Lecturas
En 1955 aparecía por primera vez en las páginas de la revista Mella, órgano de la Juventud Socialista, un personaje cuyas «perrerías» iban a simbolizar el espíritu de inconformidad y lucha del pueblo cubano contra la tiranía de Fulgencio Batista. Pucho —ese era su nombre— orinaba en la cara del tirano (1955); estaba presente en el Palacio Presidencial el día de 1957 en que fue asaltado por un grupo de revolucionarios y veía a Batista asumir desde un inodoro la defensa del edificio; o escribía «Viva el Primero de Mayo» en la carrocería de una perseguidora (1958)…
Pucho era un perro. Y Pucho y sus perrerías, el título de la sección que durante los años finales del batistato siguió su deterioro paso a paso y la ridiculizó.
Detrás del nombre de Laura que calzaba aquellas caricaturas, se ocultaban —a partir de 1953 la revista Mella apareció de manera clandestina— dos figuras valiosas del humorismo cubano: Marcos Behemaras (1925-1966), quien concibiera el personaje y fuera el guionista de las historietas, y Virgilio Martínez (1931-2008), el dibujante que les diera cuerpo.
René de la Nuez consideraba a Virgilio un historietista extraordinario, en tanto que para Juan Padrón fue el más grande y completo de los dibujantes cubanos que le tocó conocer; un verdadero artista. Ares dice que Virgilio se pareció a su tiempo: bebió de la gráfica soviética y del comic norteamericano y dio sabor criollo a lo que hizo. Tommy recordaba al hombre que se caracterizó por su modestia y lamentaba que no se reconociera a plenitud la obra que legó durante su fructífera vida en publicaciones como Mella, El Sable, La Chicharra, El Caimán Barbudo, Juventud Rebelde, Pionero, DDT, Granma... «y en la memoria gráfica que ayudó a consolidar antes y después del triunfo de la Revolución».
El trovador Silvio Rodríguez, que lo conoció cuando con 15 años de edad quiso ser dibujante, evocaba el tremendo poder de síntesis de Virgilio, su talento fuera de serie para mostrar cómo se resolvían las dificultades, su facilidad para transmitir aspectos del aprendizaje del dibujo que en una escuela tardaban años en aprenderse. «Prácticamente bastaba con sentarse a su lado y ver cómo trazaba cualquier cosa», decía el creador de Ojalá, quien estuvo presente desde que Virgilio hizo los primeros bocetos hasta que dio color al emblema de la UJC, al que con el tiempo añadió la efigie del Che.
—Yo he trabajado de manera espontánea, sin detenerme a elaborar fórmulas ni teorías. Me gusta que mis caricaturas provoquen la risa, pero que lleven un contenido. Si ese contenido hace pensar, entonces resultan mucho mejores— me dijo Virgilio Martínez hace casi 50 años, cuando trabajaba como ilustrador e historietista en el semanario Pionero, etapa que consideró una oportunidad magnífica, un quehacer muy difícil, precisaba, que exigía un replanteo de conceptos y técnicas. Una labor fructífera y estimulante al propio tiempo porque exigía aprender de los niños.
En 1955, Behemaras, destacado guionista de la televisión de entonces, concibe a Pucho, y Virgilio Martínez le da forma. Dos años más tarde, René de la Nuez crea El Loquito, y en 1958, Santiago Armada (Chago) hace nacer a Julito 26, que aparece en El Cubano Libre, periódico mimeografiado y confeccionado en la Sierra Maestra. Los tres personajes simbolizan al pueblo cubano en su lucha contra el batistato.
No resultaba fácil hacer la revista Mella. La represión en Cuba adquiría ribetes dramáticos y el equipo a cargo sabía que con cada número se jugaba la vida. El gobierno la perseguía con saña. Nunca localizó la imprenta, y ante lo inútil de la búsqueda llegó a pensar que se imprimía en el exterior. Una rigurosa disciplina, la compartimentación de funciones, una imprenta itinerante y, sobre todo, el valor y la audacia de los hombres que la hacían posible permitieron que Mella pudiera ver la luz ininterrumpidamente hasta la fuga de Batista.
