Lecturas
La nota publicada en la revista Bohemia (2 de diciembre, 1956) da cuenta de cómo en la necrópolis de Colón se negociaba con el dolor de la gente.
Consigna la información que en el cuadro 11 del campo común, que se inundaba con la lluvia, los precios del terreno pasaron de 13 pesos el metro a la orilla de la calle y diez los espacios interiores, a 35 y 30 pesos respectivamente. Se incrementaban asimismo los precios en los terrenos de los cuadros 19 y 21, que pasaron a ser de 90 pesos los de la orilla y 60 los otros. Los jardineros que limpiaban y cuidaban las bóvedas, quienes pagaban a la administración del cementerio una cuota de 150 pesos mensuales, al igual que durante los 15 años precedentes, debieron empezar a pagar 300. Subió también, de 150 a 300 pesos, el servicio de los camiones que recogían y transportaban la basura, y el trabajador que recogía las coronas y las limpiaba para vender luego su estructura a los jardines, empezó a abonar una cuota de 60 pesos, el doble de lo que pagó hasta entonces.
Información recogida por la revista precisaba que esas medidas eran obra de monseñor Raúl del Valle, interventor general del cementerio, y que el cardenal Manuel Arteaga desconocía de esos abusos.
«Ahora vendo billetes y limpio zapatos, pero cuando gane más dinero voy a entrar en una escuela para que me enseñen a ser médico», decía un niño a un periodista de la revista Carteles (18 de mayo, 1952) después de ver llorar a su madre por carecer de dinero con que costear la asistencia de otro de sus hijos, gravemente enfermo.
Según un reportaje dado a conocer en Bohemia (25 de septiembre, 1949), la enorme desproporción que en ese año existía entre los infantes que matriculaban el primer grado de la escuela primaria y los que concluían el sexto, era la misma que la denunciada por el educador Alfredo Aguayo en 1913.
En 1949 las escuelas seguían siendo insuficientes, y solo en el campo faltaban más de 7 000 aulas; los locales de las que existían presentaban una desastrosa situación constructiva y de higiene y sufrían la carencia de medios y de base material de estudio.
Enfatizaba el reportaje que la población rural carecía de una escuela fuerte y vigorosa, y añadía que «el maestro rural procedente de la ciudad actúa desarraigado del medio agrícola y permanece en la escuela el tiempo imprescindible, cuando no disfruta de licencia que le permite mantener la plaza hasta que puede optar por una en la ciudad».
Critica la sesión única en las escuelas rurales y la generalización del trabajo infantil en el campo, que impide la asistencia a clases. Dice por otra parte: «El calendario escolar no se adapta a los períodos de siembra y cosecha, períodos claves donde la familia campesina necesita con frecuencia de todos sus hijos». Señala asimismo que se trata de una población infantil «marcadamente subalimentada y de salud precaria, lo que determina la deserción de las aulas».
No está de más recordar que una encuesta realizada en 1957 por la Agrupación Católica de La Habana determinó que en la dieta de los obreros agrícolas existía un déficit de mil calorías diarias, con ausencia de vitaminas y minerales fundamentales. El 14 por ciento de ellos padecía o había padecido tuberculosis, el 13 por ciento había sufrido fiebre tifoidea y el 36 por ciento se consideraba parasitado, índice este que podía ser superior. El 91 por ciento estaba desnutrido y solo el cuatro por ciento consumía carne.
Son dramáticas algunas de las cifras que revela el Censo de población y viviendas de 1953, que dos años más tarde publicaría el Tribunal Superior Electoral.
Allí se lee que de 2 459 730 cubanos entre los cinco y los 24 años de edad, solo 840 195 asistieron más o menos a las aulas. Añade que de 1 200 000 niños censados, unos 574 000 no asistían a la escuela. El 44,4 por ciento de los que por su edad estaban obligado a asistir a la escuela, no asistía a ninguna. De 629 000 niños residentes fuera de los centros urbanos, solo 245 000 asistían a las pobres escuelitas rurales. De 558 000 personas entre 15 y 18 años, solo el 17 por ciento proseguía estudios, mientras que unos 466 000 no superaban el cuarto grado.
En enero de 1953 existía un millón y medio de ciudadanos que no habían aprobado siquiera el primer grado de la enseñanza elemental, 240 000 no llegaban al tercer grado y solo cerca de un millón habían terminado el sexto. Decía el historiador Emilio Portell Vilá (Bohemía, 15 de enero, 1956) que un millón de cubanos mayor de diez años era analfabeto.
Apareció en el periódico Avance, edición de 15 de noviembre, 1937:
«Anoche, a la salida de la función del Teatro Nacional, a una señora se le cayó en la fila cuatro de lunetas un broche de brillantes y el caballero que la acompañaba vio cuando una señora vestida de negro, que iba en compañía de un caballero, lo recogía del suelo. Para evitar en ese momento una enojosa
situación, por estimarse que se trata de personas honorables, no se hizo la inmediata reclamación, pero la señora a quien se le cayó la joya espera que la que la recogió se sirva devolverla, para evitar la correspondiente denuncia.
«El esposo de la señora que perdió la joya conoce al de la señora que la recogió. Puede ser entregada en horas del día en la calle Infanta número 4, esquina a Jovellar, domicilio del Sr. Salvador Guedes, o al portero del Unión Club, San Lázaro 18».
La nota sobre la pérdida del broche de brillantes provocó, se lee en la revista Carteles (21 de noviembre,1937), «una tempestad de comentarios de la sociedad de La Habana».
«¿Quién es la dama que perdió la joya? ¿Quién la dama que la recogió? ¿Quién el caballero que la acompañaba y a quien el anuncio califica de “conocido”. Las investigaciones hechas por nosotros no han logrado encontrar respuesta a esas preguntas. Pero la sociedad habanera sigue comentando y algunos nombres están en todas las bocas».
Apunta el escribidor: La incógnita se mantiene 86 años después.
«Quieren puestos los legisladores para dar quórum», así titula el periódico El Mundo una nota de 10 de agosto de 1943. Dice:
«Las apetencias burocráticas de los representantes están constituyendo un serio obstáculo para que la Cámara pueda laborar con normalidad en esta legislatura extraordinaria. Al pase de lista de la sesión de ayer solo respondieron 13 legisladores». Una sesión en la que debía considerarse una ley que impediría el desalojo de campesinos y otra sobre el pago del retiro a los miembros del Ejército, la Marina y la Policía disueltos.
Nada. No asistieron a la sesión y amenazaron con no asistir a ninguna otra, a fin de impedir el quórum requerido, hasta no ver satisfechas sus exigencias. Así lo dijeron en las sesiones secretas de los comités parlamentarios, y terminaron diciéndolo a voz en cuello y sin ningún recato.
Un político liberal, cuyo nombre no revela la nota, decía públicamente en la sala de conferencias de la Cámara que de inicio le habían ofrecido 150 puestos (botellas), luego cien y más tarde 50, pero en la concreta no aparecía ninguno. Y otro parlamentario, este del ABC, afirmaba que solo un milagro haría posible la celebración de sesiones, pues sus colegas estaban negados a reunirse, a menos que se cumplimentaran sus peticiones en los ministerios.
Así iban las cosas.
Otra fuente: Las memorias de Liborio; la república de los años 50. Colectivo de autores. La Habana, Ed.Política, 2005.