Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Margarita

Pronto sabré que quizá no debía haberme preocupado por ella. Que se llama Margarita, tiene muchos hijos y una casa donde vivir. Que la policía la conoce y la llevará hasta allá sin ningún contratiempo. Que volverá a despertar en su cama… sola. Que tal vez vuelva a perderse. Sí. Puede que deba inquietarme.

Quizá deba acercarme a ella. Ver por qué trae un zapato en la mano. Fijarme en que no está sucia. Escuchar cómo me cuenta que se cayó, que su zapato está roto, que su papá se llama Abelardo León. Olerla. No, no está ebria. Tiene unos ojos tan azules… Dice que tiene sed. Le damos agua. «Tampoco he comido», menciona. Pero no me dejan darle nada por miedo a una diabetes o qué sé yo.

Es tan tierna. Dan ganas de robársela («me la encontré y es mía», como un niño caprichoso, sí, robársela). ¿Alguien buscará a Margarita? Habrá algún ser inquieto en su casa por su ausencia. ¿Tendrá casa? ¿Me engaña Margarita mientras aparenta un Alzheimer insoportable que no me deja encontrar forma de ayudarla? No sé nada.

Ni Sherlock Holmes ha inventado formas más ingeniosas de llevar adelante una pesquisa para resolver el misterio de la viejecita aparecida un sábado a las 12 de la noche en mi cuadra. Todo es en vano. Margarita me habla de su vida. De lo contenta que iba en su caballo. Del tren, de la línea, de que no había comido (otra vez no me dejan darle nada).

Entonces… la policía. Tengo un poco de miedo de enviarla a la estación a su suerte. A esperar por alguien que quizá no exista. A dejarla ir contando sus historias de tiempos pasados que debieron ser más felices. Pero pasados al fin y sin remedio (el tiempo… el implacable).

La policía es una buena opción. El alivio tremendo de escuchar cómo los dos jóvenes oficiales le dicen con la ternura con que se le habla a una abuelita majadera: ¡Ah, Margarita, eres tú! Eso es reconfortante. Al menos la conocen. Provoca tristeza oírlos decir: «¡La historia de su vida es tan larga! ¡Pero no crean que no tiene a nadie!».

Dicen que Margarita tiene siete hijos. Y está sola en el mundo. Se despierta en un lugar donde su mente no puede dejarle hacer mucho. Y no sé lo que antes fue. Pero sí veo lo que ahora es. No soy experta en juicios, pero la soledad en la vejez no debe ser un castigo muy justo. Ni siquiera podré oír cómo sus hijos se defienden. Pero me gustaría tanto que alguno me leyera… Aunque el nombre de su madre no sea Margarita.

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