Lecturas
Corre el año de 1928 y el Club Atlético de Cuba, un equipo de fútbol, está en la ciudad de Atlanta, en EE.UU., para contender con un conjunto local. Los norteamericanos conocen mejor el juego, denotan más entrenamiento y experiencia y esas condiciones, pese a la encarnizada batalla del «glorioso anaranjado», como se le llamaba al Atlético, acaban por inclinar el partido a su favor. Entre los criollos hay un hombre de unos 27 años y seis pies de estatura, que se mueve con diligencia en el terreno y propina con la cabeza unos golpes tremendos a sus adversarios. «Ya que vamos a perder con los yanquis —dice a un compañero en el fragor del juego— quiero salvar el honor de Cuba ¡a cabezazos!».
Es Pablo de la Torriente Brau. Cuando se incorporó al Atlético, se enteró de la divisa del equipo: «Corazón y lo otro», y la hará suya no solo para enarbolarla en el transcurso de un juego, sino para andar con ella por la vida. Ciertamente, la existencia de este hombre que nace en Puerto Rico, se desenvuelve en Cuba y muere en España, es en todos los órdenes —como combatiente antimachadista, preso político, periodista, exiliado y luchador contra el fascismo— una mezcla de corazón y de lo otro. Es decir, de sentimientos, convicción y amor, y también de bravura, tesón y acometividad.
105 DÍAS PRESOEn 1930 aparece Batey, el único libro que Pablo logró publicar en vida. En ese año inicia además su quehacer como combatiente revolucionario. Es esa una fecha esencial en el devenir de la nación. Se radicaliza el movimiento sindical y el 20 de marzo una huelga paraliza La Habana y otras ciudades. El hecho adquiere profunda resonancia entre el estudiantado, que decide perfilar un plan de acción inmediata contra la tiranía. El 30 de septiembre es el día escogido por los estudiantes para lanzarse a la calle y exigir, a voz en cuello, la renuncia de Machado.
Pablo, que está entre los manifestantes aquel 30 de septiembre de 1930, es agredido a palos por un policía, lo que le ocasiona heridas de gravedad. Su postura es ya de las más radicales dentro del Directorio Estudiantil Universitario. Por eso figurará en el reducido grupo que crea el Ala Izquierda Estudiantil. El día en que los del Ala explicarían sus puntos de vista en el seno del Directorio, los detiene la policía y son conducidos al Castillo del Príncipe, primero, y a la cárcel de Nueva Gerona, después. Todo el proceso de escisión del Directorio y de constitución de la nueva fracción se efectuó detrás de las rejas del presidio, donde los estudiantes pasaron 105 días. De ahí el reportaje que Pablo publicó en el periódico El Mundo a la salida de la prisión, un documento extraordinario que es también excelente pieza periodística.
Disfruta, tras el encierro, de cuatro meses de libertad. Vuelve la policía a detenerlo y esa vez la prisión sería más dura y larga. Internado en el Presidio Modelo, de Isla de Pinos, tendrá la oportunidad de conocer el frío cinismo y la sádica crueldad del capitán Pedro Castell, jefe del penal, que muestra tal arte y refinamiento en su perversidad que Pablo no puede dejar de interesarse por quien considera un espécimen digno de estudio, responsable de más de 500 asesinatos entre los presos.
Lo liberan en mayo de 1933 a condición de que abandone el país de inmediato. Proyecta irse a España, pero queda varado en Nueva York. Al regresar a Cuba, tras la caída de Machado, le ofrecen la dirección del Presidio, pero no la acepta porque cree que dicho cargo no puede depender de la bondad o la maldad de un hombre, sino que debe estar en manos de especialistas capaces de convertir la cárcel en un centro de rehabilitación social. Dice una y otra vez: «No me ofrezcan puestos; no fui a la Revolución como mercenario». Preferirá trabajar como redactor en el periódico Ahora, surgido al calor de aquellos días y que si bien tiene una tirada creciente, rara vez puede pagar a sus empleados.
El periódico ahora es la verdadera escuela de Pablo como periodista. Es en sus páginas donde da a conocer las crónicas que aparecen bajo el rubro de La isla de los 500 asesinatos y sus denuncias sobre el subpuerto de Chicola, por donde entraban y salían mercancías con total y absoluta burla de los impuestos; sus informaciones acerca de la depuración universitaria y el reportaje sobre Realengo 18. Llega a convertirse en el redactor más útil de Ahora. Juan Marinello, que lo trató estrechamente en presidio, se preguntaba: «¿En qué tiempo había absorbido aquel deportista apresurado los elementos indispensables para sus juicios? ¿Cómo podía con solo algunos datos atrapados al vuelo, constituirse la visión cabal de un fenómeno complejo? Su capacidad de síntesis asombraba. Su buen gusto era como un ademán de su ser».
ME VOY A ESPAÑAA la tiranía de Machado, sigue la de Batista. Tras el fracaso de la huelga de marzo de 1935, Pablo emprende de nuevo el camino del exilio. En Nueva York es secretario de la Organización Revolucionaria de Cubanos Antiimperialistas (ORCA) y participa en mítines y manifestaciones. Adelanta en una novela que quedará inconclusa, Aventuras del soldado desconocido cubano, y quiere, pero no logra, trasladarse a Nicaragua para recoger los recuerdos de la gesta de Sandino. Colabora con periódicos de EE.UU., Venezuela, Chile, Ecuador, México y Argentina. Las entradas económicas que podía reportarle su trabajo periodístico, si existían, no debieron ser muchas, pues para vivir, como durante su exilio anterior, tendrá que cargar bandejas y fregar platos en un restaurante de lujo. Comprende que son lejanas las perspectivas de la revolución en Cuba. Entonces...
