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Dairianna sigue esperando ayuda que no llega

Dairianna Despaigne Quesada, residente en Callamo 53B, entre Rius Rivera y Moncada, en Palma Soriano, provincia  de Santiago de Cuba, es una madre muy angustiada porque sus cuatro niños son enfermizos y viven con ella en pésimas condiciones: un cubículo que se moja por dondequiera. Tiene las vigas del techo podridas, y una puerta abierta, que ella misma la tranca con asientos por dentro. Una situación de inseguridad e incertidumbre sistemáticas.

«Temo, a veces, que les caiga una piedra en la cabeza a mis hijos, porque caen solas de la pared, manifiesta. Es difícil mantener bien aseados a los niños por falta de un tanque. Cada vez que llueve se moja el cubículo por dondequiera. No puedo sentar a ninguno en la taza que está puesta en el patio, porque está directa a la fosa y pueden coger bacterias y enfermarse para colmo.

«Como mi cubículo no tiene desagüe, es decir, tragante para la calle, cuando llueve se inunda la fosa.Yo no puedo, cada vez que llueve, estar bajo de agua metiéndome en casa de los vecinos con los niños y la bebé hasta que escampe.

«La bebé, que debía dormir en cuna, lo hace en la cama al lado de sus hermanitos. Y yo apenas duermo con temor a que uno de mis niños la aplaste sin querer en el hacinamiento. Ahorita llevo 12 años de estar viviendo allí, y las pocas cosas que tengo se me están pudriendo».

Afirma Dairianna que cada vez que se presenta en el Gobierno municipal con sus niños, la pelotean. Siempre le dicen que la ayudarán, que la visitarán para comprobar las condiciones en que viven.

«Pero nunca van», enfatiza. Señala, además, que nunca ha solicitado una vivienda ni es una persona ambiciosa; solo ha rogado que le ayuden a arreglar el cubículo donde mal viven.

Hay muchas carencias y es grave el problema de los recursos. Pero esa madre, con sus cuatro niños, necesitan una mano que se tienda allí en el territorio, y busque, al menos, una solución. Cualquier paliativo hasta que pueda solucionarse el problema habitacional.

Una prótesis para vencer la soledad del silencio

Raúl Amaya Arias, de 77 años, escribe desde La Mambisa, en Veguitas, municipio granmense de Yara, para contar que su prótesis auditiva presentó problemas, y ya a estas alturas le es muy penoso conversar con amigos y familiares, pues no entiende lo que le dicen. Se está aislando irremisiblemente.

Señala que hace alrededor de tres años el técnico del centro auditivo de Bayamo le explicó que esa prótesis tenía problemas en el micrófono, y había que enviarla a La Habana para su reposición.

Y como después no ha tenido respuesta, a pesar de que entregó allí su número telefónico, llamó al centro auditivo, y le informaron que no tienen  posibilidad de reponérsela. Si a ello se añade que en el listado de espera Amaya tiene, nada más y nada menos que, el número 403, en medio de tantas carencias, hasta para las prótesis, el anciano cree que en lo que le quede de vida no podrá obtenerla.

Y como el veterano no quiere sumirse totalmente en la soledad del silencio absoluto, ruega que si hay algún cubano solidario que tenga una, y no le esté dando uso, quizá con un gesto generoso le devolvería la posibilidad de comunicarse con sus semejantes, algo que él agradecería sobremanera.

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