SANTIAGO DE CUBA.— Trunca quedó la colada de café. Eran poco más de las cinco de la mañana y la joven se preparaba para salir a trabajar en la casa en la que estaba colocaba como doméstica, cuando le mordió la sensación de que algo grande estaba sucediendo. «Tía, tía, escóndanse; parece que se están fajando los guardias en el cuartel...».
Osmay Dilou se asoma a los ojos del niño de siete años que era por aquel entonces y revive. Aquel grito enardecido de la prima, las tibias manos de su madre acomodándolo a él y sus hermanos, aún soñolientos, debajo de la cama, el frío del susto estremeciéndole...
Como si tirara del ayer, una y otra vuelven las imágenes del amanecer del 26 de julio de 1953 en su casa, a menos de seis cuadras del cuartel Moncada, a pesar de que su corta edad le impedía comprender el real significado de los hechos.
Nunca olvidaría, en cambio, el lamento reiterado por su madre durante los días siguientes: «¡Dios mío, como están matando a esa pobre gente...!».
TRAS LA SORPRESAEl domingo 26 de julio de 1953, en el clímax del famoso carnaval santiaguero, un grupo de jóvenes encabezado por el joven abogado Fidel Castro Ruz asaltó el cuartel Moncada, sede del Regimiento Antonio Maceo y segunda fortaleza militar de la Isla, con el propósito de desatar la lucha que llevara al fin de la tiranía batistiana.
El plan de la acción había sido elaborado en completo secreto. Además de Fidel, solamente conocían de la misión unos pocos compañeros de la dirección del Movimiento, entre ellos Renato Guitart, al frente de los preparativos en Santiago de Cuba. Los demás participantes se enterarían de los detalles escasas horas antes.
La sorpresa, una de las fortalezas tácticas del ataque, asaltó también a los habitantes de la ciudad de Santiago de Cuba, que aunque habituados a las acciones de desacato a un régimen ya insostenible, lejos estaban de imaginar una de tal envergadura.
Justo por eso, una vez consumada la acción, echaron a volar disímiles versiones. El hecho de que los atacantes, organizados en tres grupos, vistieran el uniforme del ejército batistiano hizo a casi todos pensar, en primera instancia, que se trataba de un enfrentamiento entre los mismos soldados de la fortaleza, ocupada por unos mil hombres.
«Te enteraste, dicen que hubo una gran balacera entre los guardias en el Moncada...», fue lo primero que escuchó en el día el joven Angel Luis Beltrán, quien vivía en el otro extremo de la urbe santiaguera, después de desperezarse de una intensa noche de carnaval, que se había extendido hasta la madrugada en la afamada Trocha.
Cuando horas más tarde, en compañía de un amigo, el joven vendedor de seguros y simpatizante del Movimiento se lanzó a las calles en busca de claridad sobre el asunto, la ciudad desierta, y el terror y la sed de sangre desatados por el régimen, le dejaron claro que la verdad sobre lo ocurrido estaba más allá de una bronca entre soldados.
¿SUBLEVACIÓN DE COCINEROS?Los familiares de José Vázquez Rojas, dueño de la hasta entonces Villa Blanca, luego conocida como Granjita Siboney, habían salido, cuentan sus descendientes, a disfrutar del carnaval disfrazados de cocineros.
Meses antes José, a instancias de Tizol, amigo de la familia, había alquilado su finca de recreo, en las afueras de Santiago de Cuba, a Renato Guitart.
Le habían dicho que la dedicarían a la cría de pollos; por eso nunca imaginó que aquellos disparos que hirieron la madrugada hubieran partido de sus tierras. No lo supo hasta que los esbirros de la tiranía lo detuvieron, horas después del asalto.
Su familia, aquellos cocineros de una noche de carnaval, regresaron exhaustos. De lo ocurrido en el Moncada sabían lo mismo que la mayoría de los santiagueros, pero no pudieron evitar que los vecinos relacionaran los dos hechos y echaran a rodar la historia de que se habían sublevado los cocineros...
CURIOSIDAD DE UN TESTIGOCarlos Manuel Lasso vivía en julio de 1953 en calle 3ra. y G, de la barriada de Sueño, justo al fondo del Polígono de la fortaleza del Moncada.
Como el luto por la muerte de un tío-abuelo, fallecido por esos días, le impidió disfrutar de las fiestas del carnaval, había pasado la noche del 25 en las calles aledañas, mirando el último desfile de los paseos, y se acostó temprano.
La madrugada del 26 de julio le daría la posibilidad de ser testigo. «A mí, como a todos los vecinos, nos despertó el tiroteo, algo inusual en el cuartel. Nadie sabía lo que pasaba, así que me levanté y me paré en las afueras de mi casa, desde donde podía mirar hacia la fortaleza.
«Como era ya de día, veía los guardias caminando, corriendo en diferentes direcciones; habían tomado el edificio que está al fondo (donde hoy se encuentra la corresponsalía de Radio Rebelde) y desde allí, desde la azotea, disparaban hacia el cuartel, la huella está en esos disparos que hoy se ven en la fachada... Pero en ningún momento vi a los asaltantes, ni nada que me diera una pista de lo que estaba ocurriendo.
«Allí estuve hasta como las siete de la mañana, en que junto con otros muchachos del barrio salimos hacia el café Ensueño, en calle K, y allí nos congregamos para conversar y especular. Había muchas versiones: que era un asalto de unos guardias que habían llegado en un barco al puerto, que era una sublevación de los soldados... Pero la realidad no se sabía...».
Ante tanta confusión Lasso quiso saber, y aunque la cordura aconsejaba irse a casa, pues todos sabían que «los guardias tiraban y hacían daño...», en un impulso de curiosidad de sus 26 años, que hoy valora como una locura de joven, partió a recorrer la zona.
«Yo quería saber qué pasaba, subir Garzón..., pero los demás no me acompañaron; así que me fui solo. Subí toda la avenida Garzón, por la acera de la derecha. Vi a los guardias apostados en el Hospital Militar, pero nada más; todo estaba desierto.
«Llegué hasta la Plaza de Marte, pues se decía que estaba llena de muertos, pero no había nada; entonces le di la vuelta a la Plaza y regresé otra vez por Garzón, entonces por la acera contraria. El panorama era el mismo, lo único que encontré fue un charco de sangre en la acera que está frente a donde hoy se ubican los edificios de 18 plantas de Garzón; se decía que allí habían asesinado a alguien, pero nada más...
«Volví entonces al café y allí nos quedamos hasta un poco más tarde, cuando sí llegaron los soldados y nos ordenaron regresar a nuestras casas.
A sus 80 años, Lasso no olvida hoy la represión que se desató después. La verdad, confiesa, emergería serena, imperturbable, a pesar del estado de sitio a que se sometería la ciudad y de la orgía de sangre.
La versión de la prensa de la época, dice, fue manipulada. «El Diario de la Marina no publicó nada, y la información del periódico Oriente casi nadie la vio. La verdad se iría esclareciendo poco a poco.
«Los propios guardias, que tenían familia y vecinos, contaban, y así se fue sabiendo...».
En las primeras horas de la tarde-noche del 26 de julio, coinciden los entrevistados, otra versión comenzó a cobrar cuerpo: el cuartel Moncada había sido asaltado por un grupo de jóvenes revolucionarios, al frente de los cuales estaba un abogado nombrado Fidel Castro.
Tras la captura del líder y su traslado como prisionero hacia la ciudad, en los primeros días de agosto, se precisarían detalles de la acción y llegaría la certeza: habían apostado por la libertad, aun al precio de sus vidas.