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Aponte

Le llaman el Espartaco cubano porque fue capaz de organizar la primera conspiración de carácter verdaderamente nacional que tuvo lugar en la Isla. Pero hay más que eso. Su accionar contra la esclavitud lo llevó al convencimiento de que la lucha por la abolición estaba ligada de manera indisoluble a la lucha por la independencia. Tuvo conexiones con revolucionarios haitianos, y, afirman algunos investigadores, la conspiración que animó respondía a un vasto plan con ramificaciones en varios países ya que en la misma época se descubría en Nueva Orleans una conjura para insurreccionar esclavos, y en Bahía, Brasil, quedaban al descubierto conspiraciones similares.

Los hilos de la de José Antonio Aponte, un negro libre que se desempeñaba como carpintero tallador, comenzaban en su casa habanera, en el barrio extramuros de Guadalupe y, asegura el ensayista Elías Entralgo, llegaban a San Antonio de los Baños, Alquízar y Güira de Melena para volver a la barriada de Guadalupe y pasar a los barrios de La Salud y Jesús María, a la plazuela del Santo Cristo, La Punta, la Plaza de Armas, la Alameda de Paula y el Muelle de Luz. Atravesaban la bahía y reaparecían con más vigor en Guanabacoa, Casablanca y los barrios rurales de Bacuranao y Guanabo para ganar Jaruco y Río Blanco del Norte…

Se prolongaban por fincas del Departamento Central, llegaban a Camagüey, se dilataba en Puerto Príncipe y alcanzaban con intensidad a Holguín, Bayamo y Santiago de Cuba y se extendían a Baracoa. Se hallaban comprometidos en la conjura integrantes de las compañías de negros destacadas en el castillo de Atarés y de las milicias del cuartel de Dragones que en el momento indicado se apoderarían de dichos establecimientos. Aseguran historiadores que el alzamiento militar ocurriría en forma simultánea con la sublevación general de las dotaciones de esclavos en el interior del país que destruirían toda la producción agrícola, lo que forzaría al gobierno colonial a conceder la libertad a los negros.

Tras largos preparativos, la sublevación estalló en enero de 1812 en las jurisdicciones de Holguín, Bayamo y Puerto Príncipe, pero cobró fuerza inusitada en varios ingenios azucareros de la zona de Matanzas. Apenas tres meses después del inicio de la sublevación, Aponte y varios de sus compañeros fueron detenidos cuando proyectaban dirigirse a territorio matancero. Había fracasado, aparentemente, la colaboración de las milicias de pardos y morenos en el alzamiento.

Por eso afirmaba el profesor Entralgo que en Aponte el conspirador triunfó plenamente; no así el insurgente. De cualquier manera, fue un protomártir de la libertad civil que, con generosidad extrema, se lanzó, siendo libre, a una lucha por los esclavos.

Juan Arnao dice en su libro Páginas para la historia política de la isla de Cuba, publicado en Brooklyn, en 1877: «Como una reminiscencia que no debe perecer en la oscuridad del olvido, cumple a la historia consignar la muerte en horca del negro Aponte, por ser el primer cubano que soñó la bella inspiración de rebelarse contra la dominación española de modo práctico. Pagó con su sangre su arrojada fantasía, dejando tan solo en la memoria del pueblo de su cuna, la remembranza de un adagio que convertido en su moral esencia se repite todavía por punto de comparación bajo las frases siguientes: Es más malo que Aponte».

Abakuá

José Antonio Aponte era natural de La Habana y gozaba de prestigio entre negros y mulatos libres de la ciudad por el hecho de pertenecer, en calidad de capataz, al cabildo ShangóTedum.

Así lo asevera el investigador José Luciano Franco, pero la historiadora María del Carmen Barcia dice en su libro Cuba: acciones populares en tiempos de la independencia americana, que, por ser criollo, Aponte no podía ostentar ese cargo que tenía que ser refrendado por las autoridades y se restringía a los nacidos en África. «Es probable que perteneciera a algún juego Abakuá», afirma la Doctora Barcia y recuerda que al menos en 1800, Aponte aparece relacionado como miembro de la cofradía San José, con sede en el convento de San Francisco, formada por carpinteros negros, muchos de los cuales fueron esclavos. En el proceso que se le siguió tras su apresamiento en 1812 declararía su pertenencia a la cofradía de la virgen de los Remedios, establecida en el mismo convento.

