Lecturas
Es el primer barrio obrero de Cuba y posiblemente de América Latina. Surgió en virtud de una ley impulsada en el Parlamento por el representante a la Cámara Luis Valdés Carrero y su nombre oficial es el de Redención. Pero desde muy temprano lo rebautizaron popularmente como Pogolotti, en homenaje al propietario de los terrenos donde se erigió y que era asimismo el presidente de la compañía constructora que acometió la edificación de las viviendas. El pasado 24 de febrero esa localidad perteneciente al municipio de Marianao cumplió 101 años. Esta es su historia.
Con vistas a las elecciones generales de 1908, el programa del Partido Liberal insistía en la necesidad de mejorar las condiciones de vida de las capas más empobrecidas de la nación, agobiadas por la subida de los precios de los productos de la canasta básica y el alza de los alquileres de viviendas y habitaciones. Una de las soluciones propuestas era de la de acometer la construcción de casas para obreros.
El 28 de enero de 1909 los liberales accedían al poder, pero para muchos de ellos aquella promesa, en la que tanto insistieron durante las campañas electorales, se convirtió en letra muerta, en mero papel mojado. No todos, por fortuna, fueron tan desmemoriados.
Ese fue el caso de Luis Valdés Carrero. Nació en Santa Clara, en 1865, y en Cayo Hueso, donde militó en las filas del Partido Revolucionario Cubano, mantuvo contacto directo con José Martí. Luego, en la manigua, fue ayudante del mayor general Serafín Sánchez. Terminada la Guerra de Independencia volvió a su oficio de siempre, el de tabaquero. Su honestidad, carisma y larga visión política le granjearon amplias simpatías en el gremio del tabaco torcido y sus compañeros terminaron llevándolo a la Cámara de Representantes.
En el Congreso propuso o dio su apoyo a leyes de carácter popular. Además de la llamada Ley de casas para obreros, promovió la que concedía pensiones a las viudas de los veteranos de la Independencia y una que favoreció la entrega de tierras y animales al campesinado.
La integridad de Luis Valdés Carrero la reafirma su negativa a aceptar la pensión a la que tenía derecho por su pertenencia al Ejército Libertador. Murió en Marianao, donde vivía modestamente, el 20 de enero de 1950.
Valdés Carrero, en su propuesta de ley, pedía que el Gobierno dispensara un crédito de 650 000 pesos para la construcción de mil casas en La Habana. Las viviendas se entregarían, mediante sorteo, a padres de familia cubanos o naturalizados que no tuviesen otras entradas que aquellas que les proporcionaba el trabajo manual. El barrio debía edificarse en una zona con fácil y rápida comunicación con el centro de la capital. Ningún trabajador podría optar por más de una vivienda.
Las casas serían de mampostería y tejas, con cuatro metros de altura como mínimo. Se ubicarían en terrenos de seis metros de frente y 20 de fondo, y dispondrían de portal, sala de estar, comedor, dos habitaciones, cocina, servicio sanitario y patio. El trabajador agraciado con una de esas viviendas pagaría al fisco la cantidad de 12 pesos con 50 centavos, que le daría el derecho de ocuparla, y luego, siempre en la primera decena de cada mes, abonaría seis pesos con 25 centavos hasta amortizarla. De esa suma, cinco pesos con 41 servirían para liquidar el valor de la casa y el resto para el pago del servicio de agua y administración. Lo recaudado permitiría asumir la construcción de nuevas viviendas para familias pobres. Los inquilinos recibirían el título de propiedad una vez saldada la deuda y se obligaban a dar mantenimiento a su morada y a aceptar las inspecciones del Gobierno o del municipio, entidad a la que tendrían al tanto de cualquier deterioro mayor que pudiera sufrir el inmueble.
La propuesta de Valdés Carrero sufrió en el pleno de la Cámara modificaciones que le permitieron acrecentar sus beneficios. Se duplicó el monto del crédito solicitado al Gobierno y se estableció que en lugar de mil, se fabricasen 2 000 viviendas; la mitad de estas en La Habana, como se pedía en el proyecto original, y que las otras mil se construyeran por provincias de manera proporcional.
La Cámara de Representantes, presidida por Orestes Ferrara, aprobó la ley el 27 de junio de 1910, y el Presidente de la República la sancionó el 18 del mes siguiente. Solo quedaba entonces sacar la obra a subasta.
La Compañía Nacional Constructora, que presidía el italiano Dino F. Pogolotti, se adjudicó en dicha subasta la construcción de las mil casas que se erigirían en La Habana. Como era, ya se dijo, el propietario de las fincas Jesús María y San José, en el barrio marianense de Los Quemados, gestionó con éxito que la nueva urbanización se asentara en los terrenos de su propiedad. Recibió 650 000 pesos en pago de la tierra y de la fabricación de las viviendas.
En contra de lo que pueda suponerse, su hijo, el pintor Marcelo Pogolotti, afirma que no fue un buen negocio. En su libro de memorias Del barro y las voces (2004) expresa que ganar la subasta fue para su padre una victoria pírrica, porque los 650 pesos que pagaría el Gobierno por cada vivienda no dejaban ganancia y más si el pago era a plazos.
