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Ferrosuplicio

Fernando Javier Bravo de la Tejera (Calle 6ta. No. 4, Caimanera, Guantánamo) mide dos metros de estatura; y cuando viaja a la capital le es imposible abordar una Yutong de Ómnibus Nacionales, porque le es muy incómodo. No los fabricaron para personas de su talla.

El pasado 18 de junio Fernando tomó el tren Guantánamo-La Habana, y relata que el viaje fue un verdadero castigo, por las pésimas condiciones técnicas y de confort de los coches, que se filtran por el techo cuando llueve mucho, además del agua que entra por las juntas de las ventanillas. En cuanto a estas últimas, cuando les falta el cristal, el viajero tiene que abandonar su asiento hasta que escampe.

Otros problemas son los asientos rotos, la falta de iluminación en los coches, que tienen 82 asientos y les funciona un solo baño, para mujeres y hombres, sin luz adentro, y con gran fetidez.

«Las cucarachas “alemanas” son los otros pasajeros que viajan junto a nosotros —afirma—. Tienes que tener cuidado, porque te caminan hasta por encima. Hay que tener bien tapados los alimentos y sacudirse bien la ropa y los equipajes cuando llegas a tu destino, porque corres el riesgo de llevarte algunas de estas para tu casa».

Por ver, Fernando vio en este viaje hasta un ratón refugiado tras los protectores plásticos de una de las lámparas del coche.

Esas pésimas condiciones, resalta, hacen que en el horario nocturno el pasajero tenga que estar de guardia velando sus equipajes, pues es común que vende-dores se suban al tren y anden pregonando desde el primer coche hasta el último, con la molestia que suponen para el sueño.

«Imagínese que ese tren sale de Guantánamo a las 8:50 a.m. y debe llegar a La Habana de 3:00 a 4:00 a.m. del otro día. Cuando usted lleva 14 o 16 horas de viaje sin poder dormir, ahogado por el intenso calor que hay en el interior de los coches —las ventanillas son muy pequeñas—, y si a eso le sumamos que los asientos están forrados de un vinil que da un calor tremendo, cuando usted arriba a su destino final llega hecho talco», afirma.

Como si fuera poco, Fernando califica de malísimo el servicio de buffet a bordo, al extremo de que los pasajeros tienen que llevar su propia comida y agua. Y los bocaditos que se venden, los denomina «un descaro». Los envuelven en un papel que tiene muy mal aspecto. Y el uniforme de algunos empleados se muestra bastante gastado, además de que ninguno usa solapín identificativo, apunta.

Fernando no sabe las razones, pero dicho tren frecuentemente llega atrasado a su destino. En el viaje del 18 de junio, la locomotora se quedó dos veces sin agua en medio del camino. Además, ese mismo día se reventaron en tres ocasiones las mangueras de aire que hay entre el coche uno y el coche del expreso.

«Cuando eso ocurre —refiere— el tren para. Eso es atraso y causa malestar en los pasajeros, ya que aquí viajan niños pequeños y personas mayores. Debíamos llegar a La Habana el día 19 de 3:00 a 4:00 a.m., y entramos a su terminal a las 6:15 a.m. Un viaje demoledor.

«Problemas como estos tienen que conocerse para ver si mejoramos (...) Como yo, cientos de cubanos utilizamos este medio de transporte porque nos sale más económico. Todos no podemos pagar 175 pesos de guagua o 200 pesos en avión». Y se pregunta qué respuesta pueden dar las autoridades responsables, tanto de la Unión de Ferrocarriles de Cuba como del Ministerio de Transporte.

¿Dónde está el envío?

El 20 de abril pasado, Hilda Trujillo (Marqués González 108, altos, Centro Habana) envió un bulto postal con medicamentos hacia la Isla de la Juventud desde el correo Habana 6, a pocos metros de la Plaza de la Revolución, con el número de despacho CP001820015CU.

La atendió allí una señora muy amable, con quien se ha comunicado varias veces, y le ha dicho que el envío se encontraba en el Centro de Clasificación, y ya no estaba en manos de ella.

«¿Cuánto más tendrá que esperar el destinatario enfermo para recibir su medicamento, que tanta falta le hace?», pregunta Hilda.

Y este redactor, ante las dos historias, se pregunta adónde han ido a parar los derechos del cliente, y cuándo la indemnización hacia él se hará sentir como riguroso mecanismo equilibrador.

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