Acuse de recibo
Tal parece que son inamovibles ciertos males, de tanto enraizarse impunemente en nuestra sociedad, sin la voluntad de las autoridades de extinguirlos por las buenas o por las malas.
El 28 de agosto de 2012, sentencié que «si no se impone la razón de los silencios y la concertación del indispensable y buen sonido, La Habana enloquecerá de madrugadas escandalosas, delirios sonoros y contaminaciones auditivas; de violencia en decibeles».
Ese día, el artista de la plástica cubana Gólgota (Agustín Calviño) denunciaba aquí que en su hogar, en la céntrica calle habanera 23, en el número 765, esquina a B, su hijo recién nacido, Nicolás, no podía conciliar el sueño de la inocencia. ¿La razón? Los choferes de los ómnibus urbanos que circulan por esa arteria principal, a cualquier hora de la noche o la madrugada, al cruzarse, sonaban los cláxones, a manera de saludo.
El 26 de junio de 2013, la lectora Ester V. Valdés (calle 24, No. 555, Vedado, La Habana) condenaba aquí la nueva variante de la agresividad sonora de ciertos choferes de ómnibus urbanos, cuando se cruzan en su trayecto.
«Ya no les bastan las trompetas o cornetas, decía, instalan al sistema de frenos aditamentos, que serían controlables muy fácilmente desde las terminales o paraderos, por cualquiera designado al respecto, con la simple prueba de frenar un par de veces antes de salir. ¡Qué fácil! Pues, parece que a nadie le importa».
Y en este verano de 2015, el cantautor Enriquito Núñez Díaz, hijo del inolvidable Enrique Núñez Rodríguez y vecino de calle 23, No. 9908, entre Paseo y 2, Vedado, denuncia el abuso indiscriminado del claxon hasta niveles insoportables por los choferes de los ómnibus urbanos que por allí circulan.
Son muy amistosos, ironiza Enriquito, se saludan cuando se cruzan, usando el claxon. Y las guaguas parecen elefantes bramando en la pradera africana. Pero también utilizan el claxon con pitazos intencionalmente prolongados, a veces desde una cuadra antes de llegar a la intersección de 23 y Paseo, si es que tienen algún vehículo delante y advierten que les quedan pocos segundos antes de que el semáforo proyecte la amarilla.
«Tocan repetidamente el claxon en vez de aminorar la marcha, para espantar a algún peatón infractor que esté cruzando la calzada con la luz verde. Casi siempre circulan a mayor velocidad de la permitida en ese tramo de vía, y en lugar de disminuir la velocidad, le tiran la guagua encima al peatón. Incluso, alguno que no tiene claxon en su ómnibus, acciona repetidamente la válvula del aire comprimido, produciendo un ruido estruendoso y molestísimo».
Revela el remitente que tales infracciones se producen a toda hora, incluso en la madrugada. Y cuenta que hace ya un año habló por teléfono con el administrador de la base de la terminal de Marianao, de donde procede la mayoría de los ómnibus que circulan por 23, para denunciar todos los excesos.
El administrativo le prometió que iba a hablar con los choferes. Y, efectivamente, durante algunas semanas el ruido amainó bastante. Pero al poco tiempo resurgió con más fuerza y saña.
Enriquito asegura que todo conductor conoce las regulaciones que establece el Código de Vialidad acerca del uso del claxon, al punto de que son contadas las circunstancias en que lo autoriza, y muchas en las que se prohíbe. Pero los que conducen los ómnibus que circulan por 23 y Paseo desconocen ese cuerpo legal o se están burlando de él, resume.
Evidentemente, en materia de cláxones y excesos sonoros la vida sigue igual, como cantara Julio Iglesias. Lo incomprensible es que ni las autoridades de transporte urbano en la capital ni las de Tránsito hayan podido neutralizar esta pandemia sonora sobre ruedas que sobresalta la paz de los habaneros. ¿Estaremos arando en el mar de los peores recuerdos?