Lecturas
Parece cosa de película, de esas historias que conmueven en las revistas del corazón. En los pasillos de una poderosa radioemisora habanera se topa Osvaldo Farrés con Finita del Peso. Es una simple visitante; una mujer muy joven, elegante y bonita que acompaña a su hermana, entonces una destacada actriz. Él avanza de prisa hacia una cabina de transmisión porque está a punto de salir al aire el programa con que cada semana acapara la atención de la audiencia. Va tenso, como siempre que debe trabajar en vivo, una tensión que desaparece de golpe en cuanto se instala ante los micrófonos y saluda al público invisible.
Pese a la tensión y la prisa, repara en aquella muchacha. Lo impresiona su distinción. Tiene que hacérselo saber. Se tira a fondo. «Esas piernas que luce —pregunta—, ¿son suyas o se las prestó un ángel?».
Finita no espera un requiebro como ese, o tal vez lo espera, pero se turba, siente que se acalora, se queda sin palabras. Intercambian números telefónicos y en el transcurso de los días arreglan un encuentro y empiezan a verse en secreto. Pero la familia está sobre aviso y se opone a aquella relación. Farrés será todo lo famoso que se quiera, pero es muy mayor para Finita. Le lleva 30 años y, para colmo, ¡es divorciado!
No quiere ella oír razones y deja a la familia sin otra alternativa que la de sacarla de La Habana. La distancia es a veces un buen remedio, pero no resultó en este caso. Busca la pareja la manera de seguir en contacto y un día ella recibe un telegrama en que el compositor le pide que ni por un millón en joyas se pierda la siguiente audición de su programa. Sigue Finita la sugerencia y casi muere de la emoción cuando escucha al mexicano Pedro Vargas, El tenor de las Américas, que canta Toda una vida, la canción que Farrés acababa de componer para ella y que no demoraría en convertirse en himno para los enamorados y que los mantendría a ellos unidos más allá de la muerte.
Osvaldo Farrés es de los más importantes compositores cubanos, de los de obra más extensa y reconocida, tanto por la crítica como por el público. Una noche de frío y lluvia, en una calle londinense, alguien pasó a su lado silbando una pieza suya. Y más tarde, en Belén, un taxista israelí, enterado de quién era el viajero que llevaba a bordo, detuvo el vehículo y a dúo con un caminante desconocido, cantó otra de sus melodías.
En forma casi torrencial se sucedían sus éxitos, dice el musicólogo Cristóbal Díaz Ayala, cantándole al amor y a la mujer en una forma directa y sencilla, que no es lo mismo que simple.
Corre el año 1947 y la cantante mexicana Chela Campos pide al cubano que componga una canción para ella. Farrés se niega, vacila, no se siente suficientemente motivado. Pero la mexicana no se da por vencida. Insiste. «Vamos, Maestro, si con tres palabras se hace una canción», le dice, y Farrés acepta el reto. Compone la canción que Chela Campos le pide y la titula precisamente así: Tres palabras.
Ya para entonces Farrés había entrado en Hollywood por la puerta ancha cuando en 1940 su bolero Acércate más, que ya había sido un éxito en la voz de Toña la Negra, fue el tema de una película que interpretaron Esther Williams y Van Johnson.
Tres palabras apareció en una cinta de Walt Disney. Quizás, quizás, quizás la cantó Sarita Montiel en la película Bésame. En verdad, la Montiel interpretó varias canciones de Farrés en seis de los filmes que protagonizó. Nat King Cole dejó también su versión de Quizás... y No me vayas a engañar fue uno de los grandes éxitos de Antonio Machín. Obras de Osvaldo Farrés se utilizaron también en películas argentinas y mexicanas. En el mar, cantado por el intérprete Carlos Argentino con el respaldo de la Sonora Matancera, se incluyó en la cinta mexicana Sube y baja, en la que se destaca la labor del genial Mario Moreno, «Cantinflas».
Otra pieza suya, emblemática, es Madrecita, compuesta en 1954. Si Toda una vida fue, como se dijo, el himno de los enamorados, Madrecita se cantaba hasta la fatiga en el Día de las Madres. Farrés la compuso en homenaje a la suya. Pero la buena señora nunca pudo oírla porque era sorda como una tapia.
Otras piezas suyas son Te lo diré cantando, Piensa bien lo que me dices, Acaríciame, Déjate querer y Para que sufras.
En realidad Osvaldo Farrés no leía música ni tocaba instrumento alguno. No podía llevar sus inspiraciones al papel pautado. Música y versos le brotaban al mismo tiempo y los memorizaba —con los años, con la ayuda de Finita— hasta que alguien llevaba la melodía al papel pautado. No faltó, así, quien dudara de la paternidad de sus obras. Pero los entendidos descartan ese argumento en virtud de la homogeneidad y coherencia que resultan bien evidentes en su quehacer, sobre todo en sus piezas mayores.
