CIEGO DE ÁVILA.— Es el primer viento de otoño, a las 5:30 de la tarde. Comenzó a soplar temprano. Es posible que tarde en volver; aunque ya es un anuncio de que el calor se marchará. Cae la noche y frente a la ESBU, en la carretera, los autos encienden sus luces. Sin embargo, en la plazoleta de formación, los jóvenes se agrupan, conversan ajenos al ir y venir de los carros. No lucen el uniforme color mostaza de los estudiantes de secundaria. Tampoco el azul de los preuniversitarios, pese a que muchos tienen la edad de ese nivel de enseñanza.
Ismaray, Isleydis, Erislandy y Elena.
Son los alumnos del Curso de Superación Integral. Visten con ropas cortadas a la moda y muestran el desenfado del joven que superó la adolescencia. En algunos hasta se nota un desafío en la mirada, un «¿quién eres tú y qué haces aquí?»; pero todos te escudriñan, aunque sea de reojo. Te echan un vistazo y continúan su conversación. Cada uno de ellos tiene su historia. Unas más dolorosas y controvertidas que otras. Pero también tienen su fe. Y ellos lo saben.
LA DECISIÓNMaikel Beltrán Romaní tiene 27 años y cursa el tercer semestre, de los cinco que se deben vencer en el Curso. Estudiaba en el Instituto Politécnico Agropecuario Ricardo Pérez Alemán, en el municipio de Baraguá.
Cuenta: «Tuve un problemita en la escuela y me salí. Soy plomero y decidí trabajar. Estuve en los hoteles, fui a La Habana a probar suerte, volví. Matriculé en un módulo y lo dejé. Hasta que me hablaron del curso. Cuando lo hicieron, hacía rato que me preguntaba qué rumbo iba a tomar en la vida. Lo pensé y dije: “Allá voy”».
De izquierda a derecha: Ismaray, Isleydis, Erislandy, Yohandra y Elena. Por su parte, Ismaray Suárez Barón está en el quinto semestre. Antes de matricular en el Curso, permaneció tres años sin estudiar después que dejó la enseñanza politécnica. Ante la pregunta «¿Por qué dejaste los estudios?» ella encoge los hombros y responde muy seria: «Los dejé. Estaba en mi casa, así de simple. Sin saber qué hacer. Veía a la gente del Curso que vivía por mi barrio; los oí hablar, pero no me decidía. Una amiga de la familia se me acercó. Hablamos y decidí probar suerte. (Sonríe) Y aquí estoy, casi al terminar».
Isleydis Sánchez Arenas es el caso más extremo. Tiene 24 años y se pasó 11 sin estudiar. «Me enamoré demasiado temprano, a los 14, y luego nació mi niña Daylé. El caso es que tuve que trabajar como auxiliar de limpieza. Y mi hija creciendo. Ya me había olvidado de todo, hasta de tener un futuro, algo diferente. La familia me decía: “Haz algo, estudia”. Y yo: “¡Qué va! A mí no me entran las cosas”. Me encerré en eso. Un día la conversación volvió y dije: “Ni loca vuelvo a una escuela”. Entonces mi niña se me paró delante, tenía cinco años, y dijo: “Pero mami, ¿cómo me vas a enseñar si tú no sabes?”. Aquello fue demasiado. Busqué los papeles y matriculé».
LAS CLASESMaikel confiesa que él no se sintió demasiado extraño frente al profesor. Las veces que había intentado retomar los estudios no andaban tan lejanas. Sin embargo, la mayoría coincide en que lo más difícil fueron los primeros meses. «Entre el complejo y el tiempo sin sentarse en un aula..., imagínese», dice Isleydis.
Al igual que Maikel, Yohandra Rodríguez Cabrales, de 18 años, alumna del tercer semestre, no presentó mayores dificultades para adaptarse a los estudios. «Yo había estado solo un año sin estudiar. Tomaba clases de Gastronomía hasta que dije no quiero, no quiero y no quiero; y me fui. Estuve así hasta que me hablaron del Curso y la posibilidad de estudiar algo que de verdad me gustara. Eso fue lo que me embulló».
Pero la mayor dificultad estaba en la duda de si podrían asimilar los contenidos. Erislandy Cárdenas Cervantes, de 20 años, está en el tercer semestre, que equivale a un 11no. grado. «Muchos de mis compañeros tenían un complejo grande», cuenta.
«No lo decían, pero en el aula tú los veías con pena. A veces, alguna muchachita le preguntaba a la amiga: “¿Entendiste algo?” Ella abría los ojos y decía con la cabeza: “No”. Por eso, quienes nos salvaron, fueron los profesores. Había uno que repetía: “Ustedes no son brutos. Métanselo en la cabeza. No son brutos”. Y es verdad. No lo somos».
LOS SUEÑOS«No siempre tendremos 20 años», comenta Erislandy. «Un día esta edad pasará. Por eso hay que mirar hacia adelante. Yo le había hecho rechazo al pre en el campo. No quise becarme más, trabajé en varios lugares y matriculé en la Facultad Obrera, no era un mal lugar; pero las clases eran pocas a la semana. Sentí que perdía el tiempo y me fui. Tampoco las amistades ayudan mucho. Luego entré al Curso. Aquí las clases son de lunes a viernes, más seguidas y podré coger carrera. Tengo el futuro más cerca».
Llama la atención la cantidad de jóvenes del Curso que se sienten atraídos por alguna rama de las Ciencias Médicas. Maikel desea estudiar para técnico de Rayos X, a Ismaray le gusta la Fisioterapia y a Yohandra la Optometría. Isleydis, por su parte, se inclina por la Veterinaria.
Los provocamos: «¿Y antes, pensaban en una carrera, en ser universitarios?». Ismaray levanta las cejas: «Yo imaginé muchas cosas, pero pensé que solo eran eso: imaginaciones». Erislandy: «Yo buscaba algo, y no sabía qué es lo que quería. Tampoco veía el camino». E Isleydis: «Yo siempre soñé con la Veterinaria, lo mío es cuidar los “bichos”. Cuando una vez me dijeron el promedio que hacía falta para estudiarla, ahí mismo se me empezaron a caer las alas. No volví a pensar en ella».
Por su parte, a Elena Paz Gutiérrez le inquieta el mundo de las Humanidades. Tiene 24 años y estuvo cinco sin estudiar. «¿Que cómo fue lo mío?», pregunta; y ofrece una sonrisa medio seria: «Estaba en la ESPA, en hockey. Tuve dificultades con los profesores y pedí la baja. Luego me casé, me fui para La Habana, volví a Ciego de Ávila, regresé a la capital... Tuve problemas (mueve la mano), problemas..., usted sabe. Volví completo. Entonces me divorcié y el mundo se acabó. Me di cuenta de que no había logrado nada y no sabía cómo arreglar eso. Cinco años perdidos, eso era lo peor. Hasta que entré al Curso y me di cuenta de que podía hacer cosas. Me gusta el inglés, saco cien en todas las pruebas. Parece que no soy tan mala. ¿Qué quisiera ser? (Ríe, ahora sí). No sé, me gustaría estudiar algún idioma, Estudios Socioculturales a lo mejor, algo que tenga que ver con la gente». Pregunto: «Y antes del Curso, ¿en qué soñabas?». Baja la cabeza: «Ese es el problema». «¿Problema? ¿Cuál problema?» Fija la vista en la pared de enfrente y dice: «Ese. Antes, yo no tenía sueños».