Lecturas
Hace ya algún tiempo, al aludir a Osvaldo Farrés, dije en esta página que ese afamado compositor cubano había dedicado a su madre la pieza que lleva precisamente el título de Madrecita. El doctor Rafael Borroto Chao, en desacuerdo con mi afirmación, expresó que dicha melodía, que hasta 1959 se cantaba hasta decir no quiero más los días de las madres, la inspiró no la progenitora de Farrés, sino la madre del presidente Carlos Prío Socarrás. El escribidor consultó entonces con Cristóbal Díaz Ayala, musicógrafo cubano radicado en Puerto Rico, y el autor de Cuando salí de La Habana y Música cubana; del areíto al rap, entre otros muchos títulos, corroboró lo dicho. Fue la madre de Farrés la que inspiró Madrecita, y no doña Regla Socarrás. Así se lo dijo a Díaz Ayala el propio compositor en una entrevista.
Otro erudito de nuestra música, Gaspar Marrero Pérez de Urría, autor de Presencia espirituana en la fonografía musical cubana, se asoma ahora a la palestra para apuntalar lo expresado por el escribidor. Dice Gaspar Marrero en su mensaje electrónico:
«Leí tu referencia al bolero Madrecita, de Osvaldo Farrés y me pareció necesario hacerte llegar la transcripción de una grabación especial del sello Panart, que, según Díaz Ayala, aparece sin código comercial (es decir, sin número). El disco conserva, en una de sus caras, ese bolero interpretado por Fernando Albuerne con la orquesta dirigida por Enrique González Mántici y el trío de las Hermanas Lago. En la otra, usando fragmentos de la grabación anterior como fondo, se escuchan estas palabras en la voz del propio Osvaldo Farrés que transcribo a continuación:
«Madrecita: Esta canción está escrita para ti y en esta inspiración mía quiero refundir el cariño acendrado a todas las madres del mundo, por buena, por abnegada, por santa.
«Sean para ti estas frases nacidas en lo más profundo de mi alma, porque tú eres la encarnación suprema de todo lo noble y de todo lo grande que hay en el mundo.
«A ti acudimos siempre, cual cofre amoroso que guarda todas nuestras angustias, penas y alegrías. En nuestras figuraciones, eres nuestro recurso y consuelo. Y nuestra única verdad.
«Tu regazo materno y tu amor saben de todas las ternuras y todos los sacrificios. Como tu cariño, ninguno. Tú eres lo realmente positivo en la vida.
«Y ahora, escucha la última estrofa de mi canción, nacida del corazón de un hijo que tú sabes que jamás faltó al sagrado deber de adorar a su madre. En ella digo para ti lo que dedico con todo mi corazón a las madres del mundo. Óyela…». Finaliza Gaspar Marrero su mensaje: «Conservo copia digital de esa grabación, que pongo a tu entera disposición».
Ramón Fidalgo, oficial de las Reservas de las Fuerzas Armadas, busca información sobre las rutas de tranvías que operaban en La Habana de 1922. Dice que ha buscado el dato en la Biblioteca Nacional José Martí y en el Archivo Nacional, y que el intento ha sido infructuoso; en la Biblioteca porque no aparecen los cinco registros que sobre el tema obran en sus fondos, y en el Archivo porque parece no tener material alguno al respecto.
En La Habana, algunos periódicos publicaban al finalizar el año los llamados almanaques. Lo hacía al menos el diario El Mundo, que es el que he visto. Se trataba de libros con abundante información sobre las boticas y sus días de guardia; las personalidades cubanas y mundiales fallecidas en el período, las sociedades españolas radicadas en La Habana, los grandes sucesos del año, las compañías navieras y ferrocarrileras y sus rutas, así como sus tarifas, las tarifas postales… En fin, entre otras cosas útiles o curiosas, contaban con secciones que incluían las rutas de ómnibus y tranvías, y las describían en detalle. Por ejemplo:
L-4. Lawton-parque central. Sale de San Francisco y Diez de Octubre con el siguiente recorrido:
En bajada, San Francisco, Avenida de Acosta, Concepción, calle 16, calle B, calle Octava, Concepción, Diez de Octubre, Calzada de Monte, San Joaquín, Infanta, San Rafael, Consulado. San Miguel, Neptuno. Monserrate.
En subida: Empedrado. Aguiar. Chacón, Monserrate, Neptuno. Infanta. Diez de Octubre hasta San Francisco.
Este tranvía sería con el tiempo el L-4 de los Autobuses Modernos, y más tarde la ruta 54, que todavía existe con un recorrido muy cambiado con relación al original. Hace, en bajada, su parada final en el parque de El Curita y sube por Zanja buscando Infanta.
En los años 50, el L-4, ya autobús, se internaba en La Habana Vieja, y sorteando las dificultades del caso —calles estrechas, personas y vendedores ambulantes en la vía, carros aparcados en las aceras, camiones que descargan su mercancía frente a un almacén…— llegaba a la Plaza de Armas. Salía del paradero de Lawton, tenía su primera parada en calle B esquina a 16. Durante mucho tiempo su parada final fue en Neptuno, a un costado de la Manzana de Gómez, frente al hotel Plaza, y luego en Prado esquina a Virtudes.
Sobre el aborto en Cuba inquiere, desde Jovellanos, Matanzas, María F. Vasconcelos. Quisiera conocer acerca de los orígenes de esa práctica en la Isla, «que aunque era ilegal, se hacía en determinados lugares, no siempre por personal calificado», dice.
