La tecla del duende
«No hacen falta alas para hacer un sueño», diría el poeta de la guitarra. No hacen falta convocatorias para tender los brazos y el afecto. Veamos esta historia real que envía la ciberHaydée:
Resulta que desde hace varios fines de semana, al Chino y Tania, una pareja de tecleros, no se les ve por la capital. Al encontrarme con él en una guagua, le pregunté: «¿Eh, y ustedes dónde andan?». Esta fue su respuesta:
«Una noche, después de los desastres del primer huracán, mi esposa y yo veíamos la television y ella, sin pensarlo mucho, me dijo: “Yo no puedo quedarme sin hacer nada. Vamos a ayudar a esas personas”. Recogimos entre varios amigos ropa y zapatos, y salimos ese fin de semana hacia Pinar del Río».
En un pequeño pueblito los recibieron con enorme gratitud; guardaron las cosas y empezaron a trabajar repartiendo tejas. Así estuvieron hasta la madrugada. Desde ese día todos los fines de semana se van por sus medios a trabajar a Pinar del Río. Ya son como dos vecinos más del golpeado caserío que renace.
La bondad de los desconocidosY desde la fría ciudad de Turín, en Italia, otro teclero envía el siguiente mensaje:
El primer día que salí a enamorar la tierra extraña, me confirmó que todos somos ciudadanos del mundo. El impulso inicial me lo dio Johanes, un etiope que sirve en el comedor del hotel Rosa Blu, donde me alojo, al indicarme algunas reglas esenciales para conducirme en el nuevo ambiente.
Una vez en la calle, como los transportistas estaban en huelga, llegar a la distante Universidad de Torino me parecía un imposible. Entonces Bernard, un jubilado obrero francés, me indicó qué rutas aún quedaban laborando y casi hizo todo el trayecto conmigo. No cesaba de decirme que era un bad day, para empezar en Turín, pero que no me preocupara.
(...) Casi de noche, luego de una clase de italiano, me enfrenté a la tarea de regresar al hotel. Mapa en mano comencé a preguntar ansiosamente. En ese momento un estudiante inglés con aspecto de beatle trasnochado, me indicó la entrada del Metro y hasta me regaló un ticket.
En el vagón, mientras una italiana con cara de madre buena pretendía entender mis señas, Tatiana, una rusa sonriente que conocí por la mañana, vino a sacarme de apuros. «Capolínea, Capolínea», me decía; hasta que comprendí que debía bajarme en la última parada.
Al final del recorrido tampoco sabía cómo seguir. Entonces Simonetta, la italiana maternal, llamó desde su móvil al Rosa Blu. Le sugirieron que tomara un taxi, y ella —interpretando mi cara— les respondía: «Ma, è un ragazzo studente... O sea: «¿con qué plata?». Terminó acompañándome a pie hasta el hotel. Como decía Agrado, aquel personaje de Almodóvar: «Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos».
GraffitiP: Yo busco hombres que sientan, no niños que jueguen a sentir. K
SemillaCamilo (...) Mástil de eneros que empalma,/ gallo y gaviota: sinsonte,/ curujey de llano y monte,/ trino de octubres: amor/ cuando mar, niños y flor/ se funden al horizonte. (María del Carmen González)