La tecla del duende
Un grupo universitario se confabula para recordar al amigo que ha debido ausentarse. Aynel Martínez redacta la crónica y este tecleador se hace cómplice. ¿Verdad que las palabras abrazan? Miren ustedes las de hoy...
La una y veinte de la tarde me recuerda que no he probado bocado en todo el día y mi estómago ya está exigiendo el receso de 15 minutos de las tres y media. Faltan casi dos horas todavía y consigo centrarme en un punto de referencia en el aula: allá delante, donde el polvo de tiza participa tanto en la clase como los propios estudiantes. Allí está la silla de la primera mesa en la fila más cercana a la ventana. Allí está: menos densa en habitantes que la Ciénaga de Zapata; llena de bolsos con cosméticos y otros accesorios pertenecientes a alguna muchacha; no está de frente a la pizarra, se encuentra mirando al edificio como quien ha convalidado la asignatura y no necesita atender.
La silla, pero creo que aun más la mesa, extraña la laptop del sistema operativo «sui géneris», con el fondo de pantalla cambiante, las fotos de una boda y de varios emblemas de la ciudad de Turín. Extraña también la muleta asustada que solía acostarse en el suelo para ver si mejoraba sus problemas en la columna. Pero más que todo, extraña al amigo que no estaba en el registro de asistencias: aquel que llegó cierto día con un papel en la mano y, para variar, no era un certificado médico capaz de justificar la ausencia a un turno de clases; aquel que mantenía el doble sentido como bandera; aquel que hablaba de Del Piero, Zidane, Nedved o Trezeguet; aquel que timbraba al teléfono celular de quien estaba ofuscado por la mala nota de un examen; aquel de la intranquilidad de las neuronas, ¿o de «La neurona intranquila»? El hambre provoca mi confusión. Ya se ha escapado una hora, la gente ha ido al baño, ha chocado torpemente con la silla y esta sigue en la misma posición. Parece como si se empeñara en observar qué prepara de merienda la vecina del segundo piso. Hoy, seguirá mirando hacia el edificio. Mañana, recibirá o no a otro alumno de la Facultad, o pasará el muchacho de mantenimiento y la contabilizará como un medio material más. Pero, después de la una de la tarde, me encargaré de ponerla de frente a la pizarra, por si Daymell toca a la puerta y trae otro papel en su mano.
Mujeres y flores. A tema tan alto estuvo dedicada la tertulia matancera en su sede del Palacio de Junco. Las delicias al piano de Gloria Mónica, la lectura apasionada de Benita; los arrestos de María Elena, Lourdes y Ana, entre muchas «ocurrentas», dieron sabor al encuentro.// Y los espirituanos se encontrarán este domingo, en la galería de arte Oscar Fernández Morera, a las 10:00 a.m.
Profe: Le puse ruedas a tu corazón ¡y llegamos al año! Tu Randonneuse
Adriana: «Quizá te diga un día que dejé de quererte, aunque siga queriéndote más allá de la muerte». Idilio