Lecturas
Siempre que se piensa en La Habana de José Martí se evoca, sobre todo, la humilde casita de la calle Paula —hoy Leonor Pérez— donde nació el 28 de enero de 1853, hace ahora 170 años. Hay, sin embargo, otros muchos lugares que lo vinculan a la capital cubana pese a lo efímero de su existencia en ella, pues el Apóstol de nuestra Independencia, luego de su paso por la cárcel y el trabajo forzado en las canteras de San Lázaro, salió deportado de la Isla el 15 de enero de 1871 cuando tenía 17 años de edad, y no regresó hasta el 31 de agosto de 1878, ya con 25 y llevando del brazo a su esposa embarazada. Volverían a deportarlo un año después y no regresaría hasta el 11 de abril de 1895 para desembarcar por Playitas de Cajobabo, en la región oriental, para internarse y morir en la manigua insurrecta.
Supuestamente nunca volvió a La Habana después de aquel 25 de septiembre de 1879 cuando, con destino a Santander, salía deportado a bordo del vapor Alfonso XII. Días antes, el 17, la Policía se personaba en su casa de la calle Amistad, entre Neptuno y Concordia, y lo llevaba detenido al cuartel de Empedrado y Monserrate, donde permaneció incomunicado hasta que su amigo, el abogado reformista Nicolás Azcárate gestionó que la incomunicación le fuera levantada.
¿Volvió Martí a La Habana ya al final de su vida? Nada dicen al respecto sus biógrafos. Sin embargo, el ya fallecido investigador Jorge Juan Lozano Ros, que conoció a Martí como pocos, con la pasión que lo caracterizaba, daba por cierta esa visita. Vino de incógnito. Tocó a la puerta de la casa de una de sus hermanas. Quería ver a su madre. Pidió a su cuñado que buscase a Juan Gualberto Gómez y lo trajese sin decirle con quien se encontraría. Fue esa la última vez que vio a Doña Leonor.
El escribidor ha releído en estos días un cuaderno interesantísimo que apenas repercutió en el momento de su publicación. Tiene unas 80 páginas. Se titula La Habana de José Martí y lo publicó en 2018 la Casa Editorial Verde Olivo. Sus autores son María Luisa García Moreno, que acometió el texto, y el artista Evelio Toledo Quesada, que asumió las ilustraciones con la maestría que acostumbra. Un cuaderno, imagina el escribidor, que se encuentra agotado.
La Habana de José Martí es un recorrido por la ciudad que conoció el Apóstol, en especial aquellos sitios en los que vivió, estudió, trabajó y combatió, así como los que, tras su muerte, se convirtieron en lugares de recordación y homenaje. En tres partes se divide la obra: La Habana que vio José Martí; Huellas de José Martí en La Habana y Martí, recuerdo y homenaje imperecedero.
El matrimonio de Mariano de los Santos Martí Navarro y Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera ocupaba las dos habitaciones del piso superior de la casa de la calle Paula. Allí nació el Apóstol. El piso inferior lo ocupaban Juan Martí Navarro, primo hermano de Don Mariano, y Rita, hermana de Doña Leonor, con sus dos pequeños hijos. En esa casa también nace Ana, una de las hermanas de Martí.
En julio de 1856 la familia se instala en Merced 40 y casi enseguida en Ángeles 56, en La Habana de extramuros. A su regreso de Valencia, don Mariano consigue plaza de celador en el barrio de Santa Clara, se mudan a la calle Industrias, y Martí comienza a asistir a una escuelita de barrio hasta que en octubre de 1860 matricula en el colegio San Anacleto, dirigido por el prestigioso pedagogo Rafael Sixto Casado. Es en sus aulas donde conoce a Fermín Valdés Domínguez, que reside en Industrias.
Tras el regreso de Hanábana de don Mariano y su hijo, la situación de la familia se hace más precaria de lo habitual y el joven Martí debe ayudar al mantenimiento de la casa. Trabaja entonces como dependiente en una bodega. En marzo de 1865 matricula en la Escuela de Instrucción Primaria Superior Municipal para Varones situada en Prado y Ánimas y que dirige Rafael María de Mendive.
De ahí pasa al Instituto de Segunda Enseñanza, ubicado en el edificio del convento de Santo Domingo. Lo dirige Antonio Bachiller y Morales. Cursa allí solo el primer año, pues cuando el colegio de Mendive se convierte en Instituto de Segunda Enseñanza solicita matrícula y hace en ese centro el segundo año (1867-68). Sus padres se han trasladado a vivir a Marianao y el joven se instala en la casa de Mendive.
