Foto: Roberto Suárez Nacer, dijo un poeta, es una alegría que duele. Nadie sabe cuánto desgarramiento y cuánta dicha se juntan en este minuto. Nacer, cuando aguarda un pueblo para también ser alumbrado, debe significar un regocijo mayor.
Difícilmente doña Leonor lo intuyera; pero cuando dio a luz al primogénito de sus ocho hijos —el único varón— Cuba toda estaba emergiendo. Y si de España nos pesaba el yugo, en la calle Paula se gestó la estrella.
Por eso el 28 de enero devino antorcha para alumbrar siglos.
Este que hoy vivimos, a 154 años del amanecer sagrado, fue recibido por cientos de manos jóvenes allí donde José Julián lloró por vez primera.
Sin embargo, no fue de llanto la velada: sino de verso y canto, y de palabra suya y nuestra. Trovadores como Heidy Igualada, Marta Campos o el dúo Karma dieron voz a la utilidad de la virtud, a los poemas del destierro, a la agonía de mundo nuevo que mantuvo en vilo al Maestro.
No cupieron todos los que quisieron estar en el patio de la casita, y más allá de las rejas, la música del encuentro detuvo a muchos transeúntes.
¿Qué tiene este hombre tan centenariamente joven? ¿Por qué la FEU y la UJC, y los pioneros se empeñan en escribir el mañana con sus letras de ayer? ¿Por qué el Himno Nacional, el Invasor o el del 26 de Julio que tocó la Banda Militar lo continúan evocando?
«Esos riachuelos» que pasaron por su corazón, siguen llegando al nuestro.