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Profesora cubana desafía al pasado

Testimonio de la educadora Ida Gutsztat, posiblemente la última descendiente en Cuba de los sobrevivientes del Holocausto judío en Europa.

Autor:

Juventud Rebelde

Ida Gutsztat. Ida Gutsztat Gutsztat devela un secreto. Esta profesora universitaria por más de 30 años es posiblemente la última descendiente en Cuba de quienes sufrieron el Holocausto judío en Europa.

A ella le resulta difícil referirse a este tema: «Hablo muy poco sobre eso», comentó, y su mirada se perdió en el horizonte.

«Soy cubana, pero por mis venas corre sangre polaca. Nunca conocí, ni siquiera en fotos, a la familia de mi madre; y de la de mi papá solo recuerdo vagamente el rostro del abuelo. Es muy doloroso saber que la guerra puede arrancarte tu pasado y desgarrarte el presente».

Ida es hoy la docente más integral de la Sede universitaria del municipio de Playa y tiene una relevante trayectoria como educadora, entre la que se cuenta haber integrado un grupo de profesores que partió a Angola en la década de los 80 del pasado siglo para impartir clases de Informática.

«Mis padres fueron sobrevivientes del holocausto nazi. Llegaron a Cuba luego de terminado el conflicto. Nací a los 25 días de estar ellos aquí».

Recordó que ninguno de sus padres hablaba de su pasado. Tal vez la tristeza les impedía rememorar tan terribles momentos. «Nunca voy a olvidar las lágrimas de mi padre cuando veía una película de guerra contra los judíos. Era como si volviera a vivir aquella pesadilla. Fue sobreviviente de las dos guerras mundiales, y desde muy joven fue perseguido por judío, y además por presidir una célula del Partido Comunista de Polonia».

Durante la Segunda Guerra resultó prisionero y llevado a Auschwitz, el campo de concentración más cruel de Polonia, a unos 60 kilómetros al oeste de Cracovia.

«Al entrar los judíos al campo de concentración, los nazis hacían una despiadada selección. Los ancianos, niños y discapacitados eran considerados inútiles y se enviaban al crematorio. Mi padre era joven y fuerte, y por eso no lo asesinaron», dijo con la voz entrecortada.

—¿Cómo logró salir de Auschwitz?

—Por suerte, papá estuvo poco tiempo en el lugar. Los nazis decidieron mudar a un grupo de hombres para otro campo de concentración, entre ellos a él. El trayecto se realizó en vagones, y cuando el tren hizo una parada, algunos lograron escapar, y otros murieron, pero él logró sobrevivir».

—¿Dónde se encontraba su madre?

—En esa fecha mi mamá estaba en el gueto de Varsovia. Fue terrible para ella; mi hermana era solo una bebé. Allí concentraban a los judíos, sin ninguna consideración. En un cuarto extremadamente pequeño vivían cinco personas. Para dormir unos, debían levantarse los otros. Según historias de mi madre, la comida era escasa y en ocasiones tuvo hasta que robar un pedazo de pan para alimentar a mi hermana».

No fue hasta 1945 que sus padres lograron, después de varios años de separación, reunirse nuevamente. «Al terminar la guerra, mi abuelo paterno, que se encontraba en Estados Unidos, los invitó a vivir con él, pero no pudieron entrar al país, porque eran exiliados. Mi mamá estaba a punto de dar a luz y mi padre se sentía cansado. El campo de concentración lo había transformado en un hombre enfermo —nunca se recuperó del todo—, por lo que decidieron venir a Cuba lo antes posible».

—¿Cuán difícil fue para sus padres adaptarse al trópico?

—Al llegar aquí, con la ayuda de mi abuelo, mi padre logró abrir una pequeña imprenta. Tenía experiencia porque en Polonia había sido impresor. Yo tenía pocos meses de nacida y mi hermana seis años, por lo cual mi mamá no pudo trabajar.

«De ese modo intentaron llevar una vida lo más normal posible. Aprendieron el español, y aunque nunca llegaron a dominarlo a la perfección, les sirvió para integrarse a la sociedad».

—¿Creció usted bajo los principios judíos?

—Sí. Incluso pertenezco a la Sociedad Hebrea de Cuba. Desde pequeña mis padres me inculcaron los preceptos de la religión. Las tradiciones nunca se perdieron. En casa mi mamá siempre cocinó comida típica judía, al punto de que nunca aprendió a hacer un potaje.

—Usted formó parte del primer grupo de cubanos que realizó la llamada Marcha por la Vida. ¿En qué consiste?

—La Marcha por la Vida se efectúa cada dos años, y lleva ese nombre pues es la misma que realizaban los judíos en la Marcha por la muerte. Ellos eran llevados desde Auschwitz 1 a Auschwitz 2 para ser asesinados en los crematorios o realizar trabajos forzados. Nosotros hicimos el mismo trayecto y visitamos varios campos de concentración.

—¿Un reencuentro con sus raíces?

—El viaje resultó muy impresionante y doloroso, porque en ese momento supe lo que sufrieron mis padres. Lugares como la Fosa de la muerte, donde eran asesinados niños, mujeres y ancianos, son la muestra fehaciente de la locura de aquellos hombres, cuyo único objetivo era acabar con la humanidad.

«Incluso conocí a uno de los pocos sobrevivientes que quedan del holocausto nazi, quien fue víctima de los terribles experimentos que se realizaban con seres humanos.

«Por otra parte me identifiqué con muchos sitios. Sentí que estaba en la tierra de mi familia. Fui al gueto de Varsovia, al Museo del Holocausto, y también con motivo de un aniversario de la fundación del Estado, estuve en Israel, la cuna de los judíos».

—Fuertes lazos la unen a dos tierras, ¿qué lugar ocupa Cuba en su corazón?

—Cuba es mi patria, mi país. Es la tierra que me vio nacer a mí y a mis hijas. Eso nunca lo he dudado. A pesar de otros vínculos, me siento muy cubana. Soy militante del Partido Comunista y mis convicciones son iguales a las de cualquier otro revolucionario. Ya ves, trato de llevarlo todo, sin descuidar nada.

Todos tenemos una historia, un secreto. Ida guarda el del valor, la voluntad y los deseos de seguir el ejemplo de sus padres, dos de esos tantos hombres y mujeres inocentes que sufrieron los horrores de la guerra más injusta y atroz de la historia de la humanidad.

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