Tiempo extra
Los tiempos ya no son los mismos. Ellas, a fuerza de talento, sacrificios, osadía, han demostrado que ni son el «sexo débil», ni nosotros el «sexo fuerte». Pero mucha agua ha corrido por debajo del puente del Almendares antes de que comenzaran a cambiar las percepciones. Y aún falta.
¿Quién imaginaría hace medio siglo, no más, que las mujeres serían pesistas, luchadoras, peloteras y hasta boxeadoras? Bueno, de manera oficial, porque desde los propios orígenes de la humanidad, ellas han sabido defender lo suyo (sobre todo, los hijos) con todo, dientes y uñas incluido.
Pero como deporte no. Eso no era para las mujeres. ¡Qué va! Lo de ellas eran las cosas frágiles, de belleza, de estilo: el nado sincronizado o la gimnasia rítmica, por ejemplo. Si acaso el voleibol o el básquet. También la esgrima, el atletismo, ajedrez.
Después, poco a poco y sin hacer caso a ciertas muecas masculinas, fueron abriéndose espacio en otras disciplinas. Porque tienen tanto o más talento que nosotros.
Entonces vinieron los sexistas (o machistas), los defensores de la belleza per se. Y dijeron que las mujeres para las pesas no. Que se deformaban, «que se iban de bando», que les afectaba el desarrollo, y así armaron una infinita lista de «ques». Si fuéramos a poner íntegros todos esos pretextos, harían falta unos cuantos Tiempo Extra.
Los reto (o mejor, para que sea placentero, los invito) a que vayan al Cerro Pelado a ver a las halteristas cubanas. O que estén al tanto de alguna exhibición fuera de ese santuario de entrenamiento. Les auguro una sorpresa. Agradable y legítima.
Yo, de tanto que había oído la andanada de críticas, también tenía mis prejuicios, y quedé absorto cuando me dijeron: «mira, esas son las muchachitas». Dios mío, y con el perdón de sus parejas, tienen unos corpazos que ni Wilson los dibujaría tan bellos, tan criollos.
Pero no solo eso, hablan con naturalidad, como cualquier jovencita. Y se maquillan, y se ponen ropa ajustada para presumir. Y bromean, y leen, y escuchan música, y estudian, y sueñan.
Son, sobre todo, mujeres. Cubanas. Felices de competir en una disciplina que
—según han confirmado los científicos— no les provoca afectaciones hormonales. Ni estéticas. Y por tanto, tampoco sicológicas. En esos tres ejes descansa la «campañita» para desalentarlas.
Y para colmo, hay por ahí algunas provincias donde ciertos directivos del deporte no las han dejado siquiera acercarse a la palanqueta, en una decisión cuando menos inquietante, pues niega la política de respaldar los derechos de la mujer a practicar deportes sin prejuicios.
Se pierden así, también, el lujo de verlas competir en los torneos nacionales que ocurren a la par de los eventos masculinos. Medallas que se pierden esos territorios.
Por suerte, cada vez son menos. Llegará el día en que la lista no pase de cero. Enhorabuena para las mujeres. Para el deporte. Y por qué no, para los hombres también.