Lecturas
Este domingo 9, cuando estamos celebrando el Día de las Madres, estaremos conmemorando además el aniversario 101 del inicio de esa fiesta en Cuba. En efecto, el 9 de mayo de 1920, en Santiago de las Vegas, se festejó por primera vez en el país el Día de las Madres.
Tiempo antes, en 1919, ese periodista proteico e incansable que fue Víctor Muñoz, en una crónica que dio a conocer en el periódico El Mundo, de La Habana, refirió cómo ese día, que comenzó a celebrarse en Estados Unidos en 1914, había ido ganando terreno en ese país hasta convertirse en una fiesta local, calorizada por el Congreso y el Presidente de la nación.
Aludía a los claveles blancos y a los claveles rojos que ese día lucían los hombres en las solapas y las mujeres en sus blusas, según tuviesen la madre muerta o viva, y a que, aunque la costumbre no había llegado a Cuba, él llevaría el clavel blanco porque su progenitora «solo subsiste en la vida intensa de los recuerdos». Decía, por último, que mucho le gustaría ver instituida en Cuba dicha fiesta.
La crónica de Muñoz «picó» en el ánimo del grupo de jóvenes —maestros, poetas, periodistas…— que bajo la égida de Teodoro Cabrera se reunía a diario en el Círculo de Instrucción y Recreo de Santiago de las Vegas, y a propuesta del maestro Francisco Montoto se comprometieron a trabajar juntos para que en 1920 se celebrase en Cuba por primera vez el Día de las Madres. Así fue.
El 9 de mayo, gracias al esfuerzo del poeta y periodista Francisco Simón y del periodista Guillermo Gener, entre otros habituales de la tertulia de Teodoro Cabrera, tenía lugar en el Círculo de Instrucción y Recreo la fiesta de las madres. Sus organizadores colocaron en la entrada cestas con claveles rojos y blancos.
Víctor Muñoz, siempre en El Mundo, reconoció «el propósito de los hombres generosos que reunidos en el pueblo de Santiago de las Vegas… acordaron trabajar para que Cuba instituya… el Día de las Madres», y concluyó que se «sumaba a los iniciadores de esa noble idea».
Esta historia, que el escribidor ha referido alguna que otra vez, está contada en extenso en el opúsculo La verdadera historia del Día de las Madres en Cuba, contada por el hijo de uno de los iniciadores, publicado en 1998 por el doctor Marat Simón, quien fuera historiador de Santiago de las Vegas.
Meses después del homenaje, en las elecciones del 1ro. de noviembre de 1920, Víctor Muñoz resultó electo concejal del Ayuntamiento de La Habana y en esa cámara, el recién estrenado edil propuso y fue aprobado el 22 de abril de 1921 que se instituyera en el municipio habanero la celebración del Día de las Madres. No fue hasta 1928 cuando la Cámara de Representes, a propuesta de Pastor del Río, aprobó con carácter de ley la celebración nacional de la fecha.
Pero ya Víctor Muñoz había muerto, a los 45 años de edad, en 1922.
Ahora bien, si se le preguntara, cualquier persona podría responder, tal vez en un alarde de memoria, que el introductor del Día de las Madres en Cuba fue el periodista Víctor Muñoz. Desde los años 20 del siglo pasado, libros escolares, sellos de correo y desde luego el turbión de la memoria colectiva, ratifican a Víctor Muñoz su condición de «creador». Terminarían por consagrarlo como tal los dibujos de Conrado W. Massaguer y el libro de Historia de Cuba, de Vidal Morales, obra obligatoria, durante años, en la enseñanza pública cubana. Pero hay que apuntar enseguida que ese gran diarista nunca se atribuyó dicho mérito.
Más de un Víctor Muñoz registra el buscador de Google. Hay un Víctor Muñoz futbolista del Real Madrid; un escritor guatemalteco del mismo nombre, y con igual nombre aparece un cantante venezolano. Hay incluso un pelotero cubano, del equipo Industriales, que responde por el mismo apelativo.
