcar a granel para dejar cesantes a 300 braceros. No les dio tiempo, pues llegó la Revolución. El Che inauguró la terminal en 1962.
La gente de Guayabal no cree en la cólera de Eolo ni en la agresividad de Poseidón. Ya está trabajando con fuerza para erigir un pueblo más bonito. A pesar de esta Paloma que niega las esencias de su estirpe, en Guayabal volverán a volar las gaviotas.