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La duda conduce a Roma

Sucede que uno piensa, en un determinado punto de la vida, que pocas cosas pueden sorprenderlo, pero enmudece cuando viene alguien y le cuenta sobre «los disparates» que están haciendo en cierta funeraria.

«Pues nada —te dicen—. La funeraria tiene un plan energético anual y si lo “sobrecumple” antes de fin de año hay que apagar. Por eso ya velaron a unos cuantos en la florería… Ni morir en paz se puede».

La noticia corre rápidamente y llega a la prensa. Se activa la sed periodística de criticar lo mal hecho. Pero ante los directivos de la funeraria se detiene el caos. «¿Cómo? ¿Y esa barbaridad quién se la dijo? —inquiere el Director—. Pero si nosotros tenemos hasta un grupo electrógeno para casos de emergencia».

Las «bolas» son la muestra más impactante de la creciente imaginación de ciertos compatriotas. Progresan con el desarrollo mismo de la sociedad, y son capaces de admitir hasta los más impensados sucesos, que ni la literatura de ficción podría superar.

Se enfocan generalmente en asuntos bien sensibles de la vida social —los alimentos, los servicios básicos y otros— y se apuntalan con el criterio de personas presumiblemente bien enteradas de casi todo o cercanas a alguna fuente institucional. A estos los puedes reconocer detrás de la frase: «Me lo dijo fulanito…», investidos de una ascendencia que termina inclinando la balanza a favor del rumor, sin que importe cuánto fundamento tiene el «ruido» que trae.

La tradición también sazona la espiral de la «bola», por las analogías que se tejen entre el tema en cuestión y lo ocurrido en ocasiones anteriores. Luego, cuando sobreviene la serenidad y el sentido común comienza a hacer su labor, uno llega a percatarse de que hay móviles y circunstancias tan diferentes entre un hecho y otro que es poco probable que la infinita realidad alumbre eventos casi idénticos.

Mejor sería ver y comprobar antes que rodar nosotros también con la «bola», claro, pero como no disponemos del don de la omnipresencia ni podemos asomarnos al aleph de Borges, valdría aquí aplicar un principio casi infalible: el de la duda.

Dudar para meditar y ayudar a que otros piensen que puede haber gato encerrado, que las piezas no encajan, que el dominó «se tranca» en algún sitio e instante. Dudar para procurar los elementos que pongan las cosas en su lugar —cuando el tema del rumor amerite que cacemos la información, pues otras «bolas» no resisten el peso de su incoherencia. Dudar para crecer no solo como personas con interrogantes, sino para recordar que también somos, muchas veces, trabajadores de instituciones o empresas que no siempre conceden la máxima importancia a tener informada a la ciudadanía —esa función trasciende a la prensa misma y apela a la capacidad de todos de participar desde cada oficina o taller en esa proyección—, dejando vacíos inexplicables que luego un rumor quiere venir «a llenar».

Entonces, cuando «alguien» le cuente «algo», ¡cuidado!: uno puede caer en la trampa de apoyar y contribuir a la difusión de la «bola».

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