El Víctor Muñoz Riera, que nos interesa ahora, nació en La Habana, el 1ro. de enero de 1873. Su padre, acaudalado comerciante, quiso para el hijo una educación esmerada, pero la quiebra de la fortuna paterna lo obligó a abandonar los estudios sin concluir el bachillerato. En Tampa y Cayo Hueso fue lector de tabaquería, y, ganado por las ideas de Martí, combatió en la Guerra de Independencia.
De regreso a La Habana y terminada la contienda bélica comenzó su vida como periodista. Como sabía inglés, Manuel María Coronado, al reanudar la publicación de La Discusión, interrumpida por el asalto de los Voluntarios en 1899, lo mandó como reportero de Palacio. Pasó a La República Cubana, que fundó Juan Gualberto Gómez y al nacer El Mundo, en abril de 1901, José Manuel Govín lo llevó de traductor de cables y reporter de fuegos, suceso que por cotidiano constituía una de las más grandes fuentes de información de La Habana de entonces, por la importancia de los siniestros.
Sucedió allí una cosa increíble. Figuraba en El Mundo Santiago Fraga, un farmacéutico aficionado a las letras que por su amistad con Govín fue uno de los cuatro reporteros fundadores del periódico. Ejerció por poco tiempo. Eran los días de la intervención militar norteamericana y tenía a su cargo la información del Palacio de Gobierno. Llegó el 20 de mayo 1902, fecha de la instauración de la República, y cuando Fraga se disponía a trasladarse a Palacio a fin de cubrir la toma de posesión de Tomás Estrada Palma, nuestro primer Presidente, se enteró de que por orden de Govín ya Víctor Muñoz había recibido la encomienda de hacerlo. Planteó Fraga una cuestión de confianza, no aceptó las explicaciones de la dirección y salió del periódico. Siguió trabajando
como farmacéutico y al establecerse el Hospital de Emergencias en Carlos III asumió como técnico de su farmacia.
En El Mundo, caso único, Muñoz tuvo bajo su directa y absoluta responsabilidad escribir cinco columnas que, para el mismo diario, firmaba con seudónimos. Fue fundador de la Asociación de Reporters de La Habana. Dueño de una vena humorística extraordinaria. Un «sembrador de ideas», lo definió Enrique José Varona.
De cualquier manera, Víctor Muñoz, hoy olvidado, es una figura inmensa del periodismo cubano. Polifacético y posiblemente, aseguran estudiosos, el mejor narrador de acontecimientos deportivos de todos los tiempos.
Con el seudónimo de Frangipane creó la crónica deportiva entre nosotros y creó asimismo lo que Manuel Sanguily llamó «la jerga de pelota», que muchos años después de su muerte seguía siendo usada por cronistas, comentaristas y fanáticos del béisbol y el jai alai. Reseñaba los juegos de pelota entre Cuba y Estados Unidos como una competición en que la naciente República justificaba su derecho a la vida y alentaba el triunfo cubano como una cuestión de soberanía nacional.
La Semana, su columna en El Mundo Ilustrado, suplemento dominical de ese periódico, fue leidísima, tanto como Junto al Capitolio, la columna que firmó con el seudónimo de Attaché. El Capitolio junto al cual escribía Víctor Muñoz era supuestamente el de Washington. Eso creían los lectores ante aquella página tan lúcida que parecía escrita en las orillas del Potomac. En realidad el cronista, con la ayuda del cable y de las publicaciones norteamericanas que allegaba, escribía su sección en la propia redacción de El Mundo, en Virtudes esquina a Águila. Allí, en atención a su gordura desmedida que lo hacia sudar a mares, Govín había dispuesto para él una habitación privada, ubicada en la azotea, en la que Víctor Muñoz hacìa su trabajo en calzoncillos.
Qué importa si fue el creador o no del Día de las Madres en Cuba. Fue su impulsor. Una sala del hospital materno América Arias —maternidad de Línea— lleva su nombre, y en su tumba en la necrópolis de Colón una bella escultura de Fernando Boada, que representa a una mujer sentada, en actitud paciente y con las manos en el regazo, vela para siempre su sueño.
De él dijo Varona: «Su fisonomía era tan plácida como excelente su corazón, como flexible su talento, como sutil su ingenio. Fue solo un hombre de buen humor, que no puso hiel ninguna en sus cuadros policromados de la vida coetánea».