Los que soñamos por la oreja
Aunque al margen de los medios de comunicación y en buena medida de los sellos discográficos en el país, una de las expresiones musicales que en el período transcurrido desde los 80 de la anterior centuria hasta nuestros días, en Cuba ha vivido una intensa actividad es la del bolero, gracias a los festivales del género organizados por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
He tenido la posibilidad de intervenir en algunas de las emisiones del coloquio que a propósito del evento Boleros de Oro se desarrolla a la par de los recitales y conciertos. Una de las tesis que he defendido en tales encuentros teóricos es que entre los cubanos existe hoy, en ciertas zonas de la más joven música nacional, una manera diferente, pero también válida de acercarse al bolero. En verdad, en dicho sentido no cabe hablar de la aparición de un movimiento sino de un puñado de composiciones cada vez más numeroso.
Es evidente que la insuficiente perspectiva crítica y el escaso material bibliográfico de que se dispone en relación con este fenómeno, y en sentido general con respecto a los disímiles procesos que han signado la música popular cubana de las últimas décadas, torna en extremo complejo poder llevar a cabo un trabajo exhaustivo y completo acerca de un tema como el aquí someramente abordado y que no dudo en catalogar como de manifiesta actualidad.
Según mi punto de vista, la principal razón que ha imposibilitado la consolidación o tan siquiera aparición de un movimiento en torno a la creación de nuevos boleros está en el desinterés que al respecto han tenido las casas discográficas locales, que persisten en apostar solo por los clásicos del género. En un muy lúcido estudio acerca de la presencia del bolero en la producción discográfica cubana llevada a cabo desde la década de los 90 hasta la actualidad, la musicóloga Xiomara Pedroso Gómez llega a conclusiones como estas:
«La producción cíclica de fonogramas compilatorios o antológicos con propuestas temáticas o interpretativas de gran valor patrimonial, pero muy similares.
«La insuficiente presencia de la diversidad temática de las obras de los compositores del género en las producciones fonográficas.
«La progresiva desaparición de la clasificación genérica en los fonogramas.
«La reducida presencia autoral contemporánea y de creaciones actuales del género en la fonografía.
«El escaso reflejo de intérpretes de la bolerística contemporánea —tanto consagrados como jóvenes— en las producciones fonográficas».
Pese al infausto panorama antes descrito, desde que allá por la segunda mitad de los 70 se conociera el tema El amor se acaba, original de Osvaldo Rodríguez y su grupo Los 5-U-4, en Cuba ha habido una corriente que se inscribe en la larga tradición de quienes han intentado deconstruir las tradiciones y así, revisar y a la vez revitalizar por medio de sus estrategias discursivas los códigos santificados por el canon valorativo al uso en cuanto al bolero se refiere, esos modelos que a fuerza de repetirse por doquier se convierten en paradigmas genéricos.
En este entramado retador, consistente en crear sobre lo ya creado, en la búsqueda de otros caminos para el bolero entre nosotros, encontramos que al abordar la realidad, ello se hace desde una perspectiva de lo alterno desde el prisma musical, corriente a la que por lo general se asocian los compositores vinculados al proceso de renovación y reactualización de este género y que en su gran mayoría provienen de lo que gusto denominar Canción cubana contemporánea, o sea, el tipo de cancionística realizada por compatriotas nuestros tanto dentro como fuera del país y que hereda determinados presupuestos estéticos del desaparecido Movimiento de la Nueva Trova, pero que además se abre a otras expresiones del arte sonoro contemporáneo, en concordancia con los procesos de hibridación vividos hoy por la música popular.
En verdad, el bolero permanece vivo entre nosotros, y es porque, como todo género auténtico, crea una tradición (sobre la base de su autenticidad). Pero la tradición no se muestra ni demuestra por el álbum de recuerdos, pues a fin de cuentas aunque haya quien no se percate de ello, la tradición no es una nostalgia.