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Foto: AFP El chivo expiatorio ha sido hallado culpable. El sórdido caso prácticamente se cierra y, parodiando la frase, en la tierra: guerra, y en la Casa Blanca: gloria.
Tras diez días de deliberaciones y cuatro años de investigación, un jurado federal de Washington, la capital, declaró culpable de cuatro cargos a I. Lewis «Scooter» Libby, el ex jefe de despacho del vicepresidente Dick Cheney, acusado de mentir y de obstruir la investigación, iniciada en 2003, sobre la filtración a periodistas de la identidad de Valerie Plame como agente encubierta de la CIA.
Dicen que el ex asesor de Cheney apenas mostró reacción ante el veredicto, a pesar de que pudiera enfrentar entre 25 y 30 años de prisión. Probablemente su aparente calma tenga mucho que ver con la posibilidad de que por las normas federales de sentencia seguramente recibirá una pena muchísimo menor... y hasta un perdón presidencial pudiera estar en camino para el empleado fiel.
Libby ha aguantado el palo que debía estar dirigido en primer lugar contra Cheney, su jefe inmediato superior, y contra el jefecillo de la administración, George W. Bush. A fin de cuentas, de las dos cabezas principales de la Casa Blanca, una pensante y la otra quién sabe, partió la confabulación vengativa contra el esposo de la Plame, el ex embajador Joseph Wilson. Este reveló en su momento que no había encontrado indicio alguno de compra de uranio a Níger por parte de Saddam Hussein, un dato sustancial que ponía en picota la justificante inventada por la administración Bush para iniciar la invasión a Iraq: la existencia de armas de destrucción masiva. Libby era apenas una pieza en el engranaje de la maquinaria de castigo y mentiras.
Ahora, la sentencia de los jueces solo será determinada en junio próximo, y ella debe sancionar dos cargos de perjurio, uno de mentir al FBI y otro de obstruir a la justicia, aunque los abogados de la defensa siguen manteniendo que es «injusto» culpar a su cliente cuando tantos testigos dieron hasta versiones contradictorias de lo sucedido. Apelarán —dicen—, pero por si acaso no se atreven a jugar abiertamente al «allí fumé» e indicar el caminito a la mansión ejecutiva donde, por cierto, Bush ya está «triste» por Libby y su familia...
El rejuego anda en juego y poco importa que exponer la identidad de un agente de la CIA sea crimen federal, usted verá que a la corta o a la larga la justicia estadounidense mirará por encima de la venda, que no todos tienen que cargar con igual pena.
El fiscal especial del caso, Patrick Fitzgerald, ya dictó su propia decisión: «No espero que se abran cualesquiera cargos adicionales. Todos nosotros volvemos a nuestros trabajos diarios». Solo le faltó decir: «Señoras y señores, aquí no ha pasado nada: borrón, y cuenta nueva».