José Luciano precisa que, por su origen, Aponte era un ogboni, es decir, miembro de la más poderosa de las sociedades secretas de Nigeria, y que, en el orden religioso lucumí, tenía la categoría de un OníShangó. Añade el mencionado investigador: «Oní es un personaje poderoso que se identifica con los ritos religiosos, a veces de un ancestro lejano devenido orisha. Y cuando se tiene en sus manos el poder civil y espiritual, le llaman OníShangó. Y los mayores que vinieron de Nigeria, transmitieron al criollo José Antonio Aponte los poderes que solo puede tener un grande de África».

Autodidacta, tenía cierta habilidad para la talla artística, sobre todo la de carácter religioso. Residía y tenía su taller en la calzada de San Luis Gonzaga (Reina) esquina a Belascoaín; una casa de tablas y techo de guano donde había una pequeña biblioteca. Perteneció al Batallón de Morenos de las milicias habaneras, pero lo retiraron cuando las autoridades coloniales empezaron a dudar de su fidelidad a España. La leyenda popular le atribuye el haber formado parte de las tropas negras de La Habana que, al mando del general Gálvez y el teniente coronel Francisco de Mirada, combatieron por la independencia de las Trece Colonias norteamericanas. Simpatizó con la Revolución de Haití y siguió hasta donde pudo sus avatares.

Tuvo seis hijos. Tres hombres y tres mujeres.

Entre los objetos y documentos que se le ocuparon tras su detención, figuraba, expresa María del Carmen Barcia, un libro forrado en hule negro que en lugar de textos contenía imágenes, todo un imaginario vinculado al batallón de morenos, que tenía la intención de reconstruir un pasado prestigioso para los hombres de su raza y establecer a la vez su propio linaje.

Su vigorosa personalidad llamaba la atención incluso de enemigos y detractores. El historiador español Zaragoza le celebraba una capacidad poco común, pero a renglón seguido le echaba en cara «las perversas condiciones de su carácter que dieron origen al adagio de Más malo que Aponte». Un cabecilla negro, escribía Zaragoza, que con tramas perfectamente meditadas y habilidosa exactitud expuso a la Isla en trances de verdadero peligro. Para Francisco Calcagno, José Antonio Aponte, un negro de alma tan negra como su rostro, pretendía proclamarse emperador o rey de la Isla de Cuba luego de asesinar a todos los blancos y quedarse con las blancas para el servicio doméstico u otros usos.

La Conspiración

Hoy llama la atención la vasta red conspirativa que Aponte supo organizar con la asistencia de un grupo de artesanos y de hombres libres, blancos y negros de los oficios más humildes en la sociedad colonial. Es curiosa la forma en que repartía el trabajo entre sus colaboradores, de acuerdo con la capacidad y características de cada uno. Francisco Javier Pacheco lo asistía en la redacción de proclamas y pasquines, en tanto que Clemente Chacón y Salvador Ternero se entendían con los negros de La Habana, y Salvador Bautista Lisunda era el enlace con los bozales del campo. Chacón era además el contacto con los miembros de las milicias negras.

Era un movimiento que perseguía la abolición de la esclavitud, la supresión de la trata negrera, el derrocamiento del despotismo colonial y la creación de una sociedad sin discriminaciones.

Apenas tres meses después del inicio de la sublevación, Aponte y algunos de sus colaboradores fueron apresados por las autoridades coloniales. El 7 de abril de 1812, —algunos autores refieren el 9 de abril— el capitán general Marqués de Someruelos daba órdenes precisas para que se ejecutase al cabecilla rebelde y a su estado mayor. Los condenaron a morir en la horca, luego los cadáveres fueron decapitados y las cabezas exhibidas para público escarmiento. Según Elías Entralgo, la de Lisunda fue remitida y expuesta en el ingenio Peñas Altas. La de Barbier se remitió a Trinidad. La de Chacón se expuso en lo que más tarde fue el Puente de Chávez, y la de Aponte, metida en una jaula de hierro en la casa donde residía.

Expresa el doctor Eduardo Torres Cuevas en su Historia de Cuba; formación y liberación de la nación: «Contrasta la implacable acción descrita con la suavidad con que se actuó contra la conspiración de Román de la Luz. Ello se explica porque mientras la de Román de la Luz era anticolonial, sin un ataque al orden social, la de Aponte era, ante todo, una conspiración que pretendía subvertir la estructura social».

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