Lecturas
Fue una de las acciones más heroicas de la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, y dio estímulo y apoyo moral a los hombres que luchaban en la Sierra Maestra.
Durante largas horas la ciudad de Cienfuegos, en el sur de la región central de la Isla, permaneció en manos de los cienfuegueros. Militantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y miembros retirados y en activo de la Marina de Guerra —con lo que se rompía otra vez el mito de la unidad monolítica de las Fuerzas Armadas, tan cacareada por el dictador— se apoderaron de la sede del Distrito Naval del Sur, en Cayo Loco, y procedieron a entregar las armas al pueblo que tras encarnizados enfrentamientos asumió el control del puesto de la Policía Naval y de la jefatura de la Policía Nacional.
El régimen multiplicó sus fuerzas y, tras causar cuantiosas bajas, entre muertos y heridos, a los sublevados, recuperó la ciudad. Algunas de las figuras más visibles de la sublevación fueron detenidas y asesinadas. A partir de ahí quedó neutralizado el accionar insurgente en Cienfuegos y aunque el levantamiento puede considerarse un revés, representó para la lucha una victoria por su tremenda repercusión nacional y por el hecho de que, durante horas, la ciudad fue territorio libre; el primero que en el país liberaba la Revolución.
En los días iniciales de enero de 1959, cuando a la cabeza de la llamada Caravana de la Libertad, el Comandante en Jefe Fidel Castro, avanzaba hacia La Habana desde Oriente por la Carretera Central, desvió su camino y entró en Cienfuegos. Ante miles de sus habitantes que lo ovacionaban, dijo entonces:
«Había que venir aquí, aunque solo fuera a rendir tributo a los héroes que cayeron el 5 de septiembre de 1957».
El golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, unos 80 días antes de la celebración de las elecciones generales, provocó hondo malestar en la ciudadanía, que lo evidenció de diferentes maneras.
Una de las mayores muestras de apoyo a la Constitución de 1940, dejada en suspenso por la dictadura, y en repudio a los Estatutos Constitucionales impuestos por el nuevo régimen, ocurrió en la ciudad de Cienfuegos. Creció el rechazo al batistato, y no faltaron los que se incorporaron a distintas organizaciones y grupos que querían enfrentársele desde la llamada oposición política o tradicional, pero fueron cada vez más los que se percataron de que únicamente el Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel Castro, tenía la estrategia correcta para combatir a Batista, derrocarlo y barrer con lo que él representaba.
Un primer levantamiento en Cienfuegos, con el apoyo de un grupo de marinos revolucionarios, se planificó para abril de 1957, pero no fue posible concretarlo en la fecha. Para el 28 de mayo se preparó otro intento con 35 hombres, escogidos entre los mejores de la región central del país, que se concentró en la barriada cienfueguera de Buena Vista. La acción se planificó para el día siguiente. Hubo una denuncia y el grupo, cercado, fue arrestado por la policía.
Avanza el año y cada vez se hace mayor el descontento en sectores militares y policiacos, que no ocultan su desacuerdo con la dictadura. A fines de junio jóvenes oficiales expulsados de la Marina se vinculan al Movimiento 26 de Julio gracias a contactos que mantuvieron con Frank País; cuentan con el apoyo de oficiales en activo. Se acercan asimismo al 26 miembros de la Fuerza Aérea y el Ejército, sobre todo sargentos y soldados, y elementos de la sección radio represiva de la Policía.
Quieren esos grupos, que se unifican al cabo, llevar adelante un plan de envergadura nacional. Sus objetivos se centrarían en puntos clave de la capital de la nación, y contemplaban además acciones en Cienfuegos y Santiago de Cuba. La acción conjunta se efectuaría el 5 de septiembre: incluía operaciones contra el Palacio Presidencial y el Estado Mayor de la Marina. Se amenazaría con el bombardeo de la Ciudad Militar de Columbia y se exigiría la renuncia de Batista.
Dos días antes de la fecha prevista se celebra una reunión a la que concurren algunos de los oficiales de mayor graduación de la Marina, sumados a última hora y de manera unilateral. Deciden posponer el alzamiento para el 6 o el 7 de septiembre. Por falta de comunicación entre los dirigentes del movimiento revolucionario y los oficiales de la Marina, la idea de posponer el alzamiento no llegó en su momento a los revolucionarios.
Celia Sánchez llamó «El hombre de Cienfuegos» al comandante Julio Camacho Aguilera. Frank País le había ordenado reorganizar en Las Villas el Movimiento 26 de Julio. Pensaba abrir un frente guerrillero en las montañas del Escambray y para hacerlo contaba con las armas que le daría la célula del 26 que en secreto, por supuesto, funcionaba con 35 conspiradores al mando del cabo Santiago Ríos, en el Distrito Naval de Cayo Loco. Grupo que ya estaba organizado antes de la llegada de Camacho y con el que se preparó el alzamiento del 5 de septiembre.