«He tenido una idea maravillosa: me voy a España, a la Revolución Española. Allá en Cuba se dice: No te mueras sin ir a España. Y yo me voy a España ahora, a la Revolución Española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos».
Intentan sus amigos disuadirlo. En vano. Responde: «Yo no hago ahora falta en Cuba. Voy a España ahora precisamente para darle a Cuba, a la revolución cubana, toda mi experiencia. Creo que si, por cualquier razón, me fracasara el viaje, me tiraría en un rincón a morir solitario, a morir de dolor y de rabia». De sus magros ingresos, ahorra para el pasaje. Casi no come y apenas duerme. La impaciencia lo hace sentirse inquieto e irritado. El 1ro. de septiembre de 1936 sale de Nueva York, y tras breves estancias en Bruselas, Brujas y París, llega a Barcelona el día 24. De la Ciudad Condal pasa a Madrid. Se reencuentra con su viejo amigo y compatriota, el escritor católico José María Chacón y Calvo. Conoce a Rafael Alberti y a José Bergamín. Arregla una cita con Ramón Menéndez Pidal. Insiste en entrevistar al general Álvarez del Vayo... Todavía es únicamente el periodista. El periodista que en algo más de tres meses, que es lo que dura su estancia en España, es capaz de escribir las casi 300 páginas de su libro póstumo Peleando con los milicianos. Pero los que lo conocen comprenden que es difícil que Pablo de la Torriente Brau fuera a España solo para escribir y contar. En La Habana, el venezolano Carlos Aponte, que fue ayudante de Sandino y que caería junto a Guiteras en el Morrillo, le había dicho una vez: «Despreocúpese, compadre, que usted y yo morimos enzapatados».
LA CHILABA DEL MOROEl encuentro con Francisco Maydagán le resultará decisivo. Pablo le dice que quiere conocer la guerra en la primera línea y le pide que lo lleve al frente. El teniente Maydagán, que era entonces jefe de la Oficina de Información de la columna del general Paco Galán y que sería el cubano que alcanzaría mayor graduación (comandante) en el ejército regular español, lo complace y lo lleva a Buitrago de Lozoya, en la Sierra de Guadarrama. Llegó allí como corresponsal de guerra, pero pronto fue uno más de la tropa. Por las noches discutía de línea a línea con el enemigo y terminaba siempre haciéndolo callar, contó Maydagán a este periodista y añadió que otra tarea significativa de Pablo en Buitrago fue la de colaborar en la preparación de labriegos y pastores que se infiltrarían en el frente fascista en procura de información. Ese trabajo lo entusiasmaba.
Vendrían los días difíciles de la caída de Toledo, el retroceso de los leales hacia Madrid y la amenaza creciente sobre la capital española. Pablo estará entre los cien mil hombres que el 7 de noviembre de 1936 se alistan en el Ministerio de Guerra. Se autotitula comisario político, cargo en que lo ratifican después, y como tal queda incorporado a la División 46, bajo las órdenes de Valentín González, conocido como Campesino.
Participa entonces en los combates que se libran por la defensa de Madrid en el estratégico sector de la Casa de Campo, y el 17 de diciembre está, con su tropa, en Majadahonda. Testimonios de los que lo vieron el 19, el día de su último combate, refieren que estuvo en los sitios de mayor peligro, dando ánimos para que la posición no se perdiera. Pese a la resistencia denodada que se le opuso y varios contraataques, el enemigo rompió el frente y sus tanques, tanquetas e infantería se metieron por el camino de Majadahonda a Romanillos para atacar a la división de Campesino por la espalda, lo que obligó a retroceder.
Horas después sus compañeros se percataron de la ausencia de Pablo. Tampoco aparecía el niño huérfano del que se había hecho cargo y lo acompañaba siempre. Alguien afirmó haber visto caer al Comisario. Su cuerpo había quedado en lo que era ya la retaguardia enemiga. Se dio entonces una orden: Traerlo, vivo o muerto.
Un grupo de valientes se asignó la misión de rescatarlo. Cuando lo encontraron, tendido bocarriba, la chilaba (pieza de vestir con capucha) que había arrebatado a un moro, presentaba un solo orificio de bala, justo a la altura del corazón.
«Sigo siendo un hombre afortunado —había escrito días antes a Raúl Roa. Estoy seguro, completamente seguro, de que saldré indemne de aquí».
El cadáver fue trasladado a Madrid y se le impusieron las insignias de capitán de milicias mientras los puños en alto de los soldados saludaban por última vez al Comisario.
El 24 de diciembre, el periódico El Mundo, de La Habana, anunciaba en Cuba la muerte de Pablo de la Torriente Brau. Graciela, una de sus hermanas, esperaba en la estación de trenes el regreso de Zoe, otra de ellas, cuando el titular del diario la golpeó. Días antes la madre había soñado que Nene, como llamaban a Pablo los suyos, había recibido un balazo en el corazón.