Los que soñamos por la oreja
Referirse a los contenidos de la cancionística cubana de los últimos decenios del pasado siglo y de lo que va del presente resulta una ardua tarea, y ello pudiera hacerse desde múltiples perspectivas de análisis. En cualquier caso, es posible intentar trazar algunas pistas para una reflexión. Pienso que hay que partir del hecho de que en la actualidad, el producto o bien musical se encuentra en extremo contaminado por diversos intereses, expresados en la industria cultural.
Sin caer en la tontería de pretender satanizar al mercado, puesto que al menos para mí está claro que este no solo puede perdernos sino que también tiene la posibilidad de salvarnos (vale recordar que los músicos, incluidos los cantautores, viven de él), y además resulta un espacio de transacción que ejerce una función promocional y dinamizadora del consenso cultural que es de suma importancia, nadie puede negar que a partir de su irrupción entre nosotros y de que el hecho musical empezó a concebirse en función de la ley de oferta y demanda, es el fenómeno que más ha influido y marcado los derroteros no ya de la canción cubana contemporánea sino de toda la música popular facturada en el país. Unas veces para bien y otras para mal. Cierto que ha lanzado figuras locales al estrellato, pero igualmente no ha propiciado el desarrollo armonioso de manifestaciones sonoras que no están entre las favorecidas por la débil industria discográfica cubana, al no aparecer entre las de mayores ventas.
Creo que a estas alturas, a todos es evidente que para el ingreso y la aceptación dentro del ámbito comercial, la creación facturada por trovadores y/o cantautores se ve forzada por las circunstancias a cruzar fronteras genéricas y estilísticas que hasta hace muy poco resultaban infranqueables para los artistas del gremio y que, según el parecer de los más tradicionalistas y ortodoxos, vienen a ser algo así como pecados de lesa humanidad.
En aras de insertarse dentro de los ambivalentes espacios de la industria cultural y su circuito de difusión comercial, con frecuencia hay que entrar en un peligroso territorio de pleitesías y desarrollos que faciliten la circulación y distribución de la obra musical, lo cual representa un proceder diríase que mercenario pero que, paradójicamente, presupone lo que cabría considerarse como un poderoso filtro que posibilita visualizar las formas de mayor solidez y vigor en relación con las veleidades ocasionales y las modas espurias.
Al margen de que por las realidades de un lugar como Cuba lo anterior registra peculiaridades específicas, digamos el hecho cierto de que en nuestro país la industria de la música apenas existe o su desarrollo es incipiente, no se puede soslayar la realidad creciente de que la canción popular moderna, de la que también forma parte la producción trovadoresca o el híbrido derivado de esta, en la actualidad flota entre las aguas tormentosas de los criterios y gustos que exige o demanda una audiencia mediatizada y las corrientes sensibles de los autores-compositores que aprecian en este género una legítima forma de expresión musical seria.
Con el arribo de la década de los 90, aparece entre nosotros el mercado como fenómeno con el cual los cantautores y demás artistas cubanos han tenido que aprender a lidiar. Hasta ese momento, en el mundo musical de la Isla nadie estaba entrenado para ello, ni los músicos, ni las instituciones, pues nunca existió una estrategia centrada en que la música fuera generadora de ingresos, y se veía su cultivo como una forma de elevar el nivel espiritual de los individuos.
Así, por ejemplo, antiguamente el trabajo discográfico era parte del sistema cultural del país y no tenía una proyección comercial, lo que implicó que aquí se estuviese muchos años de espalda a lo que en todo el mundo se hacía en materia de marketing (o mercadeo, como hay que decir en español), que tiene determinadas formas de llevarse a cabo y que es un terreno para el cual todavía en la actualidad en Cuba no se está lo suficientemente preparados para interactuar como es debido, cosa que a no dudar en mayor o menor grado ha afectado a nuestro talento musical.