Fotos: Franklin Reyes
Está en la capital, pero con el alma en Pinar del Río. Allá dejó a su mamá y a su abuelo solos. En Vueltabajo también quedó su novia, estudiante de Informática, a la que solo ve un momentico, cuando puede ir. Los pases son cada cuatro meses, aunque trata de «escaparse» una semana sí y una no, o a veces dos semanas sí, y otra no...
Alain Areces inició su experiencia como maestro en Pinar del Río, el pasado año, en medio de algunas muestras de rechazo por parte de los padres de sus alumnos.
«Quizá estaban adaptados a que sus niños en la primaria tenían dos profesores de experiencia. Era otro sistema, y cuando yo empecé no me vieron igual que a aquellos maestros. Aunque después se adaptaron».
Este joven de 21 años y natural de Consolación del Sur, hace siete meses trabaja en la capital, como otros tantos que cubren el déficit de docentes en la ciudad.
Ahora es profesor general integral en la secundaria básica Camilo Cienfuegos, en el Cerro. «Yo no quería venir —afirma—, no quería separarme de mi casa. Pero hablaron conmigo y me explicaron la necesidad que había».
—¿Pensaste alguna vez en ser maestro?
—Nunca. Uno se va enamorando de la profesión a medida que pasa el tiempo; te sientes más seguro y contento.
—¿Qué pensó tu familia cuando conoció la decisión?
—Al principio no la tomaron de forma adecuada. Algunos creyeron que era una «locura». Después tuvieron que aceptar, y pienso que con los dos años que llevo de trabajo, han entendido y me han apoyado muchísimo.
«Mi mamá está contenta. Cuando le dije que iba a venir para acá no se negó, como la vez que le dije que iba a coger esta carrera. Me dijo que si hacía falta, viniera, que después tendría tiempo de estar con ella.
«Ahora estoy en tercer año de la Licenciatura en Educación. Es difícil trabajar y estudiar al mismo tiempo, pero toda carrera lleva sacrificio. Nos dan preparación los sábados y un día en la semana. Es mucho trabajo, pero el tiempo se busca».
TIEMPO DE CAMBIOSLucía Rodríguez. No fue fácil para Lucía Rodríguez adaptarse a dar clases con un televisor y un video, y mucho menos acceder a la computación. Trabajó como profesora durante 36 años, muchos de los cuales impartió solo Matemática.
Prácticamente de un día para otro tuvo que enfrentarse a todas las asignaturas y «competir» con maestros recién llegados, que si bien no tenían su experiencia, la superaban en osadía para hacer frente a esos desafíos.
«Siempre me sentí cómoda enseñando Matemática. Fue un impacto saber que tendría que impartir seis materias. Podía dar Física y Español, y también estaba apta para la Historia; pero hay cosas que se van olvidando. Tuve que autoprepararme mucho».
—¿Cuál fue la mayor dificultad?
—La Gramática española me lleva «a la marcha del tren». Menos mal que la profesora de la videoclase es muy buena. Ahora estoy dando noveno, pero empecé con mis alumnos desde séptimo y he ido pasando de grado con ellos. Los muchachos están aprendiendo, y yo recordando.
—¿Qué opinión tiene de las nuevas tecnologías?
—Las videoclases me encantan. No es lo mismo mostrar una lámina que las posibilidades que ofrece la televisión. Por ejemplo, para la Geometría, la imagen es fundamental. Y para la Historia también, con las películas que podemos poner. Todo está en constante cambio, y uno tiene que ir con eso; no se puede quedar atrás.
—¿La computación le resultó difícil?
—Sí, mucho. A los profesores nos dieron entrenamiento, y a mí particularmente me gusta. Yo la «cacharreo» bastante e incluso ya hago presentaciones en PowerPoint y documentos en Excel, y también reviso el software educativo.
«Ahora llegó el programa Libertad. El mejor regalo que se le puede hacer a un niño son esos diccionarios. Yo, que soy polilla de biblioteca, me “volví loca” cuando los vi. Es una pena que para mí las transformaciones hayan llegado un poco tarde, pero estos muchachos sí van a poder aprovecharlas».
RECONOCER LA DIFERENCIALas transformaciones en la enseñanza secundaria trajeron muchas ventajas a la familia cubana. La doble sesión de clases y la garantía de la merienda escolar eliminaron en los padres la preocupación de que sus hijos estuvieran en la calle mientras ellos cumplían la jornada laboral.
Pero esto implica más trabajo para el maestro, que debe estar las ocho horas con sus 15 alumnos. Ya no tiene que repetir la misma clase en todos los grupos de ese grado, pero impartir todas las materias y ser responsable de la educación integral de sus muchachos es un verdadero desafío.
