El ornitólogo muestra la mutación de sus curiosos arlequinados. CIENFUEGOS.— Osmany Santos logró que una pareja de cateyes críe en cautiverio, hecho sin precedentes en la región central del país según reportes de la Asociación Ornitológica de Cuba.
Apasionado de la avifauna, Osmany se especializó en el tema y desde que se incorporó a la filial sureña de la Asociación, hace seis años, ha investigado mucho alrededor de la familia de las Psittácidas (donde están agrupados estos pájaros), al punto de colaborar en varias publicaciones de Cuba y el exterior.
Asegura que de todas las aves nacionales, esta es la que más raramente ha logrado criarse encerrada, pues cuesta mucho trabajo, debido a su tardía maduración sexual —ocurre a los tres años del espécimen—, y a las dificultades de preservar los huevos en el nido, por la agresividad de los padres.
Luego de que años atrás la Asociación le entregara varias parejas del ave perteneciente al género Aratinga, comenzó a buscar información de todo tipo en libros e Internet. A su juicio, la falta de datos representa el principal obstáculo para el criador.
Se apoyó en el libro de referencia de Florentino García sobre la avifauna criolla, además de otras fuentes, y en la experiencia del camagüeyano Leonardo Pareta, quien logró la supervivencia de ejemplares enjaulados.
Afirma este enamorado de la Ornitología —también cría cotorras y algunas variedades de periquitos— que con el catey todo es en cierto modo problemático, desde el momento mismo de la identificación sexual.
Los pequeños en las manos del criador. «Resulta difícil distinguir cuál es la hembra y cuál el macho; suelen utilizarse métodos no tan científicos como la aguja magnética o la pelvimetría (si la pelvis está cerrada se supone que el ave sea macho; y si se extiende, hembra, pues tal apertura posibilitaría que saliera el huevo)», explica.
«Yo aposté por el sexaje a través de la endoscopía: vino un veterinario de la Asociación Nacional y me definió el sexo de las tres parejas con que contaba inicialmente. Aunque ahora solo poseo dos».
Osmany cuenta que antes de tenerlas en jaulas, ellas estaban en un voladero y se arrimaron. Las hembras de ambas parejas pusieron cuatro huevos cada una, casi al unísono, pues ambas tienen la misma edad.
Confiesa que debido a su inexperiencia, una perdió la nidada, de tan enfurecida que se ponía cuando él iba a revisar constantemente, cosa que no debe hacerse —dice—, pues son aves que defienden lo suyo como perros cuando alguien se les acerca.
La otra pareja, que no fue tan agresiva, logró el empollamiento. De sus cuatro huevos pudieron romper el cascarón dos crías, las cuales sobrevivieron, en lo que constituye un logro inédito en las provincias centrales.
Este ornitólogo desarrolla su proyecto de cría paralelamente con Enrique Casanova, uno de los vicepresidentes de la Asociación en Cienfuegos, si bien este no ha tenido hasta hoy su misma suerte.
Considera que una de las razones por las cuales mueren o sufren enfermedades las Psittáceas (entran aquí también cotorras y pericos) es la mala alimentación de algunos criadores, que suelen darle el consabido pan con leche, o restos de comida de humanos, que las aniquila lentamente.
La dieta ideal, afirma, consiste en semillas: alpiste, millo, maní y girasol, que los afiliados de la Asociación Ornitológica pueden comprar. Cuando hay fallos en dicho expendio, él utiliza otras alternativas alimentarias como trigo, maíz en rollón, arroz en cáscara y avena. También emplea la habichuela y la zanahoria.
En la época de la reproducción —sostiene— es factible proporcionarles la denominada dieta blanda, que no es más que un poco de pan remojado con harina de maíz, arroz cocinado, yogur de soya y mermelada de fruta de ocasión.
Dicha mezcla ayuda a los padres a alimentar a los pichones. De otra manera —aclara— tendrían que triturar los granos para trasladárselos a sus bocas.
Además, les brinda alguna verdura: bledo, verdolaga y escoba amarga, que es un antiparasitario natural.
Con tal dieta, a los pequeños cateyes de Osmany —que ya tienen más de un mes de nacidos—, les salieron los cañones de las plumas desde antes de los 20 días, y a los 14 ya habían abierto sus ojos.
Aún los mantiene junto a sus padres en el nido de 40 centímetros de altura, por 25 de ancho y ocho de abertura del orificio de entrada que construyó, pese a que la literatura especializada establece una magnitud algo menor.
«Le alargué seis centímetros más de altura a lo que en teoría es lo correcto, y me dio muy buenos resultados, pues no se maltratan dentro del nido, incluso al sentir peligro», expresa.
ARLEQUINADOSLas mutaciones se fijan en cautiverio, en la naturaleza son espontáneas y por lo general tienden a eliminarse. El criador, con un plan científico, selecciona los pájaros, y por selección artificial los va perfilando. Existen muchas mutaciones logradas por el hombre que en el medio natural no se registran.
El color básico de los cateyes es el verde predominante, con pintas rojas en el cuello. Los de Osmany poseen también plumas totalmente amarillas. No es usual este tipo de mutación en el género. Incluso, la Carta de Colores de estas aves identifica al catey arlequín solo como una posibilidad.
Está casi seguro de que su pareja reproductora, una mutación de cateyes arlequinados, está compuesta por hermanos: «Si eso es así, cuando esos pichones crezcan, no los puedo aparear, porque entraría el factor sanguíneo y la descendencia podría morir», observa.
«Si ambas crías salen arlequinadas, entonces deberé buscar un pájaro que al menos presente una, dos o tres plumas amarillas para preservar la mutación. No debo unir a ninguno con un pájaro totalmente verde», añade.
Con tales pensamientos anda Osmany mientras jornada tras jornada se acuesta y amanece deseando que sus cateyitos tengan la salud de sus padres, los que, gracias a su cuidado, jamás se han enfermado.