La tecla del duende
EL fiel lector Modesto Reyes Canto, motivado por la historia del pasado jueves, dejó su propia vivencia pesquera en nuestra web. Comparto un fragmento e invito a leerla íntegra online.
«Cuando niño uno sueña con ser muchas cosas, sobre todo superhéroe: Batman, Supermán, etc. Yo no. (…) Desde pequeño me atrajeron las historias del mar: los vikingos, los corsarios, los piratas… Mi novela predilecta era El viejo y el mar, y como héroe también tenía a otro viejo, que no tenía nada que ver con el mar ni con la novela, y que todas las noches regresaba del río del barrio con una ensarta de truchas y otros peces sin nombres que no sobrepasaban el tamaño del anzuelo… En mi interior, definitivamente, se escondía un futuro pescador surcando los siete mares. Yo era el capitán Ahab… ¡Ay de Moby Dick cuando yo creciera…! (…) Yo era un lobo de mar. Claro, los sueños y fantasías de niño la mayoría de las veces se acaban con esa misma edad (…). Pero lo de pescador sí se me quedó, solo que desde la orilla. Y ya se sabe que el mayor cociente de inteligencia del mundo animal —incluyendo el animal humano— lo tienen los ronquitos de la costa. Primero pesca usted un submarino nuclear con tripulación incluida, que un ronquito orillero… Y como comen los muy… ¡Yo, típico pescador de orilla, he estado alimentando a esos bichos del diablo por más tiempo que cualquier organismo de la ONU encargado de llevar alimentos a países necesitados. Pero eso fue hasta hace poco, cuando me compré un bote, mejor que el de El viejo y el mar. Y mis avíos costaron… Hasta adquirí varas “Shakespeare” por si los ronquitos roncaban en inglés. —¡A coger pescado en grande se ha dicho, familia! —grité como un vikingo. Salimos al anochecer de ese día, que según los expertos pescadores es el horario en el que más se pescaba el pez grande y por lo tanto los ronquitos se esconden para no ser ellos comidos. ¡Mar afuera, mar afuera! —gritaba toda la familia, mi mujer, dos de mis hijos, un amigo mexicano y otro gringo… Seis horas después, ya nadie gritaba en el bote y lo que sí estábamos era analizando el resultado de la pesca: dos docenas de anzuelos con sus correspondientes quitavueltas y plomadas tragados por el azul… Tres varas rotas o perdidas. Seis libras de camarones de los más grandes, que los llevamos como carnada para tratar de coger cosas mucho más grandes que ellos, y un paquete de cinco libras de calamares que conjuntamente con los camarones y otras cositas hubieran dado una paella como para alimentar a la tripulación de un buque de guerra… Y todo eso tragado por el apetito feroz de los desmadrados ronquitos orilleros».