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Era un prisionero. Alguien sobre el que podía caer una terrible sentencia. Estaba vivo porque «las ideas no se matan». Pero el sentido común debía indicarle no tentar más a los asesinos. Sin embargo, nadie sabe de qué fuerza llenó su palabra y sacó a la luz el lamento de un país por el que él y sus compañeros habían decidido luchar.
«El problema de la tierra, el problema de la industrialización...», el problema mayor de que no había en Cuba esperanza cierta frente a ningún problema. Contra ellos iban los disparos juveniles del Asalto al Moncada. Contra ellos iban las palabras de Fidel Castro el 16 de octubre de 1953.
Programa. Ningún nombre mejor para darle a su alegato, pues proyectaba, abría un camino. La historia, jueza indiscutible, ya incluía en su manuscrito el ataque, el juicio y el sueño. Pudimos quedar sin memoria. Pudimos dejar morir al Apóstol al cumplir su primer siglo. Pero el ímpetu repartido tomó «el cielo por asalto».
A 53 años de aquel 1953, el mismo día de la autodefensa, un grupo de cubanos se reunió para volver a tocar el documento perdurable. La historia me absolverá, ahora unido en un solo volumen con el discurso del propio Fidel media centuria después, también en Santiago de Cuba.
Como presentador, un hombre de libros: Eliades Acosta. ¿El título? Fe infinita en la victoria. ¿El compilador? Pedro Creach, un sencillo profesor y animador cultural. La heroína Melba Hernández a cargo del prólogo. Y el lugar, el capitalino Instituto Internacional de Periodismo, no por casualidad llamado José Martí.