Se entera Camacho de la conspiración que preparan exoficiales de la Marina y viaja a La Habana a entrevistarse con el comandante Faustino Pérez, jefe del Movimiento Revolucionario en el llano. En el encuentro que sostienen el día 4, Faustino le da detalles sobre los planes de la Marina y le pide que vea a Dionisio San Román, joven alférez de fragata separado del cuerpo. La tarea principal de Camacho es la de dirigir el alzamiento en Cienfuegos, San Román representará en el levantamiento a los exoficiales comprometidos. La acción ocurrirá el 5. La noche antes, el dictador y los jerarcas más connotados del régimen celebrarían el aniversario 24 del golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933 que protagonizara un sargento llamado Batista.
Comienza el alzamiento alrededor de las 5:20 de la mañana. El cabo Ríos toma la base y arresta al coronel Comesañas que, a esa hora, duerme plácidamente. De inmediato, comandos fidelistas situados oportunamente entran en el enclave al mando de San Román, que conoce bien la instalación por haber sido jefe de artillería del distrito. Hay tres pelotones combinados de marinos y civiles; uno, para tomar la Policía Marítima, otro, la Policía Nacional y uno más que ocupará posiciones en torno al cuartel de la Guardia Rural.
Sobre las nueve de la mañana, Camacho se percata de que solo hay acción en Cienfuegos; nada ocurre en La Habana, y propone a San Román dirigirse al Escambray a fin de fomentar el frente guerrillero. San Román se niega. Dice que la aviación no los dejará avanzar.
En efecto, sobre las diez de la mañana aparecen los aviones de combate. Sobrevuelan el Distrito Naval y el Parque Martí y ametrallan y bombardean la zona. Las primeras incursiones de los F-47 no atacan directamente a los sublevados ni a la población, pero los B-26 tripulados por los hijos del general Tabernilla, jefe del Estado Mayor, y otros pilotos afines al dictador provocan muertos y heridos entre la población civil.
Llegan por carretera tropas de refuerzo provenientes de la ciudad de Santa Clara. Y más tarde llegan soldados que vienen de Matanzas y Camagüey y también del regimiento 10 de Marzo destacado en la Ciudad Militar de Columbia, en La Habana. Milicianos y marinos les causan numerosas bajas. Se combate fuerte en el colegio San Lorenzo, en los portales del Teatro Terry, en el Ayuntamiento y la droguería Cosmopolita, pero se impone el Ejército con su superioridad en hombres y armamento, que les dan ventaja. Se calculan unos 1 200 efectivos en total que instalan su cuartel general en el hotel La Unión.
Al caer la tarde, la pujanza de los soldados, con apoyo aéreo, se hace incontrolable, y el cabo Ríos, a fin de evitar muertes inútiles, recomienda a Camacho, con sólidos argumentos, abandonar la ciudad.
«Al pueblo de Cienfuegos le dimos las armas arrebatadas al enemigo…, pero no alcanzaron para todos los que se sumaron a la batalla. La gente exigía su fusil. Por eso tuve que subirme a un barril y decirle a la gente que, por favor, se retiraran, que no había armamento y que venía la aviación de nuevo a bombardear», recordó Julio Camacho Aguilera en una entrevista que concedió a este diario hace exactamente seis años.
San Román permaneció hasta casi las 12 del día en Cienfuegos. Camacho lo buscó, pero se había ido al cañonero 101. Fue un error suyo no ir con los miembros del 26 de Julio. El jefe del cañonero lo puso preso. Después del triunfo de la Revolución, el sujeto declararía que «de arriba» le pidieron que lo matara, pero que él se había negado.
Precisó Camacho en la entrevista citada que San Román arengó a los milicianos y a los marinos. A la marinería dijo que esa acción era en apoyo a Fidel y a sus hombres en la Sierra Maestra.
Añadió: «Nos quedamos combatiendo hasta las seis de la mañana del día 6. El grupo de San Lorenzo, defendido por el teniente Dimas Padilla, luchaba para que los milicianos se retiraran, porque creía que por ser militares los iban a respetar y les perdonarían la vida, pero los mataron a todos».
Camacho logró burlar el cerco tendido por el Ejército. Un carbonero lo sacó de la ciudad en su barco y lo llevó hasta la pescadería costera. Trasladado a Rodas, pasó 11 días escondido en un cañaveral. Gente del 26 que operaba en Santa Clara fueron a buscarlo y allí asumió tareas de dirección del Movimiento en la provincia.
El 5 de octubre, un mes después de la sublevación, en la fosa común donde fueron enterrados los revolucionarios apareció, pese a la vigilancia policial, una hermosa ofrenda de flores blancas. Las mujeres del 26 cumplirían el acto de colocar nuevas ofrendas florales a los caídos. La confección de una placa de cemento para la fosa común se convirtió en tarea popular, al tiempo que diversas muestras de ayuda y solidaridad llegaban hasta los familiares de los caídos. El Doctor Osvaldo Dorticós se destacó en la defensa legal de varios de los combatientes apresados.
El alférez de fragata Dionisio San Román fue trasladado a La Habana en un avión militar. Lo torturaron con saña en el torreón de La Chorrera, sede del Servicio de Inteligencia Naval (SIN). Nunca se localizaron sus restos.