Los que soñamos por la oreja
Hace un año, justo en coincidencia con las celebraciones a propósito del Día Internacional de la Mujer, por encargo de una revista de una universidad brasileña, andaba en los preparativos de un ensayo acerca de la participación de las féminas en la vida musical cubana. A partir de algunas de las ideas que manejaba en el trabajo, escribí una columna sobre el tema para este espacio en Juventud Rebelde.
Han transcurrido 12 meses y al meditar sobre lo sucedido de entonces a acá, me doy cuenta de que nada ha cambiado y que seguimos en el mismo punto en que estábamos por aquellos días de marzo de 2017. Ocurre que pese al importante papel que las mujeres vienen jugando en nuestra vida musical, entre nosotros no se han realizado estudios de género a fin de establecer, por ejemplo, diferencias y similitudes entre las canciones compuestas por ellas y las creadas por hombres.
Como señalaba en el aludido texto del pasado año, si bien es cierto que el arte no está para ser seccionado, las sicologías de ambos géneros son diferentes, a lo cual se une la realidad de que cada persona le aporta su individualidad a lo que hace. De lo anterior se desprende que nuestra condición de hombre o mujer quedará plasmada, al margen de la propia voluntad del individuo, en la creación artística, porque formamos parte de una historia social. Por ello, la importancia en las ciencias sociales contemporáneas de estudios de género o de generaciones.
Esos análisis a partir de enfoques de género y de perspectivas al corte de las aportadas por figuras como Judith Butler, pendientes en el universo trovadoresco cubano y en general en toda nuestra música, quizá podrían responder preguntas como: ¿por qué históricamente en Cuba han sido pocas las mujeres trovadoras en comparación con los hombres, o cuánto de una visión machista del mundo perdura en canciones de trovadores de nuestros días? No está de más señalar que el discurso académico que se define como neutral resulta a la postre muy masculino, o sea, que una perspectiva de género para indagar en torno a la práctica musical es más que necesaria.
Piénsese en que al reflexionar acerca de la presencia de la mujer en la historia de la música cubana, hay una gran cantidad de interrogantes que aguardan por serias exégesis. Por ejemplo: ¿Las cuestiones de género pueden quedar limitadas únicamente a lo corporal-baile? ¿Qué rol ha jugado lo sexual en las estrellas femeninas que ha tenido nuestra música? ¿Han sido acaso expresión de la liberación sexual femenina o, por el contrario, manifestación de convertir a la mujer en mercancía? ¿Cómo ha sido la división social del trabajo en la música cubana? ¿Existen entre nosotros en lo musical estereotipos de género? ¿Cuáles? Digo esto último a propósito de la vestimenta, los movimientos en la escena, las letras de las melodías, la forma de cantar, la publicidad, los videoclips… En fin, que ya es hora de que en Cuba, en lo concerniente a los estudios de música y mujer, avancemos del imprescindible recuento biográfico a una fase superior y crítica, en la que se intente establecer las diferencias, si es que existen, en la práctica musical por el género masculino y el femenino.
Por mi parte, insisto en el tema porque lo considero de sumo interés y de palpitante actualidad. Por lo pronto, mientras seguimos en la espera del tipo de investigación por el que estoy abogando, quiero dejar como regalo para las lectoras de mi columna, el texto de una canción de Israel Rojas titulada Una mujer, y que me parece un hermoso homenaje para ustedes por este 8 de marzo:
Toda mujer tiene alma de flor,/ mas repárese en la tierra que la nutre,/ la fortuna de un rayo de sol/ o la sombra artera que la cubre,/ pero nada evitará que polinicen los pantanos,/ los desiertos y las cumbres.
Una flor que imagina lluvias cuando la sequía./ Una flor que perfuma el viento cuando la acaricia./ Una flor destino enamorable, corazón, semilla./ Una flor que al derecho es copa y al revés sombrilla./ Una flor que al dolor puede arrancarle maravillas/ abrazando una razón con fiera ternura de madre,/ interminable./ Una mujer inmarchitable./ Una mujer inolvidable./ Una mujer.
Esa mujer con alma de flor/ lleva dentro en la raíz tal fortaleza,/ ni con sangre la caló el pavor,/ ni en la muerte dobla la cabeza./ Sabe que la palma es un suspiro,/ coronado de esperanza y de belleza.
Una flor que la buena savia empina y la reparte./ Una flor que si a fuego insultan anda y arde./ Una flor que estalla hasta cegar a todos los cobardes./ Una flor que al nombrarla acudirán las mariposas./ Una flor verdadera, desbordada y espinosa,/ que vuela otra vez si sale el angelote despreciable,/ interminable./ Una mujer inmarchitable./ Una mujer inolvidable./ Una mujer.
Una flor que al derecho es copa y al revés sombrilla./ Una flor que al dolor puede arrancarle maravillas,/ abrazando una razón con fiera ternura de madre,/ interminable./ Una mujer inmarchitable./ Una mujer inolvidable./ Una mujer.