Lecturas
¿Sabía usted que La Habana es una de las pocas ciudades del mundo donde existe un monumento al Diablo? Se repite con insistencia que la Ermita de los Catalanes —situada originariamente en la loma del mismo nombre en la Plaza de la Revolución, donde se alza el Memorial José Martí— fue desmontada piedra a piedra y vuelta a montar en el kilómetro ocho y medio de la carretera de Rancho Boyeros. ¿Dicha aseveración es cierta o falsa?
¿Cuánto medía y cuántas luces adornaban el arbolito que cada fin de año se encendía a la entrada del reparto Fontanar, en el municipio habanero de Boyeros? ¿Cuántos aires libres hubo en el Paseo del Prado? ¿Hay en la capital cubana un teatro vienés de herradura, con orlas doradas y lámparas rococó donde habló, cansado de su nombre, el poeta español Juan Ramón Jiménez y sonaron los tambores batá de Pablo Roche? ¿Cuántos juegos de luces se advierten en la Fuente Luminosa de la Ciudad Deportiva? ¿Cuántos son los mosaicos que, desde J hasta Infanta reproducen en las aceras de la Rampa obras de importantes artistas plásticos cubanos? ¿Por qué tuvieron fama en todo el mundo las aceras de la calle San Rafael?
Menos de la estatua del Diablo, de la que se escribirá próximamente, sobre los otros temas se hablará en esta página.
Comenzaremos por el arbolito de Fontanar.
4 160 LUCES
Llegaba el fin de año, y todos en casa íbamos a ver el arbolito de Fontanar. A fines de los años 50 del siglo pasado estaba de moda aquel barrio, donde residían no pocas celebridades de la radio y la televisión.
Era una alegría tan grande o mayor que la que deparaba la Fuente Luminosa con sus juegos de luces amarillas, azules, verdes y rojas, y cuya agua descendía por las cuatro copas que de menor a mayor se adosaban a la esbelta columna central.
Era el árbol de Navidad más grande del mundo, escribe un lector que se identifica como Ponce. Tenía 220 años de existencia y procedía de las montañas de Nueva York, un pino spruce de 68 pies de alto que, coronado por una estrella de cinco puntas, alcanzaba 74 pies de altura. Pesaba cuatro toneladas, su tronco era de 30 pulgadas y sus ramas abarcaban 35 pies de diámetro.
Lo adornaban 4 160 luces de diferentes colores, conectadas a 30 000 pies de cable, lo que equivale a decir que ese cable podía recorrer 1 196 millas náuticas.
Era un obsequio de la General Electric.
FIESTA DE LAS ROSAS
Muy cerca de allí, frente a Río Cristal, se encuentra el predio donde se halla la Ermita de los Catalanes, que es —lo dice el escribidor sin rodeos— uno de los siete tesoros del Patrimonio Cultural Catalán en el exterior, selección que fue resultado de una encuesta que llamaba a decidirse entre 33 propuestas. Allí se rinde culto a la virgen de Monserrat.
En 1886, en una elevación de lo que sería la Plaza de la Revolución, se colocó la primera piedra de ese templo, obra que quedó lista el 24 de junio de 1921. Pero resultó que esa zona desde el comienzo del XX fue conceptuada como el centro de La Habana, lo que hizo que se decidiera construir allí la Plaza Cívica o de la República y que se erigiese un monumento a Martí en su lugar más elevado.
Por tanto —y esto ocurrió mucho antes del triunfo de la Revolución—, el Estado confiscó la propiedad a los catalanes y se procedió con el tiempo a la demolición del inmueble.
El nuevo templo en Boyeros, obra de los arquitectos Vicente J. Sallés y Francisco G. Padilla, empezó a construirse en 1951 y se concluyó en junio de 1954. Incorporó en su edificación algunos mármoles, el altar, los vitrales y las ventanas emplomadas que lograron salvarse al demolerse el viejo templo. Sigue el modelo de la iglesia de S’ Agaró en Cataluña, que se considera la representación más genuina de la arquitectura mediterránea. Consta de tres naves, tiene 28 metros de largo y una fachada de 22 metros de altura.
Relaja pasear por sus jardines. La tarde de domingo cuando el escribidor visitó la Ermita, el predio tenía abierto su portón exterior, aunque la iglesia permanecía cerrada. No había allí un alma, y cuatro perros amistosos salieron al encuentro del visitante. El evento más importante del lugar es la Fiesta de las Rosas, el 27 de abril, que congrega a visitantes de todo el país.
El culto a la virgen de Monserrat comenzó temprano en Cuba. El 8 de septiembre de 1675 se inauguraba en la calle Monserrate, entre Obispo y O’ Reilly, una iglesia bajo su advocación; pero tuvo que ser demolida porque obstruía la llamada puerta de Monserrate de la Muralla. Una nueva iglesia se edificaría en la esquina de Galiano y Concordia. Aun así se construiría la Ermita, que fue costeada por suscripción popular en 1885, a iniciativa del padre Peres Muntadas y de la directiva del Centro Catalán de La Habana.