—Nuez, Chago y yo nos movimos en condiciones diferentes— me dijo Virgilio. Nuez tuvo que poner en práctica un sistema de claves que al tiempo que fuera comprensible para el pueblo, le permitiera burlar la censura, pues sus dibujos aparecían en un semanario de circulación legal. Chago trabajó en la Sierra, en territorio controlado por la guerrilla fidelista, y podía moverse con libertad. Yo tuve que hacerlo desde el clandestinaje. Creo que los tres personajes se complementan entre sí.
Virgilio hizo dibujo comercial hasta que el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 lo lanzó como dibujante político. Estrena esa faceta en una revista de la Juventud Ortodoxa, y luego en la revista Alma Mater, de la FEU.
Hacía el dibujo y ponía su pie: Batista es el hambre, Batista es la paz de los sepulcros, lo cual no era más que la respuesta del pueblo a los eslóganes que hacía circular la tiranía (Batista es el hombre; Batista es la paz). El tirano aparecía en algunos de ellos como un pulpo, oprimiendo al pueblo…
Siempre detestó a Batista. Su familia no dejaba de repetir, casi a gritos, que era el asesino de Antonio Guiteras. Batista le caía instintivamente mal, y a partir del 10 de marzo quiso ridiculizarlo, hacer que se convirtiera en un ente risible contra el cual era posible luchar.
Precisa el artista: «El dibujo político tiene propósito de mucho vuelo y alcance. Su función más importante es la de ser un arma de combate. No puede hacerse individualmente. Es en el marco de una disciplina militante, de una orientación política que no puede ser inventada, sino recibida, en la que el humor logra su verdadera eficacia. Mi trabajo para la revista Mella es lo que me permite llegar a ese convencimiento».
En medio de la represión que siguió al asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, varios militantes de la Juventud Socialista buscaron refugio en casa de la persona con la que Virgilio trabajaba como dibujante comercial. Ellos le pidieron dibujos para publicaciones de su organización y Virgilio se los entregó sin saber dónde se publicarían. El caso es que se fue olvidando de esos dibujos y mucho tiempo después, ya en la Revolución, los reconoció en una exposición de la prensa clandestina cubana.
El contacto quedó hecho con aquellos militantes y eso fue lo que llevó a Virgilio a la revista Mella, en enero de 1953. Un día, a través de alguien que confeccionaba la revista, recibió un pequeño guion: un perro caminaba por la acera, veía un cartel que anunciaba a Batista como el elegido de la historia, y lo orinaba. A partir de ahí dio cuerpo al personaje, que perfila hasta tomar su forma definitiva después de varios números.
Hacer llegar el dibujo a la Redacción de la revista era todo un proceso. Virgilio se lo entregaba a un compañero que a su vez se lo pasaba a otro que era, en definitiva, quien lo haría llegar a la imprenta. No conocía a la gente que hacía la revista y vino a saber que Marcos Behemaras era el autor de los guiones después de 1959.
Y precisa: ese sistema hizo posible que la revista Mella pudiera mantenerse durante toda la etapa clandestina.
Virgilio fue un autodidacta que no puso límites a sus intereses creativos. Muy temprano comenzó a seguir el humorismo de la prensa cubana, sobre todo en publicaciones de izquierda. Estudió después a Posada y se dio cuenta de que algo de lo suyo se parecía, al menos en la intención, a lo que había hecho ese dibujante mexicano. Estudió también a Grooper, el pintor y muralista norteamericano que hacía humor en las páginas del periódico del Partido Comunista de ese país. Pero serán los cubanos Horacio y Adigio los que lo marcarán más hondamente.
Ya en la Revolución, los dardos de su humor se dirigieron a los blancos que ofrecía el mismo proceso político del país. Satirizó el burocratismo, el maltrato al cliente en centros de servicio, los malos hábitos de estudio… Hizo muchas historietas para el semanario Pionero (El carro del cielo, La isla de los pájaros, El herrero y el perro, algún pasaje de Las mil y una noches…) hasta que, como caricaturista editorial, concluyó su vida creativa en el periódico Granma.