Lecturas
Era, al parecer, hombre de hábitos fijos y esa regularidad en sus costumbres terminaría costándole la vida. En la noche del 15 de agosto de 1940, el ingeniero Ramiro Valdés Daussá, profesor auxiliar de Dibujo en la Escuela de Arquitectura e Ingeniería de la Universidad de La Habana, y exjefe de la Policía Universitaria, cenó, como siempre, en la casa de huéspedes marcada con el número 18 de la calle Mazón entre Neptuno y San Miguel y, cuando ya en la calle, se disponía a abordar su automóvil para, como lo hacía a diario, visitar a su prometida, Olga Govantes, fue abatido a balazos por tres de los seis hombres que se emboscaban en la oscuridad. Su exitosa lucha contra el «bonche» en la casa de altos estudios, lo hizo ganar enemigos muy peligrosos que terminaron pasándole la cuenta.
Miembro del Directorio Estudiantil Universitario. Huésped casi vitalicio, cuando la dictadura de Machado, de la Prisión de La Habana, en el Castillo del Príncipe, y del Presidio Modelo, en la Isla de Pinos, se opuso con firmeza a la mediación orquestada por el embajador Sumner Welles y dio su apoyo al presidente Grau en su postura antimperialista para después militar en primera fila contra el gobierno de Carlos Mendieta, impuesto por el coronel Batista, jefe del Ejército, y el embajador Jefferson Caffery. Apoyó a la República española, y emprendió una lucha frontal contra el «bonche», gavilla de gánsteres que campeaba por su respeto en la Universidad habanera.
Una feroz ola represiva sigue al fracaso de la huelga de marzo de 1935. Se persigue con saña a estudiantes y sindicalistas. Se decreta la ley marcial y el coronel José Eleuterio Pedraza, jefe de la Policía, pone a dormir a La Habana a las nueve de la noche. Antonio Guiteras cae en combate en El Morrillo. Se llenan las cárceles y las embajadas están al tope con la gente que espera el salvoconducto que le permita salir del país. Muchos oposicionistas son sacados de la casa en medio la noche y llevados a zonas poco urbanizadas donde los obligan, a punta de ametralladora, a ingerir un litro de aceite de aeroplano o del purgante conocido como palmacristi. Algunos se van a España a pelear al lado de la República.
Llega así el año de 1937 y Batista, con el país bajo control, autoriza la reapertura de la Universidad, y devuelve su autonomía a la casa de altos estudios. Pervive sin embargo la rebeldía estudiantil, y el jefe del Ejército que quiere ser presidente —lo que consigue ciertamente en 1940— busca la forma de combatirla sin el empleo de los cuerpos policiales. Es así que surge el «bonche» universitario, estrategia criminal para combatir las protestas estudiantiles.
Su gestor fue el comandante Jaime Mariné, un catalán llegado a Cuba en 1924 como caballerizo de la bestia que Alfonso XIII, rey de España, mandaba de regalo al mayor general Mario García Menocal con motivo de las elecciones presidenciales que perdió a la postre frente al general Gerardo Machado. Fue entonces que Mariné sentó plaza de soldado en las Fuerzas Armadas cubanas, y figuró entre los sargentos que apoyaron a Batista en el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933. El 9 de julio de 1938 Batista creaba la Dirección Nacional de Deportes y nombraba director general a Mariné, que se desempeñaba hasta entonces como presidente de la Comisión Nacional de Boxeo. De la recién creada Dirección saldría el dinero para sufragar el «bonche».
Los bonchistas sembraban el terror dentro y fuera de los predios universitarios. Procedían de los institutos de segunda enseñanza de La Víbora y de La Habana y algunos de ellos sin haber concluido del bachillerato lograban matricular gracias a la falsificación de certificaciones y diplomas. Las carreras preferidas eran las de Derecho y Ciencias Sociales, en las que llegaban a ser catalogados como «estudiantes profesionales» porque se mantenían matriculados en ellas durante cinco, siete y más años sin llegar a graduarse, percibiendo los haberes de la Dirección de Deportes o de los cargos y nombramientos que conseguían en la propia Universidad. Juan (Ñaño) González Andino, por ejemplo, ocupaba en la Universidad una plaza de jardinero por la que cobraba sin disparar un chícharo.
Bonchistas célebres fueron José Noguerol Conde, Andrés Prieto Quince, Miguel Echegarrúa, el ya mentado Ñaño González Andino, Antonio Morín Dopico y Mario Sáenz de Burohaga, entre otros. Cómplices del «bonche» fueron los profesores Calixto Masó, de Historia, Raúl Fernández Fiallo, de Comercio, Guillermo Portela, decano de la Escuela de Derecho, y Manuel Costales Latatú, de Medicina, en tanto que el rector Rodolfo Méndez Peñate mantenía una actitud débil y tolerante con los bochistas. Profesores como Raúl Roa, Aureliano Sánchez Arango, Francisco Carone y Herminio Portell Vilá supieron enfrentarse dignamente a esos pandilleros.