Se reúne de nuevo con los suyos en la calle Refugio. Escribió: «Aún recuerdo aquellas primerísimas impresiones de mi padre en la calle del Refugio: Porque a mí no me extrañaría verte defendiendo mañana las libertades de tu tierra». Una nueva mudada en marzo de 1867, esta vez para la calle Peñalver.
En esa fecha matricula en la escuela de San Alejandro, pero permanece en ella poco tiempo. Hace mandados para el peluquero del Teatro Tacón y gana así algún dinero y la posibilidad de presenciar, oculto entre bambalinas, las puestas en escena de ese coliseo. Frecuenta el circo-teatro Villanueva. Cuando en la noche del 22 de enero de 1869 los voluntarios asaltan ese teatro, el joven Martí se halla en casa de los Mendive. Allí va a buscarlo su madre.
Cumple prisión en la Cárcel de La Habana y cumple después pena de destierro. A su regreso a La Habana va a vivir a la calle Tulipán, en el Cerro. Allí nace su hijo José Francisco, el Ismaelillo del famoso poemario. Reanuda las relaciones con los hermanos Valdés Domínguez y labora en los bufetes de Azcárate, en la calle San Ignacio, y de Miguel Viondi, en Empedrado y Mercaderes, al tiempo que imparte clases de Gramática. Conoce a Juan Gualberto Gómez.
«Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan», dice al brindar por el periodista Adolfo Márquez Sterling y escandaliza así al elemento autonomista que asiste al homenaje en el café El Louvre, actual hotel Inglaterra, en Prado y San Rafael. Corre por la ciudad su fama de orador y su nombre suena en círculos culturales. Está presente en la función inaugural del Liceo de Regla y es el secretario del Liceo de Guanabacoa, donde hace el elogio del violinista Rafael Díaz-Albertini de manera tan vehemente que motiva que el capitán general Blanco y Erenas, presente en el acto, comente: Quiero no recordar lo que yo he oído, y no concebí nunca que se dijera delante de mí… Voy a pensar que Martí es un loco, pero un loco peligroso».
Pasa a morar en la calle Amistad, entre Neptuno y Concordia, la casa de donde se lo llevan detenido, para, sin proceso ni juicio, ser deportado a Ceuta.
En cada escuela cubana, por humilde que sea, hay un busto de José Martí. Al igual que en toda Cuba, su memoria se perpetúa en La Habana.
La estatua del Parque Central, obra del cubano Villalta Saavedra, se inauguró en 1905. Hay otra, conmovedora, en la Fragua Martiana, donde estuvieron las canteras, obra en bronce del escultor Villa Soberón, en que Martí aparece vestido de preso y con grilletes. En el vestíbulo del Templo Masónico, de Carlos III y Belascoaín, se encuentra una reproducción de la estatua sedente del Apóstol que obra en su mausoleo del Cementerio Patrimonial de Santa Ifigenia, y en la Tribuna Antimperialista, Martí aparece con un niño en brazos. La imagen fue esculpida por el habanero Andrés González e inaugurada en plena batalla por el regreso de Elián González.
Una copia de la cabeza de esa imagen se aprecia en los jardines de la Sociedad Cultural José Martí. Obra de José Delarra, de hormigón y 90 centímetros de altura, es la cabeza que se instaló a la entrada de la redacción de la revista Bohemia. Existe una imagen de bulto de José Martí en los jardines del Ministerio de Relaciones Exteriores, en tanto que en la Unión de Periodistas de Cuba la imagen de René Negrín reproduce el autorretrato en que Martí se vio a sí mismo como el Chac Mool maya. El monumento que se le erigió en la Plaza de la Revolución es el punto más alto de la ciudad. La imagen es obra de Juan José Sicre.
Fue en la casa natal donde por primera vez en La Habana se le rindió homenaje al Apóstol cuando los emigrados de Cayo Hueso auspiciaron la colocación en ese inmueble de una placa que recuerda que allí nació Martí. Adquirida por el pueblo de Cuba, la casa volvió a ser la morada de Doña Leonor hasta su muerte en 1907, y el 28 de enero de 1925 abrió sus puertas como museo.
Todo cubano lleva en el recuerdo la emoción que experimentó, cuando de niño, visitó la casita de Martí. Que esa emoción no muera nunca.