Lecturas
Es tal vez la más importante batalla de nuestras guerras de independencia, y no faltan los que la sitúan entre las más grandes que tuvieron lugar en América contra el colonialismo español. Novecientos infantes y 300 jinetes, esto es, 1 200 hombres mandados por el mayor general Máximo Gómez se enfrentaron a los 3 000 efectivos del brigadier español Manuel Armiñán, en la llamada Batalla de Las Guásimas, a 36 kilómetros al suroeste de la ciudad de Camagüey, con el saldo de 29 muertos y 148 heridos entre los cubanos, y 1 037 bajas, entre muertos y heridos, por la parte española. Diría un alto oficial español: es el desastre mayor que sufrimos durante toda la contienda.
Se dispone Gómez, por indicaciones del presidente Carlos Manuel de Céspedes, a asumir la jefatura del Departamento Provisional del Cauto (Jiguaní, Bayamo, Manzanillo y Las Tunas) cuando se le ordena hacerse cargo de la jefatura del 3er. Cuerpo de Ejército de Camagüey, en sustitución de Ignacio Agramonte, caído poco antes en Jimaguayú.
Se dice que cuando el bravo dominicano se disponía a asumir su nuevo destino, una patrulla camagüeyana interceptó a la avanzada de sus hombres. ¿De qué tropa son ustedes?, preguntaron los camagüeyanos. Somos la avanzada del mayor Máximo Gómez, respondió el que marchaba al frente del grupo. ¡Ah! Dirá usted del mayor general Máximo Gómez porque en Camagüey no hay más Mayor que Ignacio Agramonte.
Ya en ese territorio, Gómez visita el campamento del todavía teniente coronel Henry Reeve, «El Inglesito», que lo acoge con «atención admirable». Ve en la disciplina de su tropa «el espíritu del jefe muerto». Días después se rencuentra con el general Julio Sanguily; lo rodea la escolta que fue de Agramonte y Gómez se siente «profundamente conmovido» ante esos hombres «que visten luto en el alma». Inspecciona luego los talleres creados por órdenes de Agramonte. En estos se fabrica pólvora, armas, zapatos, monturas, sogas… «Es admirable», concluye Gómez, que termina pasando revista a los 500 jinetes y los 800 infantes que están ahora bajo su mando.
Escribe: «A la vista de esta pequeña división tan bien organizada no puedo menos de sentirme vivamente preocupado por el recuerdo de Agramonte. Su presencia se refleja en todo. Lamento no haberlo conocido. Pocos pueden, como yo, apreciar la pérdida que ha sufrido la Revolución… Pero los españoles no saben una cosa, y es que Agramonte dejó asegurada la Revolución en esta comarca, y les hará tanto daño muerto como les hizo vivo. Yo he encontrado el instrumento bien templado y mi fortuna estriba solo en saber sacarle buenas notas. ¡Ah! ¡Cómo no nos unió el destino en el campo de batalla!».
Y escribiría asimismo: «Qué lástima que El Mayor tuviera que morir para que supiéramos nosotros cuánto lo admiramos».
El Gómez que llega a la tierra de El Mayor trae consigo una larga cadena de sonadas victorias. Con camagüeyanos y villareños reorganiza su mando, que quedara conformado con dos divisiones y una unidad de caballería independiente y con esa tropa acometerá la Campaña de Camagüey en la que se destacan los combates de La Luz y Atadero, y sobre todo La Sacra y Palo Seco, y los ataques a las ciudades de Nuevitas y Santa Cruz del Sur, que se consideran su primera gran operación en ese territorio.
Protegido por un cinturón de block-houses, alambradas y cuarteles, los españoles tenían en Santa Cruz un depósito de municiones de más de cien mil tiros. Incluso, necesitándolos, Gómez maduró mucho el plan del asalto a la ciudad; temía el fracaso que mucho dañaría su prestigio de jefe recién llegado. Por otra parte, mandaba a tropas no acostumbradas al asalto a poblados y fuertes. Aun así, decidió el ataque el 28 de octubre.