Nacido en la ciudad de Quemado de Güines, en el centro de la Isla, el 13 de enero de 1902, Farrés era un magnífico dibujante y un publicista aventajado cuando descubrió que tenía el don de componer bellas y pegajosas melodías.
Halló esa veta por casualidad. En 1937 preparaba con cinco muchachas, en un estudio de CMQ Radio, una promoción de la cerveza Polar cuando un locutor comentó: «Ahí está Farrés con sus cinco hijas…». En el acto, Farrés se comprometió a escribir una guaracha con ese título. Al cabo, no serían cinco hijas, sino cinco hijos: Pedro, Pablo, Chucho, Jacinto y José, que no tardarían en ser conocidos en toda Cuba luego de que Miguelito Valdés montara la pieza con la orquesta Casino de la Playa.
«Jamás pensé en convertirme en un compositor. Ni la canción ni la música entraban en mis planes, y mucho menos imaginé que llegaría a vivir de ellas», dijo en una ocasión. Y logró hacerlo sin embargo, pues no demoraría en convertirse en el compositor de moda en Cuba, un hombre capaz de trocar en éxito cuanto escribía.
Precisa Díaz Ayala que a fines de los años 30 y comienzos de la década de los 40 del siglo pasado, se hacía sentir un vacío en la música romántica cubana. Claro que existía un Lecuona, pero por las dificultades de su música no todo el mundo podía cantarlo o tocarlo. Se requería además de una música que el ama de casa, el operario, el artesano pudieran tararear mientras hacían sus tareas y tampoco la había. Esa carencia de música romántica la iban llenando Agustín Lara y otros compositores mexicanos, como Gonzalo Curiel y Abel Domínguez. Es Osvaldo Farrés de los que inicia la redención de la canción romántica, aunque su primer triunfo fuera aquel Mis cinco hijos, que es una guajira, un género con el que es difícil triunfar en cualquier época.
En 1939 el pianista René Touzet compone un bolero que recorre el mundo y que pese al tiempo transcurrido no pierde vigencia: No te importe saber, una pieza decisiva en el auge de la canción y el bolero cubanos. Como ya se dijo, Farrés fue otro de los compositores que ayudó mucho en eso.
«El éxito de Farrés inspiró a una serie de cubanos que empezaron a componer», dice Cristóbal Díaz Ayala. Todos contribuyeron al cine mexicano con su producción, pero algunos de ellos incluso se domiciliaron en México, apareciendo en algunas películas. Ese fue el caso de Juan Bruno Tarraza, con una extensa producción que incluye éxitos como Besar, Soy tuya, Soy feliz, Alma libre y otros muchos. Fue pianista acompañante de Toña la Negra, María Victoria y Amparo Montes.
Menciona además Díaz Ayala a Felo Bergaza, autor de inspirados boleros como Infeliz y Miedo, y a Julio Gutiérrez, que con su Inolvidable dio título a una película mexicana. Figuran además en esta cuerda Fernando Mulens, que fue pianista acompañante de Pedro Vargas y dejó boleros como Qué te pedí, Habana y De corazón a corazón, y Bobby Collazo, autor de Tenía que ser así, Vivir de los recuerdos y sobre todo de ese gran éxito que fue La última noche.
Otros boleristas cubanos que no se asentaron en México, pero llevaron sus canciones a los escenarios y al cine de ese país fueron Orlando de la Rosa, Mario Fernández Porta, Carbó Menéndez, Adolfo Guzmán, Isolina Carrillo y otros muchos.
Farrés escribió en 1948 la música que calzó la campaña electoral de Carlos Prío Socarrás. Cuando el ya presidente electo quiso recompensarlo, Farrés le dijo que había compuesto aquello para el amigo, no para el político.
Fue el único compositor cubano que se permitió instalar una editora en pleno estado de Nueva York, bajo el nombre de Osvaldo Farrés Music Corporation (1949), y que atendía asimismo la representación de sus intereses en ese país.
Otro acierto de Farrés fue su programa El bar melódico, que comenzó en la radio y fue a parar luego a la TV. En un medio y otro, se mantuvo en el aire, de manera ininterrumpida, durante 13 años. Su formato e intención fueron copiados en otros países. Por El bar melódico de Osvaldo Farrés pasó lo mejor que vino a Cuba y también nuestros mejores intérpretes y cuanto talento surgía en la Isla, jóvenes valores que gracias a aquel espaldarazo no demorarían en consagrarse.
Toda una vida, que compuso en 1943, dio a Farrés la fama definitiva. En 1964 otra pieza suya, Un caramelo para Margot, se convirtió en un éxito en la voz de Pacho Alonso, que la cantó en ritmo pilón y que no demoró en ser interpretada por otros grupos, entre esos el cuarteto Los Modernistas.
Osvaldo Farrés murió en Nueva Jersey, el 22 de diciembre de 1985, mientras disfrutaba de un programa de televisión.