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Evocan hecho histórico vinculado a la acción del 5 de septiembre de 1957

Julio Aguilera, uno de los participantes en los sucesos relata a Juventud Rebelde aquella gesta de nuestra historia revolucionaria Desigual combate en La Habana

Autor:

Julio Martínez Molina

CIENFUEGOS.— A finales de mayo de 1957 se produce el apresamiento de «Los 35 de Buenavista», hecho histórico muy vinculado a la acción ulterior del 5 de Septiembre.

Julio Aguilera Quintana, entonces un joven de 34 años, miembro del Movimiento 26 de Julio —como el resto de sus compañeros de este episodio patrio—, es testigo de lujo de aquella gesta cuyo eje central fueron las 35 figuras de la juventud revolucionaria afiliadas a la organización clandestina en Las Villas.

Aguilera recuerda que «el 27 de mayo fueron a recogernos a todos los compañeros del grupo al parque Vidal, de Santa Clara. Llegamos a Cienfuegos alrededor de las 3 de la tarde, a fin de concentrarnos más tarde en una casa del reparto Buenavista, de esta ciudad.

«Veníamos aquí con un objetivo claro: los oficiales de la Marina de Cayo Loco comprometidos con nuestra causa tomarían las postas y permitirían nuestra entrada, íbamos a ser armados allí, para marchar de forma inmediata a las montañas del Escambray, alzarnos y establecer otro frente de combate en las lomas, similar al de la Sierra Maestra», agrega.

El hoy miembro de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en su adoptiva Cienfuegos explica que para semejante empresa existían los contactos, precisos y definidos, dentro de un grupo inicial de cerca de 20 marinos complotados, el cual luego se ampliaría.

En su relato a Juventud Rebelde añade: «En la mencionada residencia de Buenavista nos acuartelamos; pero todo parece indicar que el arribo masivo de personas al lugar generó ciertas sospechas entre los vecinos».

Se refiere al dato recogido por la historia (siempre sin completa aclaración), de que fueron posiblemente delatados: o bien por una enfermera de la clínica privada que existía cerca de la casa; o bien por el guardia encargado de vigilar dicha instalación.

Otra versión consignada en varios textos (entre ellos, ensayos históricos del investigador Andrés García Suárez) plantea que algunos moradores del reparto, al presenciar la intempestiva llegada de un grupo de hombres a la casa, piensan que estos se dirigen a una llamada «fiesta de perchero», o a una reunión de homosexuales.

Entonces, según dichas fuentes, le avisan al ya citado custodio, quien a su vez llama a sus jefes. Y es cuando acuden los uniformados.

A la larga la tesis de la delación no está comprobada; evidencia de ello es que los presuntos encartados serían absueltos por los tribunales, como reconoce el propio Aguilera.

El entonces joven complotado tiene claro en su memoria a sus 84 años, el pasaje del descubrimiento y la brutal odisea que después les tocaría vivir a él y a sus amigos:

«A punto de las diez de la noche del 27 de mayo de 1957 los esbirros batistianos rodearon la casa de Buenavista. Nos sacaron a bayonetazo limpio, y nos arrodillaron junto a una pila de gravilla, con las manos al cuello.

«Luego fuimos conducidos al cuartel de la guardia rural, cerca de la medianoche, donde estuvimos tres días completos, hasta el 30 de mayo, sometidos a todo tipo de torturas, para sacarnos cualquier confesión que identificara al grupo con el movimiento clandestino.

«Los 35 fuimos metidos en un calabozo con capacidad para 12 personas. El que se sentaba no se podía parar; y el que se paraba no se podía sentar», recrea Julio el siniestro cuadro.

Con él se ensañaron, porque tuvo el valor de replicarle a un sargento que les dijo que ellos no eran hombres. Su cuerpo fue castigado con insistencia por los sicarios, y el militar al que le contestó le pegó un culatazo que le rajó la cabeza y le produjo un profundo sangramiento.

Uno de aquellos valientes quedó paralítico como consecuencia de las golpizas; otros, como Julio, terriblemente magullados. «Pero ni hablé yo, ni habló nadie. Me hubieran podido descuartizar, que igual iba a seguir callado», se ufana.

«Despues de tres días sin comer y apenas tomar unos sorbos de agua —continúa—, fuimos transportados para Santa Clara y puestos a disposición del Tribunal de Urgencias de Las Villas. Al final, tras varios meses en proceso, solo pudieron acusarnos de reunión ilícita».

Como el entrevistado destaca y la historia concuerda, «nuestro principal mérito fue soportar heroicamente las atroces torturas, sin descubrir la identidad de la misión».

Aunque malograda, la gesta del 5 de Septiembre fue posible poco después gracias al valor inestimable del silencio de los héroes de Buenavista.

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