Lecturas
Muy pocos saben cómo y por qué surgió esa casa de salud y si lo saben prefieren no recordarlo. Es una historia desgarradora que documentó en un libro el historiador cubano Julio César González Pagés. Nació como una hermandad en torno a la prostitución para dar asistencia a mujeres que no tenían acceso a los hospitales y morían de sífilis en las casas de recogidas. Ese es el origen de Hijas de Galicia, el Hospital Materno Infantil Diez de Octubre, que presta servicios en la barriada de Luyanó, en La Habana.
Más de 60 000 gallegas arribaron a Cuba a fines del siglo XIX y en los años iniciales del siglo XX. Eran mujeres solas o con niños pequeños a su abrigo, generalmente analfabetas y, por supuesto, carentes de recursos; terminaban aquí como sirvientas o como prostitutas. Vivían una realidad que en sus cartas ocultaban a la familia lejana. No pocas de ellas se unieron y fundaron lo que sería la asociación Hijas de Galicia y el hospital de igual nombre. Eran la oveja negra de la emigración española y el Centro Gallego, con su poder y representatividad, ocultó su existencia y quiso ahogar la sociedad que surgió a la vida el 12 de junio de 1912 con el nombre de Solidaridad Pontevedresa y que cinco años después, el 18 de enero de 1917, pasó a llamarse Hijas de Galicia.
A comienzos de la década de los 90 del siglo pasado, González Pagés encontró en una oficina olvidada del Gran Teatro de La Habana toda una documentación relacionada con Hijas de Galicia. Quiso acceder a las actas originales de esa institución y luego de buscarlas en archivos cubanos y gallegos terminó encontrándolas en el mismo hospital, donde las guardaron cuidadosamente. En esos papeles está toda la historia.
A inicios de los años 90, muchas gallegas o sus descendientes, todas ya muy mayores de edad, acudían al Gran Teatro, antigua sede del Centro Gallego. Allí González Pagés aprovechó la ocasión y 120 de ellas le contaron sus vidas y las de sus familias en demoradas entrevistas. Fue así que el historiador conoció a la hija de la gallega embarazada que sirvió de modelo para la escultura que se erige a la entrada del Hospital Materno Infantil Diez de Octubre, a la que muchas pacientes veneran como a una santa.
El boicot del Centro Gallego contra Hijas de Galicia cesó en 1919, sin resultados. La institución siguió su curso. Acogía solo a mujeres y a niños de uno y otro sexo, unos 36 000 en total hasta 1956. Disponía en esa fecha, en un edificio de ocho plantas, con cinco salones quirúrgicos y diez salas de hospitalización en las que, como promedio, permanecían internados 206 pacientes/día. Laboraban allí 39 médicos. Su presupuesto, en 1957, fue de más de 968 000 pesos, cifra que incluía los gastos de la clínica y también del balneario que, para los asociados, poseía en Marianao.
Hago esta historia porque en los últimos días no son pocos los lectores que piden que aborde el tema de las casas de salud anteriores a 1959. Los complaceré ahora o intentaré hacerlo. Es un tema vasto, pues los interesados no solo recaban información sobre las «quintas» de los centros regionales españoles, sino acerca de las clínicas grandes y pequeñas y de los consultorios médicos, algunos de los cuales, como el del doctor Ricardo Núñez Portuondo, en Paseo casi esquina a Línea, se extendieron hasta bien entrados los años 60.
De algunos de esos centros ya hablamos en esta página, como de la clínica La Bondad. Estaba ubicaba en el número 1263 de la Calzada del Cerro y se le tenía como la decana de las casas de salud del país. Carecía de elevador convencional y se valían de un artefacto rudimentario para transportar a personas en estado grave, fracturados, operados y recién paridas desde el primer piso hasta el segundo y viceversa. Un cajón donde colocaban al enfermo y que era manipulado por un hombre gracias a una gruesa soga.
Porque a veces uno visita los locales donde se ubicaban algunas de esas clínicas y se pregunta cómo funcionaban en espacio tan reducido; dónde se ubicaban el quirófano y el cuerpo de guardia, cuántos pacientes podían albergar en sus salas de ingreso. No era extraño que varias de esas cliniquitas, por llamarles de alguna manera, aparecieran en los mapas de La Habana que confeccionaban y distribuían grandes empresas foráneas, como la petrolera Esso, y que no aparecieran en la carta instituciones de salud de relieve. La explicación era sencilla. En esas pequeñas clínicas eran comunes los abortos, práctica no permitida, pero tolerada en Cuba, y terminantemente prohibida en otros países; las ganancias de esas instituciones dependían sobre todo de la realización de los legrados, que por lo común transcurrían sin complicaciones y no requerían de un largo internamiento, y aquellos mapas, quizá sin proponérselo, facilitaban a las interesadas la llegada al lugar. Una extranjera urgida del «remedio» sabía a dónde dirigirse tan pronto salía del aeropuerto. No pocos de esos establecimientos se vinculaban con agencias de seguros.
Algunas de esas clínicas, justo es decirlo, gozaron de gran fama. La clínica Miramar (actual Cira García) era de las preferidas por los más ricos cuando no viajaban al exterior para atender sus dolencias. De preferencia similar gozaba el Centro Médico Quirúrgico (Instituto de Neurología), dirigido por el doctor Julio Sanguily, uno de sus principales propietarios, que estableció su consulta en 1932 en Línea y D y la trasladó luego para Línea y G antes de instalarse en el edificio de tres pisos, 50 habitaciones con baño y aire acondicionado y cinco salones de cirugía construido expresamente en D y 29, en el Vedado.