Precisa el artista: «Mi padre contaba con la ventaja de disponer de su propio tejar para proporcionar los ladrillos, pero la misma resultó insuficiente. Con todo, a él no le interesaba tanto las ganancias como un estímulo para fomentar la zona en que surgiría el barrio obrero, situado frente a la carretera del Cerro en un terreno alto y sano… Por lo demás, a mi padre, hombre de mentalidad liberal y progresista, le agradaba sentirse autor de una obra social de ese jaez, aunque le representara pérdidas. La posteridad lo recompensó, pues aunque el barrio se nombró de modo significativo Redención, el pueblo lo ha seguido llamando hasta ahora Pogolotti. También apareció una canción cuyo primer verso decía: ¿A dónde quieres que te lleve a vivir? A Pogolotti ma… A Pogolotti ma…
Con pérdidas o sin estas, Dino Pogolotti le metió el hombro a la obra. El 30 de octubre de 1910, a las diez de la mañana, en presencia del presidente José Miguel Gómez, se colocó la primera piedra de la que sería la casa número uno de la barriada. Cuatro meses después, el 24 de febrero de 1911, un pelotón de la Guardia Rural y la banda de música del Estado Mayor del Ejército formaban frente a ese inmueble a fin de recibir a todo trapo a José Miguel, que llegaba en automóvil con ministros y ayudantes. Escribe el pintor Pogolotti en sus memorias que recordaba perfectamente el arribo del primer mandatario, «de chistera y chaqueta en medio de la multitud proletaria». Agrega enseguida: «De un lado se extendía el verde espacio en medio del cual se destacaba con su portalón la blanca casona del Colegio Inglés; del otro, desfilaban los frescos colores de una manzana de casas de obreros en son de fiesta al compás de la música, entre guirnaldas de banderas cubanas».
La rifa de las primeras cien casas había tenido lugar el 11 de enero. Aquella mañana del 24, Rafael Martínez Ortiz, ministro de Agricultura, Comercio y Trabajo, presentó a los agraciados, uno por uno, al Presidente y el gobernante fue haciéndoles entrega de las llaves de la casa en la que habitarían. «Fue un momento solemne en el que por más de un rostro curtido por el sol corrían lágrimas de emoción», afirma Henoch V. Garriga Alonso en el trabajo de diploma sobre el barrio de Pogolotti con que, en 1953, obtuvo su título en la Facultad de Educación de la Universidad de La Habana.
Quizá los residentes más viejos del barrio escucharan decir a los mayores que durante mucho tiempo sus vecinos utilizaban los tranvías de las rutas I-2, I-4 y V-5, que hacían parada en la actual calle 41 esquina a 90, para hacer el trayecto Pogolotti-Habana y viceversa, o que se valían del tren de Zanja que, en viaje de retorno, salía de Marianao y llegaba a las inmediaciones de la Plaza de la Fraternidad y tomaba o dejaba pasaje en la llamada parada de Columbia o de Pogolotti, en las actuales 33 entre 96 y 98.
No todo, sin embargo, fue coser y cantar. De las mil casas previstas en La Habana, se edificaron 950 y poco o nada se sabe de las que debían erigirse en provincias. No hay constancia de que se fabricaran. La vida se hizo difícil en Pogolotti en los primeros tiempos, pues la barriada carecía de electricidad, agua potable y alcantarillado, y las calles no estaban pavimentadas.
Dice Garriga Alonso que a esos inconvenientes se unía la escasez de medios de transporte. Ese fue el motivo, asegura, de que trabajadores residentes en La Habana, principalmente tabaqueros, «no se interesaran por las casas recién fabricadas, como lo evidenciaba el hecho de que los periódicos sorteos celebrados para la entrega, excepto el último, que se verificó el 16 de mayo de 1913, pasaron casi inadvertidos para ellos, y muchos de los que resultaron agraciados, desestimaron el premio abandonando por mucho tiempo la idea de residir en dichas casas».
Tras algunas enfermedades que se extendieron por la zona casi con fuerza de epidemia, el Gobierno quiso, en 1917, clausurar el barrio, a lo que se opusieron sus moradores. Ya tenían las viviendas; se imponía entonces luchar por mejorar las condiciones materiales y ambientales de la localidad. Se agruparon los vecinos en asociaciones y cooperativas de ayuda mutua, y esas entidades hicieron nacer una profunda conciencia cívica y arraigaron un sentido de pertenencia que llega hasta hoy.
La escuela pública, siempre con la presencia de José Miguel, se había inaugurado en Pogolotti en mayo de 1912. Tres años más tarde, en tiempos del presidente Menocal, la sociedad Pro Redención lograba la aprobación de una ley que contemplaba un crédito para la construcción del alcantarillado, la pavimentación de las calles y la construcción de la casa de socorros y el cuartel de bomberos. Poco se hizo con el dinero, salvo el trazado de la calle Congreso y el pago de la hipoteca que gravaba el edificio de la escuela. Pero la mejoría llegó con el tiempo. Mejoró el transporte, se pavimentaron y rotularon las calles, se construyó la casa de socorros Baldomero Acosta y un buen gabinete dental y el alcantarillado llegó al fin después de 1949…
Vista desde hoy, la fundación de Pogolotti representó una contribución importante al desarrollo urbano de Marianao. No se olvide que se construyó en terrenos yermos e improductivos llamados a permanecer ociosos durante largo tiempo. Significó, al mismo tiempo, un aporte vigoroso al crecimiento de la población. Y, pese a sus fallas y carencias, entrañó la realización de un ensayo de economía y sociología digno de tomarse en cuenta.
Puede entonces la barriada celebrar su aniversario de manera merecida.