Lecturas
«Comencé la lectura de su novela y la terminé sin interrumpirla. La he saboreado bien…», escribía don Fernando Ortiz a Enrique Serpa con relación a Contrabando, publicada originalmente en La Habana, en 1938. Ese título, en opinión de Alberto Garrandés, «es una de las novelas más logradas de la primera mitad del siglo XX cubano», y su autor, escribía Loló de la Torriente, «ha sido uno de los escritores más hechos de los últimos años republicanos», que con esa novela dio a su obra, expresaba Mariblanca Sabas Alomá, «categoría máxima», en tanto que para Salvador Bueno el libro en cuestión es «una de las novelas más vigorosas nunca antes escritas en Cuba». Su publicación en Francia (París, 2009), traducida al francés por Claude Fels, tuvo amplia resonancia en la prensa de ese país, que la vio como un clásico; críticas y reseñas, afirmaba Graziella Pogolotti, que revelaron la inocultable sorpresa de los comentaristas que, situados de manera inconsciente en una perspectiva eurocéntrica, destacaron la eficacia del autor en el empleo de los procedimientos narrativos, la densidad del relato y la caracterización de los personajes colocados en una situación límite. En el año de su publicación, Contrabando ganó el Premio Nacional de Novela. Su reciente aparición en Cuba, donde se ha reeditado ya varias veces a partir de 1975, es uno de los platos fuertes del panorama editorial en el presente verano.
Ernest Hemingway consideraba a Enrique Serpa como «el mejor novelista de la América Latina». La aseveración parece exagerada. Lo que está fuera de toda duda es que Contrabando es una de las mejores novelas escritas en español en todos los tiempos.
Contaba Loló de la Torriente que una tarde Hemingway le preguntó por dónde andaba Serpa. Acababa de leerse la novela y quería hablarle.
—¡Ah! Anda por muchas partes —respondió la futura autora de Mi casa en la tierra. Y añadió que podía andar por el bar Panamerican, en la calle Bernaza número 1, el primer establecimiento de su tipo en La Habana provisto de aire acondicionado, lo que le robó buena parte de su clientela al Floridita. O quizá por El Templete, el bar-restaurante de la Avenida del Puerto especializado en pescados y mariscos, o por el periódico El País, en la Calzada de Reina.
El autor de Fiesta pidió a la columnista del diario El Mundo y a la revista Bohemia que llevase a Serpa el día siguiente al Floridita. Cuando llegaron, Hemingway estaba en la barra con un vaso de whisky en la mano. Loló lo tocó en un hombro y le anunció la presencia de Serpa. Hemingway, sin soltar su vaso, condujo a los recién llegados a una mesa. Ya sentados, clavó sus ojos en los ojos de Serpa y le espetó:
—Oiga, amigo, ¿por qué pierde usted su tiempo como periodista?
Recordaba Loló que Serpa, rápido como el vuelo de una gaviota, respondió con su voz ronca y cascada:
—Porque aquí no pagan 20 000 dólares por un cuento corto para el cine, ¿sabe usted? Y mi familia y yo también comemos.
Decía Loló de la Torriente que Hemingway afinó su lenguaje, dulcificó su rostro, soltó una insolencia en español y en apariencia aceptó de buen grado el puntillazo de Serpa. Dijo de pronto:
—Es usted el mejor novelista de la América Latina y debe dejarlo todo para escribir novelas.
La charla, tragos van y tragos vienen, se prolongó hasta las diez de la noche. Al día siguiente, concluía Loló su relato, Hemingway estaba en Cojímar pescando, con dos muchachos en su lancha, y Serpa trataba de cazar una noticia en la sala de prensa del Palacio Presidencial.
Por la misma época, en México, Rubén Romero, autor de La vida inútil de Pito Pérez, preguntaba a Loló si Enrique Serpa vivía de sus libros.
—Ay, don Rubén, en Cuba ¡ningún escritor vive de sus libros! Tiene que hacer gacetillas, ser maestro, vender chiviricos o morirse de hambre… Los oportunistas viven del presupuesto con botellitas miserables. Los verdaderos escritores tragan en seco…
Rubén Romero sabía muy bien de qué le hablaba Loló de la Torriente, pues había sido embajador de México en La Habana.
Se trata de un poeta de nota muy personal, como se advierte en La miel de las horas (1925) y Vitrina (1940) y, como asegura Raimundo Laso, es un narrador de tenaz vocación que supo conservar los caracteres de su personalidad literaria en medio de las vicisitudes de su época. Muestra particular buena fortuna en los cuentos que compiló en volúmenes como Felisa y yo (1937) y Noche de fiesta (1951). Su relato Aletas de tiburón (1963) se hace imprescindible en cualquier antología que del género se publique en estas tierras. Otra novela suya es La trampa (1956). En 1978 aparece La manigua heroica, que no llegó a publicar en vida, y deja inéditos Tierra de tabaco e Historias de un juez. También quedan inéditos La oscura tragedia de Julio Douvrés (novela) y los cuentos de Es su secreto y otras historias. Es el autor de uno de los capítulos de Fantoches (1926), novela escrita por varios autores.
Como periodista, su nombre se inscribe entre los de los grandes cronistas cubanos; un profesional muy valorado también por sus reportajes y un fotorreportero notable. Consciente de que el destino último del buen periodismo es el libro, mucho de lo que escribió para diarios y revistas —El Mundo, El País, Excélsior, El Fígaro, Social, Carteles, Bohemia…— lo recogió en volúmenes como Norteamérica en guerra (1944), Presencia de España (1947), Jornadas villareñas (1962) y Días de Trinidad (1939), que muchos consideran como su más valioso aporte periodístico.