Una clínica como Antonetti (actual Instituto de Cardiología) ganó prestigio rápidamente. Su director y propietario era especialista de pulmones y profesor titular de Patología e higiene de enfermedades tuberculosas de la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana, y eran instructores de la casa de altos estudios sus dos hijos, médicos también de la institución. En la Víbora ganaba espacio Acción Médica, en Coco y Rabí; Pasteur, en la avenida de Santa Catalina, y Santa Isabel, en Mayía Rodríguez esquina a Freyre de Andrade, que se complacía de brindar dos importantes servicios de lujo: aire acondicionado y cama para el acompañante en habitaciones individuales con baño privado y teléfono. Otra institución, Marfán, se abrió paso en la rama de la pediatría. Como se impuso El Sagrado Corazón, actual hospital ginecobstétrico González Coro, también en el Vedado.
Esa barriada era, a no dudarlo, la capital médica de Cuba. Allí se hallaban grandes hospitales como Calixto García y Mercedes, después Fajardo, y la llamada Maternidad de Línea. Pero también muchas clínicas privadas y consultorios, como los del pediatra Clemente Inclán, rector de la Universidad de La Habana, el llamado Rector Magnífico, y el de su hermano Alberto, ortopédico, ambos en 21, No. 454 entre F y E; el de Antonio Rodríguez Díaz, el llamado cirujano de las manos rápidas, en la calle H, y el de José Antonio Presno Albarrán, una de las mejores cuchillas de Cuba, en la calle 17. Puente Duany, iniciador de la cancerología en la Isla, tenía su consulta en la calle K entre 25 y 27, y José Ramón Fernández, ginecólogo y cirujano partero, pionero del parto sin dolor entre nosotros, en 23 entre K y L, aunque tenía otra, más popular, en la calle Armas, en Lawton.
Cuba tuvo siempre, sigue teniéndola, una Medicina de altísimo nivel. Son cubanos figuras de la talla de Carlos Juan Finlay y Joaquín Albarrán, cuya nacionalidad siguen disputándose Cuba, España y Francia. Un cirujano como el ya mencionado Núñez Portuondo empleó técnicas quirúrgicas antes de que se hicieran habituales en Estados Unidos, y Carlos Ramírez Corría fue reconocido en un momento como uno de los diez grandes neurocirujanos del mundo…
No nos llamemos a engaño, sin embargo. Una cosa es la Medicina y otra, bien diferente, la salud pública. En los años 40 se llegaba primero a la Luna que lograr consultarse con el ortopédico Inclán en el hospital Mercedes, y lo mismo sucedía en Emergencias con el oftalmólogo Meri. Era enorme la fama de ambos y todos querían verse atendidos por ellos. Muchos lo conseguían gracias a la recomendación de algún político o de una persona influyente. Igualmente, antes de 1959, no era nada fácil hacerse de una cama en un hospital por muy público que fuera; por no hablar del precio de los medicamentos… Tan caros eran que en fecha tan temprana como el 20 de febrero de 1959 la Revolución tomó la determinación de rebajarlos.
La carretera que bordea la costa entre las provincias de Santiago de Cuba y Granma regala al viajero uno de los paisajes más impactantes de la geografía insular; un panorama de mar y montaña. Pese a su belleza impresionante, a esa zona se asocia una de las vivencias más tristes de mi ya larga carrera como reportero. Allí, a la orilla del camino, se ven numerosas cruces. Cruces toscas, atadas sus palos con bejucos. Debajo de cada una hay una persona enterrada. Sin nombre. Porque los que confeccionaron esas cruces no tenían con qué escribirlos o acaso tampoco sabían hacerlo.
Hasta esa costa llegaba una familia con su enfermo, luego de caminar tal vez decenas de kilómetros. Y desde esa costa, con una sábana, hacían señas a cuanta goleta pasara más o menos cerca. Quizá alguna se aproximara y llevara al enfermo hasta Santiago de Cuba, donde existía la posibilidad de que lo vieran en un hospital. Si no pasaba ninguna embarcación o su patrón se negaba a acercarse, y el enfermo fallecía, lo enterraban allí mismo, bajo cruces sin nombre.
Muchas de las clínicas que funcionaban en 1959 ya no existen como tales. Desaparecieron la Maternidad Privada del Vedado, en 23 entre A y B, y el Centro Médico de la Mujer, en 4 entre Línea y Calzada. También el Instituto Cuba, de cirugía plástica, en Línea e I, y el Instituto Nacional de Examen y Diagnóstico, en Línea y N. La clínica Cruz Azul, en 17 y J, es ahora el policlínico Rampa y el policlínico Plaza de la Revolución era la clínica Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Existe una dependencia de salud en lo que fue la clínica de F y 25.
De las grandes quintas regionales, la más antigua es La Benéfica (actual Miguel Enríquez, en Luyanó) del Centro Gallego. Se fundó en 1879, y al año siguiente surgió la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana con su casa de salud, actual hospital Diez de Octubre, en la calzada del mismo nombre. Con el tiempo se fundarían La Covadonga (Salvador Allende) del Centro Asturiano, en 1886; la Asociación Canaria, en 1906, y el Centro Castellano, en 1909. En el momento de su fundación, la Dependientes contaba con 677 socios y un capital líquido de $847,00. En 1957 su patrimonio social era de casi cinco millones y sus asociados superaban los 76 000.