Acuse de recibo
El pasado 2 de febrero, Roberto Pérez Collado lamentaba aquí que, luego de una reparación, la cafetería estatal San Pedro, en la esquina de la calle homónima y Ayestarán, en la capital, abriera con bombos y platillos como la maltera San Pedro, unidad especializada en ese producto en CUP, y solo durara 13 días la malta.
«Se invirtieron cuantiosos recursos en confeccionar preciosos letreros que dicen Maltera San Pedro, precisaba, y ahora solo sirven para desorientar a las personas, porque ya no se vende malta».
Y el pasado 9 de mayo recibimos respuesta de Teresa Mora Marichal, directora de Organización y Sistema de la Unión de Empresas de Comercio y Gastronomía, quien señala que, según Jorge Luis Vázquez, director de la Empresa Provincial de Gastronomía, «al consumidor le asiste la razón cuando expresó que no había existencia del producto malta, ya que las recibidas se agotaron el 31 de diciembre».
Explica Vázquez que el proveedor, Mercado Paralelo, informó que había afectación del producto, por problemas presentados en la línea de producción de la fábrica, situación que se extendió hasta el mes de marzo. Y por ello se decidió ofertar refrescos enlatados como alternativa.
Agrega que se hicieron encuestas, y las respuestas evidenciaron valoraciones positivas de la variedad de ofertas y la calidad del servicio, pero mostraron inconformidad por la ausencia de la malta en la maltera.
Agradezco la respuesta, pero al final la inversión y la reconceptualización de la unidad no tuvieron en cuenta, preventivamente, situaciones objetivas e imponderables tan comunes en nuestro país. ¿Se podrá mantener la maltera San Pedro haciendo honor a su nombre o volverá a ser aquella cafetería? Hay que cuidar que el golpe de efecto no se deshaga con los días. Eso es también engaño al consumidor.
Esther Torres Cabrera (Calle 24 no. 5302, apto. 3, Las Margaritas, Cotorro, La Habana) cuenta que el pasado 5 de mayo compró cinco jabas de nailon en el mercado Cotorrón, de ese municipio. Se retiró, y al llegar a otra unidad comercial, y buscar su monedero, se angustió mucho. Había desaparecido.
Aun así, decidió retornar al Cotorrón con presunciones muy negativas, repitiéndose a sí misma: esto es por gusto, no va a aparecer… mientras se acercaba a la joven que le vendió las bolsas, y le preguntaba si se le había quedado el monedero allí.
Sorpresas que te da la vida y te derriban estereotipos. La muchacha le dijo a su compañera: Mira la señora del monedero… Y le respondió a Esther:
—Espere un momento, que el muchacho que se lo encontró fue a llevárselo a su casa.
«Esa es mala», siguió pensando Esther, y aguardó bastante escéptica. A los 30 minutos volvió el joven con el monedero en sus manos. Las empleadas le dijeron: mira, la dueña esta aquí. Y el mensajero de la buena suerte y la honradez le dijo a Esther:
—Revise, que ahí está todo su dinero.
«Yo no sabía qué hacer, refiere. Lo abracé fuerte y le agradecí una y otra vez. Él solo decía: Yo no soy abusador, no me gusta hacerle daño a nadie».
El joven, Esther lo averiguó, es Alexander Brito Ortiz, trabajador del Cotorrón. Y las dependientes son Dayana González Madrigal y Lisandra. A los tres Esther les está muy agradecida.
«En el monedero, afirma, sí había dinero; pero no pagará nunca los valores humanos de esos muchachos», y hace un llamado por la honestidad, la inteligencia y otros valores.