Fue difícil para todos los profesores, viejos y noveles. Por ello hay una estrategia para mantener a estos profesores, que aún estudian, motivados hacia su trabajo. Así explicó a JR el máster Francisco Lau Apó, jefe del Departamento de Humanidades de la Dirección Docente Metodológica del Ministerio de Educación.
«La atención a los PGI debe ser integral, y tiene su punto decisivo en la misma escuela. Por mucho que hagamos como política a nivel nacional, las personas que están más cerca del maestro: el tutor, el jefe de ciclo y el director, tienen que lograr un tratamiento a ese profesor en formación, diferente a uno con experiencia.
«Hay que reconocer que eso no siempre se ha logrado en todas las escuelas. Hay lugares donde el maestro se ha sentido motivado, porque se ha hecho bien el trabajo.
«Tenemos maestros emergentes muy buenos, que con su juventud e iniciativa han logrado revolucionar y transformar la escuela, porque llegan con otra mentalidad y métodos más innovadores. Cuando son respaldados y apoyados por esos cuadros, cuando los estimulan y reconocen su esfuerzo y resultados, pueden hacer grandes cosas».
—¿No es demasiada responsabilidad todo lo que tiene que llevar un maestro, para un joven que aún está formándose?
—No se puede olvidar que se trata de un maestro que está estudiando. Hay que tener en cuenta que el PGI está en el aula ocho horas, con poco tiempo para prepararse. El fin de semana, e incluso tardes entre semana, tiene que asistir a los encuentros de la carrera que cursa.
«Esa es una complejidad y una contradicción dada por los mismos programas que hemos implementado. Porque si queremos que ese profesor esté todo el tiempo con el niño, eso requiere un sacrificio especial. Por ello hay que comprenderlos y apoyarlos en todo lo posible».
GUSTOS Y PREFERENCIASAlain Areces. Las carreras pedagógicas no son una opción preferida por muchos, y en provincias como la capital, donde hay opciones más atractivas, es aún más difícil.
Pero Alain Areces, el PGI de Pinar del Río, asegura que hay cosas que desestimulan al profesor en su diario quehacer.
«El año pasado trabajé en una secundaria en el campo, en Pinar del Río. Allí era responsable de todos los artículos de los alumnos: los libros, toallas, sábanas... Creo que eso puede ser tarea de un personal administrativo».
Déborah Pérez López tiene 22 años de experiencia. Es jefa de grado de la secundaria Camilo Cienfuegos, y también opina que el maestro está innecesariamente sobrecargado.
«Hay que hacer muchos papeles. Actas que te mandan a redactar, y luego repetir y repetir; controles Déborah Pérez López. que puedes tener tú, y hay que hacerles copias para otras personas.
«Ahora mismo contamos con una guía para las clases por televisión. Sin embargo, tengo que hacer una dosificación, que no es más que transcribirla para un papel.
Para Déborah, el avance de los alumnos no depende solo del maestro. «Antes, ahora y mañana habrá estudiantes a los que no les interese la escuela, despreocupados y con problemas de aprendizaje. Aunque haya televisor, video y un maestro de experiencia o un emergente. Yo comencé con las transformaciones en séptimo grado, y esos muchachos se graduaron el curso pasado. De ellos, 13 obtuvieron diez puntos, hubo algunos con muy baja nota y uno repitió.
«Al trabajo del maestro hay que sumarle el interés del alumno y de sus padres, que “le quitan el pie” al muchacho cuando entra a la secundaria. Si no hay vínculo de la familia con la escuela, el niño no va a aprender».
Más allá de tropiezos y sacrificios, hay quienes no cambiarían el magisterio por ninguna otra profesión. Entre ellos está Lucía Rodríguez, que aunque ha ocupado cargos de dirección, nunca dejó el aula. «Cuando enseño me siento feliz, porque lo que sé, se multiplica».
—¿Qué opina de la formación emergente de profesores?
—Los de ahora no son los únicos emergentes. Mi generación, por ejemplo, pasó directamente de sexto grado para Minas del Frío, donde empezamos a formarnos como maestros. Luego fui a Topes de Collantes y el último año lo hice en Tarará. Estuve ocho años dando primaria.
«Más tarde hicieron otro plan para profesores de secundaria con quienes impartíamos quinto y sexto grado. Me especialicé en Matemática y la enseñé durante 28 años. Sobre la marcha me hice licenciada.
«A estos nuevos profesores los veo, en primer lugar, como mis compañeros de trabajo. Pero también son mis alumnos, porque están estudiando. Una profesión como esta no se aprende sentada en un aula, la práctica es fundamental. Mi experiencia de aciertos y errores de más de 30 años de ejercicio, se la estoy transmitiendo. Yo tenía 17 años cuando empecé a estudiar. Era igual a como son ellos hoy».