Sobre esa arista de su quehacer, escribe el también periodista Fernando G. Campoamor:
«En su obra —aun en la del diarismo, que injuria y hasta mutila a sus hijos— Serpa salió a salvo de la prueba de los ácidos, y hasta en sus reportajes redactados sobre la marcha por pueblos, guardarrayas y atajos de las provincias, hay una identidad con su fino espíritu, con su arte inicial de poesía, que siguió campeando en su prosa plástica».
Enrique Serpa mereció los premios periodísticos Enrique José Varona, Eduardo Varela Zequeira y Antonio Bachiller y Morales, y en tres ocasiones el Premio de Reportaje del Ministerio de Educación por sus trabajos Raid Habana-Santiago (1936); Oro en Isla de Pinos (1938) y Fracasará la revolución en México (1939). Precisamente el Gobierno de ese país le otorgó la condecoración del Águila Azteca y ciudades del interior de la Isla le confirieron la condición de Hijo Adoptivo. En 1951 su cuento Odio mereció el Premio Hernández Catá, la más alta distinción literaria cubana anterior a 1959.
¿Quién es Enrique Serpa Filis?
Nace el 15 de julio de 1900, en La Habana. Se trata de un hombre hecho por sí mismo. Apenas asiste a la escuela, pues con 12 años de edad intenta ganarse la vida como aprendiz de zapatero y de tipógrafo y mensajero de una tintorería, y tiene solo 15 cuando abandona la casa materna —es huérfano de padre— y encuentra empleo en Matanzas, primero como pesador de caña y más tarde como oficinista en un central azucarero.
De vuelta a la capital, Rubén Martínez Villena le consigue empleo en el bufete de Fernando Ortiz, de quien el autor de La pupila insomne es secretario. Serpa será el secretario del secretario. Fueron condiscípulos en la Escuela Pública número 37 del Cerro y la amistad los une para siempre. En el cuarto aniversario de la muerte de Rubén, Serpa le dedica una página bellísima en la que, «santo, laico, espejo y flor de nobleza», lo compara con el Quijote y le exalta la fortaleza de ánimo, el espíritu de justicia y la abnegada vocación de sacrificio. Resalta la piedad del poeta, que le hacía sentir como propias la miseria y la angustia ajenas, y el impulso heroico que lo llevó a arremeter contra los molinos en su anhelo de liberar galeotes. Añade: «Y tuvo, por encima de todo, su inefable don de bondad, una bondad tan grande, apasionada y honda que estaba casi más allá del concepto humano».
Con Rubén, Andrés Núñez Olano y otros jóvenes intelectuales de la época es habitual en las tertulias del café Martí y forma parte del Grupo Minorista que, en sus almuerzos sabatinos en el hotel Lafayette, se pronuncia contra los valores falsos y gastados y en favor de una radical y completa renovación formal e ideológica en las letras y las artes, además de preocuparse por los problemas políticos del momento.
Son años en los que Serpa lee como un endemoniado: Zola, Flaubert y Maupassant. Azorín y Unamuno. Valle Inclán y Galdós. Darío y Rodó. Sanguily, Varona, Martí. El periodismo es la profesión de los que se quedaron sin profesión. Con 21 años de edad ingresa como reportero de a pie en el periódico El Mundo, donde no tarda en ser nombrado jefe de Corresponsales, primero, y luego jefe de Información. En realidad, parece haber colaborado con cuanta publicación vio la luz en Cuba antes de 1959.
Viaja muchísimo por el exterior y recorre el país de cabo a rabo. Entre 1952 y 1958 es encargado de prensa en la Embajada cubana en Francia. Al quedar sin efecto su nombramiento diplomático, pide dinero prestado para regresar a La Habana y ya aquí vuelve al periodismo. Escribe para El Mundo, dirigido entonces por su viejo amigo y vecino Luis Gómez Wangüemert, y también para las revistas Bohemia, Unión y Mar y Pesca.
Enrique Serpa fallece en La Habana el 2 de diciembre 1968.
En la papelería de Serpa en poder de su hija obra una carta de Martha Gellhorn, la tercera esposa de Hemingway, en la que pide a Max Perkins, el editor de su marido, que traduzca Contrabando y procure el modo de publicarla. Hace algo más de cinco años un ejemplar de la primera edición de For Whom the Bell Tolls (Por quién doblan las campanas) dedicado por Hemingway a Serpa en agradecimiento por el envío de Contrabando, registró, hasta dónde conoce el escribidor, una oferta de 78 000 dólares en una subasta on-line. Se ignora el camino que hasta ahí recorrió ese libro desde la biblioteca de Serpa, donde supuestamente estuvo alguna vez. ¿Estuvo en verdad? Clara Elena Serpa dice, enfática, que nunca lo vio y que en la biblioteca de su padre todos los libros estaban en español y que cuando ella quiso leerlo recurrió a la traducción. De cualquier manera, Serpa es el escritor cubano más presente en Finca Vigía; libros en cuyas dedicatorias Serpa habla de admiración, homenaje, afecto, amistad…
Hay algo más importante aún, señalan especialistas. Es la influencia que Serpa parece haber ejercido en Hemingway. Entre La aguja, cuento escrito por el cubano, y El viejo y el mar hay coincidencias. De seguro pura casualidad, porque no hay que olvidar que, grandes escritores al fin, cada cual recorrió su propio camino.