Los bonchistas no tenían límites en sus fechorías. Llegaron incluso a secuestrar a un delegado de asignatura para impedir su voto en las elecciones de una Escuela. Amenazaban, coaccionaban a profesores, falsificaban documentos. En estado de embriaguez rompían todo lo que estuviese a su alcance en la cafetería de la Escuela de Derecho. Robaban automóviles. En una ocasión, en el propio edificio del Rectorado, Morín Dopico agredió a tiros a Cándido Mora, estudiante de Derecho y supervisor de la Sección de Matrícula Gratis, agresión repelida por este, que hirió a su adversario en un brazo. El 12 de marzo de 1939, en la esquina de 23 y L, los bonchistas agredieron, en presencia de su novia, a Antonio Hernández Travieso, presidente de la Escuela de Filosofía y Letras, incidente en que la muchacha, también estudiante, quedó lesionada.
Llegaron los bonchistas a tal extremo que el profesor Valdés Daussá se dispuso a pedir al rector que lo nombrase jefe de la policía universitaria. Con ese propósito, una mañana se personó en el Rectorado acompañado de su ayudante de cátedra, Manuel de Castro —Manolo Castro—, que sería presidente de la FEU y director general de Deportes. Tuvieron que hacer una larga antesala. Cuando al fin fueron llamados, se cruzaron en la puerta del despacho con Morín Dopico y Noguerol Conde. ¿Qué querían esos dos?, preguntó Valdés Daussá a Méndez Peñate. Lo mismo que usted, respondió este. La jefatura de la policía.
Pronto, sin embargo, ocurrió un incidente que desbordó el vaso. Presidía el rector un acto académico y se había dispuesto un ponche de fruta para los asistentes. Entraron los bonchistas en estado de embriaguez, se llevaron la ponchera y luego de beberse el poche insultaron a Méndez Peñate delate de todos. Al día siguiente Valdés Daussá era el jefe de la policía y Manolo su segundo. No aceptaron salario alguno por su trabajo.
Hizo Valdés Daussá lo imposible por restablecer la disciplina en el alto centro docente. Los pandilleros y sus amigos fueron expulsados. Ñaño Andino fue privado de su «botella», y fueron separados de la Universidad los supuestos estudiantes que carecían del título de bachiller. Mario Salabarría ultimaba a tiros en la Plaza Cadenas a Mario Sáenz de Burohaga, uno de los responsables de la brutal golpiza de que en la propia Universidad fue víctima el estudiante Wilfredo del Prado, cuñado de Salabarría. Este llegó a la Universidad en un auto conducido por Soto Carmenate e ingresó por la puerta de J. Portaba Salabarría una ametralladora Thompson y una pistola 45. Al ver a Burohaga, sentado en un banco frente a la Escuela de Derecho, descendió del automóvil pistola en mano. Sin darle tiempo a reaccionar le hizo cuatro disparos y se marchó como si tal cosa.
Valdés Daussá y Manolo Castro renunciaron a sus cargos el 6 de agosto de 1940. Los enemigos de ambos creyeron llegado el momento de vengar a Burohaga. Pensaron eliminar a Salabarría, pero les faltó el acento en la incumbencia para un acto de esa envergadura, y desecharon asimismo atentar contra Manolo Castro. Quedaba Ramiro, siempre despreocupado en lo que se refería a su seguridad. El 15 de agosto, al salir de la casa de huéspedes de la calle Mazón, Echegarrúa y Prieto Quince le hicieron fuego desde el solar aledaño a la residencia y Gustavo Enrique Martínez le disparó desde una posición más cercana, mientras Ñaño Andino vigilaba y Noguerol esperaba al timón de un auto. En el momento de la huida, el vehículo se proyectó de marcha atrás contra un poste del alumbrado público. El impacto provocó que la pistola de Prieto Quince se disparara y Noguerol resultó herido en la nuca. La Policía detuvo a ambos en el lugar. Al día siguiente fue detenido Echegarrúa al igual que Morín Dopico, que no participó de manera directa en el atentado.
Prieto y Noguerol fueron condenados a 30 años de prisión. Echegarrúa y Morín resultaron absueltos. Martínez escapó a México, donde murió apuñalado. Ñaño se enroló en el ejército norteamericano. En 1945 Noguerol se fugó, con ayuda exterior, de la sala de penados del hospital Calixto García. En 1948 el presidente Grau indultó a Prieto Quince.
Los amigos de Valdés Daussá hicieron su propia investigación. Roberto Meoqui Lezama, nuevo jefe de la Policía universitaria, y Mario Salabarría examinaron el auto usado por los bonchistas en el atentado y observaron en sus gomas manchas de un barro de color poco común, idéntico al de la finca del profesor Fernández Fiallo, lo que vinculó a este con el atentado. Semanas después, Manolo Castro y Mario Salabarría ultimaban a tiros al profesor cuando salía de la Universidad. En la noche del 22 de febrero de 1948, en San Rafael y Consulado, frente al cine Resumen, hoy Cinecito, caía abatido a balazos Manolo Castro, suceso que apuntó hacia la rencilla entre Salabarría y Emilio Tro dirimida a tiros en la matanza del reparto Orfila, en septiembre del año anterior. La instrucción demoró unos dos años. En abril de 1950 la Audiencia de La Habana solicitó una sanción de 20 años de privación de libertad como autor directo del atentado para el único enjuiciado, Gustavo Ortiz Faez, ahijado del presidente Grau.
Fuentes: Textos de P. Llabre Raurell, E de la Osa y R. Aguiar Rodríguez.