TEATRO CON HISTORIA
Si se remozó el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso y se trabaja ahora en el Capitolio, ¿qué pasará con las ruinas del Teatro Campoamor? Existe, se dice, la intención de recuperarlo, pero a esta altura lo único posible de conservar allí será quizá la fachada. De cualquier manera, algo urge hacer con el viejo coliseo, dado el esplendor que alcanza su entorno y que se acrecentará con la conclusión de las obras del Hotel Manzana, en la Manzana de Gómez, y la restauración del Cine Teatro Payret, entre otras obras.
Es un teatro con historia. Por su escenario pasaron Rita Montaner y Lola Flores, cómicos como el Viejito Bringuier y Alicia Rico, y una vedette como Blanquita Amaro. Allí se estrenó Roma, ciudad abierta, joya de la cinematografía italiana, y cada 2 de noviembre, Día de los Difuntos, subía a escena el Don Juan Tenorio, de Zorrilla.
Los antecedentes de este teatro hay que buscarlos de alguna manera en el teatro Albisu, en San Rafael entre Zulueta y Monserrate, donde ocupaba parte del espacio que hoy tienen las salas europeas del Museo Nacional de Bellas Artes. El Albisu fue un teatro dedicado a la zarzuela y pronto se convirtió en un santuario del integrísimo español; elogió a Weyler y celebró la muerte de Maceo. Los cubanos le retiraron el favor. Un incendio lo destruyó, fue reconstruido y se mantuvo abierto hasta que se decidió la construcción del Centro Asturiano de La Habana. Entonces el teatro se emplazó en el edificio de San José e Industria.
Y ya que andamos a pie por esta zona, vaya un recuerdo a los aires libres del Paseo del Prado; terrazas que se abrían en los portales y las aceras de los hoteles Saratoga y Pasaje y el café El Dorado, sitios preferidos por cubanos y visitantes. En ellos sobresalieron las orquestas femeninas Ensoñación y Anacaona. Eran sitios con 15 o 20 mesas de cuatro sillas cada una. La más gustada y concurrida fue la llamada Marquesina del Saratoga. En los años 60 los aires libres fueron sustituidos por los llamados paragüitas. Hay una foto de la época que es famosa. En ella se ve en uno de los aires libres de Prado a Lezama Lima, Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat… En fin, la poesía cubana del momento.
ACERAS
Para quienes gustan de datos como estos, diremos que a comienzos del siglo XIX la calle San Rafael, llamada también De los Amigos o Del Presidio, llegaba a Industria. En 1830 el gobernador Joaquín Solís, que vivía en esa esquina, la extendió hacia el oeste y por ese rumbo llegó hasta los predios actuales de la Universidad de La Habana.
El Encanto, en Galiano y San Rafael, fue el primer establecimiento que puso en práctica en Cuba el concepto de tienda por departamentos. Se había inaugurado en 1888 en Guanabacoa. En 1961 fue destruida por un acto terrorista que costó la vida a una empleada del lugar, Fe del Valle. En 1938 se inauguró el Rex Cinema, y en 1938, el Cinecito. Cuervo y Sobrino, «los joyeros de confianza», se establecieron en San Rafael en 1882.
Era una calle elegante, con vistosas vidrieras y un ir y venir de gente que permitía tomarle el pulso a la ciudad. Sus aceras desde Prado hasta más allá de Galiano eran únicas. Las confeccionaron de granito blanco con franjas sinuosas de granito verde. De ellas solo quedan algunas fotografías y el recuerdo de habaneros nostálgicos. Las desbarataron cuando ese tramo de la vía se convirtió en bulevar; por cierto, el bulevar más chato y deslucido de todas las ciudades cubanas.
Para los que preguntan cuándo se empotraron en las aceras de la Rampa los mosaicos que reproducen obras de artistas plásticos del patio, diremos que ese hecho ocurrió en octubre de 1963, coincidente con la inauguración del Pabellón Cuba, en la esquina de 23 y N. Todavía no existía la heladería Coppelia. La manzana que a partir de 1966 ocupó el famoso establecimiento, lo llenaba un llamado Parque INIT (Instituto Nacional de la Industria Turística), que disponía de varias dependencias gastronómicas y recreativas, entre ellas el cabaré Nocturnal.
Se celebraba en La Habana, en aquel lejano año de 1963, el VII Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos, que reunió a más de 2 000 profesionales, técnicos y estudiantes procedentes de 80 países, que discutirían problemas de la arquitectura en el Tercer Mundo.
Los profesionales cubanos quisieron en esa ocasión enriquecer la imagen de La Rampa, lo que incluía la remodelación de sus aceras.
Artistas como Wifredo Lam, René Portocarrero, Hugo Consuegra, Mariano Rodríguez, Cundo Bermúdez y otros más hasta completar 15, aportaron sus obras originales que fueron reproducidas en granito integral por la empresa cubana Ornacen, con la intervención de los arquitectos Fernando Salinas y Eduardo Rodríguez. Quince diseños que se van repitiendo a lo largo de varias cuadras hasta alcanzar la cifra de 180 mosaicos.
La imagen de los mosaicos se obtuvo con cemento coloreado con gravilla fina de mármol triturada y polvo de mármol sometido luego al pulimento. Láminas de bronce delimitaban los mosaicos empotrados. Un excelente y cuidadoso trabajo. Lástima que con el paso del tiempo esa galería de arte a cielo abierto se haya deteriorado en algunas partes más que en otras, como en el tramo que cruza frente a la feria de artesanos de 23 entre M y N.