Lamentablemente, no tengo datos a mano sobre el tema. Sé, por referencias, que se realizaba de manera clandestina en algunas instituciones de salud. En ellas se prestaba el servicio no solo a cubanas, sino a no pocas extranjeras, sobre todo, norteamericanas. Como esas clínicas estaban señalizadas en los mapas de la ciudad, a las pacientes que venían del exterior les era fácil llegar a ellas desde el aeropuerto. Esas instituciones acopiaban una parte nada desdeñable de sus ingresos por esa vía.
También la llevaban a cabo, en sus consultas privadas, algunos obstetras, llamados entonces cirujanos parteros. Hace muchos años conocí a uno de ellos. Trabajaba en una institución de Salud Pública y tenía su gabinete particular. Más que un médico era un mercader. Tenía dos métodos para acometer el aborto: con anestesia, por el que cobraba una cantidad mayor de dinero, y sin anestesia, que era más barato. Vale la pena recordar estas cosas.
El colega Juan Morales, corresponsal de Juventud Rebelde en Las Tunas, hace su aporte a la página que con el título El mensaje a García se publicó en este diario el pasado 1ro. de noviembre.
Escribe Morales que en el litoral de Manatí, en la costa norte tunera, existe un obelisco conocido popularmente por El Monumento. Añade: «Está situado no lejos de la orilla, en la zona de Mono Ciego, cerca de la boca del puerto. Se trata de un muro de hormigón con una tarja de bronce empotrada en su centro, en la cual aparece un alto relieve de nuestro escudo nacional. Dice más abajo: “A las 11 de la noche del 5 de mayo de 1898 salieron de este lugar en un bote de 104 pies cúbicos y 14 de largo con dirección a Nassau portando la contestación del Mensaje a García, el coronel Enrique Collazo y el coronel Charles Hernández, acompañados de los tenientes Emilio Márquez, Nicolás Balbuena, el sargento José Romero y el teniente Andrew S. Rowan U.S.A.», portador del mensaje del Presidente norteamericano al mayor general Calixto García. En la tarja se consigna asimismo que fue erigido por el U.S.S Nokomis y la Manatí Sugar Company, el 20 de mayo de 1931. La historia de El Monumento, precisa Morales, es poco conocida.
Sobre el Mensaje a García escribe también Alberto Debs Cardellá, historiador de Niquero. Recuerda en su carta que una amplia referencia al tema se encuentra en el folleto Ensenada de Mora, correo en Oriente de la Revolución del 95, fruto de la investigación histórica realizada por Manuel Sánchez Silveira, editado por la imprenta El Arte, de Manzanillo en 1951. Como se recordará el doctor Sánchez Silveira, médico, es el padre de Celia Sánchez.
Recuerda Debs Cardellá que el correo de Oriente se realizaba en un pequeño velero llamado El Mambí. Gervasio Sabio era su patrón y lo acompañaban como marineros Gregorio Carnet y Pedro Naranjo, a quien por su origen se le conocía como el Venezolano. Esta embarcación, que era de vela y remos, estuvo en el puerto de Niquero hasta los primeros años de la década del 30 del siglo XX.
El velero zarpaba de Kinsgton o de cualquier puerto del norte de Jamaica en horas de la tarde y llegaba al amanecer del día siguiente a la ensenada de Mora. Podía transportar 200 rifles y algunas cajas de municiones, laterías, ropa, zapatos y medicinas; publicaciones y correspondencia. Su patrón sabía que, de ser capturado, los españoles lo pasarían por las armas. Por eso se hacía acompañar siempre por 20 libras de dinamita para volar con su bote antes de que lo apresaran. Se auxiliaba de palomas mensajeras.
A través del teniente Rowan, el presidente McKinley preguntaba a Calixto García si estaba dispuesto a colaborar con el desembarco de tropas norteamericanas en Cuba a fin de iniciar la guerra contra España. Tras el desembarco, seis valerosos oficiales cubanos dieron escolta a Rowan hasta Bayamo, donde se encontraba Calixto. Citando a Sánchez Silveira, dice Debs Cardellá: «El general García no tenía instrucciones del gobierno cubano a ese respecto tan trascendental y decidió hacer regresar al teniente Rowan a Washington, acompañado por una comisión presidida por el general Enrique Collazo, para que consultara el propósito americano con el representante cubano en Nueva York Tomás Estrada Palma».
«Hay que hacer constar, sin intolerables suspicacias, que el general García no podía hacer cosa más acertada que redespachar a Rowan a Norteamérica, sin pérdida de tiempo, pues ya estaba declarada la guerra a España por los Estados Unidos. El teniente americano había cumplido su misión a plenitud, entrevistándose con el general Calixto García y no podía aceptar se le llevase con el Consejo de Gobierno en Camagüey a través de la manigua, sin segura posibilidad de regresar a Estados Unidos. No era su misión. Además, el general García que estaba en relación más directa con la emigración de donde obtenía noticias, conocía mejor que el Consejo la inminente declaración de guerra… La comisión cubana que acompañaba a Rowan no llevaba a Washington más instrucciones que la de entrevistarse con el representante cubano Tomás Estrada Palma. El general García cumplió a plenitud, lo que en su deber de jefe era de esperarse, sin sombra de agravios para instituciones o patriotas. Como ya estaba declarada la guerra y era urgente proceder, se dirigió al gobierno cubano, diciéndoles que mientras el gobierno decidiera y ordenara, él había dado órdenes de apoyo a las fuerzas americanas. ¡Qué lejos estaba nuestro gran general, de pensar que sus entusiasmos patrióticos y de cooperación, serían pagados con la bota yanqui y no con la diestra amiga!».