Acuse de recibo
Un lúcido análisis sobre la impune música a todo volumen en Cuba envía Yumisleydi Polo Pérez, residente en calle 24, entre 7B y calle 7, Reparto Militar, Simón Reyes, en el municipio avileño de Venezuela.
Y como el breve espacio no me permite abarcar todas sus observaciones, reseño apenas algunas de ellas, que enfilan con realismo y agudeza hacia lo que está sucediendo en las ciudades y hasta en los campos de Cuba.
A fuer de sincera, Yumisleydi considera que no se vislumbra en lo inmediato una solución definitiva en nuestro país ante tantas quejas y denuncias sobre el molesto y exorbitante desparpajo sonoro, que no respeta días de semana, horarios ni circunstancias.
Y describe a los causantes, «como si fueran los dueños del barrio, bravucones que te insultan si les llamas la atención, o te duplican el sonido como castigo». Está muy preocupada porque la desatención a un flagelo tan exasperante está derivando en «una verdadera guerra entre vecinos que menoscaba el derecho a la tranquilidad y la convivencia armoniosa».
Refiere que quien sufra la música alta de un vecino y ose defender la tranquilidad de su hogar se verá atrapado en vericuetos legales y procedimientos que lo aniquilarán.
«Las quejas a la policía, dice, casi nunca reciben la adecuada atención. Si aperciben al infractor, al poco tiempo este vuelve a lo mismo. Las reiteradas quejas solo sirven para estigmatizarte como el chivato del barrio.
«Si intentas poner contra tu vecino una demanda, dice, tardaría hasta seis meses por tratarse de un proceso civil. Eso, si logras que prospere, porque a pesar de ser un contaminante, es complejo de medir y cuantificar. No deja residuos, no tiene efecto acumulativo en el medio. Se percibe solo por el oído, lo que hace subestimar su efecto».
«Es muy difícil hallar testigos que declaren a tu favor, pues nadie quiere enredarse en asuntos legales. La gente evita meterse en problemas. Y a otros no les afecta porque sus viviendas son confortables, climatizadas y herméticas. Muchos se han acostumbrado a convivir con las peores expresiones individuales y los malos ejemplos de comportamiento cívico».
Ante otros problemas que requieren prioridad por su grado de complejidad y su impacto social, este pudiera resultar un tema de poca importancia, dice, pero no puede haber disfrute pleno ni bienestar si vivimos disgustados en nuestro propio hogar, ese sitio sagrado a donde retornamos después de cada batalla en busca de sosiego.
La remitente señala que el fenómeno de la contaminación sonora crece, hasta un punto que ha llegado a ser casi incontrolable, afectando no solo a los que aun aspiran a que regrese la tranquilidad al hogar, sino a todas las personas en general, incluso hasta a aquellos que la provocan.
Yumisleydi sugiere que la batalla contra la contaminación sonora debe encausarse con energía y mayor percepción del riesgo. Con sentido de pertenencia y acciones concretas.
«A nivel del país, manifiesta, urge fortalecer las medidas que ayuden a vivir en un ambiente libre de ruido, y ante este reclamo no debe ser opción, ni para las autoridades ni para los ciudadanos, hacer oídos sordos. Esperemos que con las transformaciones en los diseños de las normativas de los Tribunales de Justicia, del Proceso Administrativo, Código de Procesos y del Proceso Penal, para ajustar leyes a su tiempo, se haga al fin el milagro», concluye.
Y este redactor añadiría solo otra condicionante: si también se hacen cumplir con rigor todas esas transformaciones en nuestro sistema jurídico, con férrea voluntad política. La familia cubana necesita paz por los oídos.