Reeve, al frente de la tropa de asalto, penetró en la ciudad, con el agua a la cintura, por el brazo de mar que la rodeaba, y atacó furiosamente por tres lugares diferentes el arsenal. Los españoles, que solo son cobardes y brutos en los muñequitos de la TV cubana, se defendieron como leones. Reeve, herido grave, es sacado en camilla por sus hombres, hondamente impresionados por la caída de su jefe; pero Gómez, indiferente, los apremia. Les grita: «¡Para hacer una tortilla, primero hay que romper los huevos! ¡Adelante!». Al fin, en la madrugada, logran los mambises su objetivo.
Ya municionado, libra Gómez, el 9 de noviembre, la batalla de La Sacra. Con 200 jinetes enfrenta la columna de 1 500 hombres de las tres armas al mando del general Báscones, que sufre cerca de cien bajas (solo en un pozo cercano al lugar de los hechos quedaron unos 80 cadáveres) y 15 prisioneros, mientras que los cubanos reportaron cuatro muertos y ocho heridos.
En la batalla de Palo Seco (2 de diciembre), a 12 kilómetros al sur de Jobabo, enfrenta Gómez a los 800 hombres que manda el teniente coronel Vilches, quien muere, terriblemente macheteado, al frente de sus hombres. El saldo fue de 300 españoles muertos contra tres muertos y 17 heridos por la parte cubana que logra, como botín de guerra, 200 fusiles y 12 000 cartuchos, unos 60 caballos con su equipo y acémilas cargadas con medicamentos, ropa y víveres en abundancia.
Ya en 1874, el 10 de febrero, ocurre la batalla de Naranjo-Mojacasabe, al suroeste del actual poblado de Amancio Rodríguez. Nuevo desastre para las armas españolas, mandadas otra vez por el general Báscones, junto al general Armiñán, de 2 000 hombres contra los 1 500 infantes y jinetes de Máximo Gómez, con el saldo de 300 bajas españolas y 14 muertos cubanos. Esa fue la primera ocasión en que combatieron juntos camagüeyanos y orientales.
A fines de 1873, Gómez quedó como Jefe del Departamento Occidental, que comprendía los territorios de Camagüey y Las Villas, y desde los días iniciales de febrero de 1874 comenzó a organizar el contingente para invadir a Las Villas. Entre el 12 y el 14 de marzo quedó completamente estructurado el contingente invasor. La batalla de Las Guásimas comenzó un día después y se extendió hasta el 19. No estaba en los planes de Gómez. El dominicano quería evitar en lo posible un enfrentamiento de envergadura que comprometiera al contingente invasor, por lo que se tomaron medidas para distraer la atención del adversario.
Pero este conocía el propósito de los libertadores de avanzar hacia occidente y Gómez comprendió que se hacía inevitable el enfrentamiento con la columna del general Armiñán, compuesta por 3 000 infantes y 700 jinetes. Su plan consistía en atraer al enemigo hacia una emboscada y aniquilarlo con el fuego de la infantería mandada por el brigadier Antonio Maceo y un golpe sorpresivo de la caballería.
Las bajas españolas fueron numerosas y la carga al machete de la caballería hizo mayor sus pérdidas, mientras Armiñán fortalecía su defensa y Gómez estrechaba el cerco en torno a la columna, ya con gran cantidad de muertos y heridos. A esa altura, un mulato bayamés que servía a la tropa española logra burlar el cerco y dar parte, en la ciudad de Puerto Príncipe, al general Báscones de lo que sucedía en Las Guásimas. Avanzó este, con unos 1 700 hombres, en auxilio de los sitiados. Quiso Gómez emboscarlo; no lo consiguió y Báscones, con su refuerzo, prosiguió hacia Las Guásimas.
Ante la imposibilidad de cargar contra esa columna, el dominicano retornó al escenario de la acción principal y organizó el rechazo a un probable ataque conjunto de las fuerzas de ambos jefes, que no se produjo. En la mañana del 19 las dos columnas, bajo fuerte hostigamiento mambí, iniciaron el retorno a Puerto Príncipe. Gómez tuvo que limitarse en esos ataques porque la correlación de fuerzas le era más desfavorable aún y estaba escaso de municiones. Los recursos invertidos en esas batallas demoraron el propósito de los libertadores de llegar con la invasión a Las Villas. Allí llegaría Gómez a comienzos de 1875.