Acuse de recibo
La capitalina María del Carmen Castillo Gutiérrez y su esposo, vecinos de calle Omoa No. 222 bajos, e/ Romay y Fernandina, en el municipio Cerro, llevan aproximadamente tres años lidiando con daños constructivos en su vivienda, provocados, afirman, por las colindantes estructuras del policlínico Abel Santamaría Cuadrado, a cuyos directivos han alertado, infructuosamente, en múltiples ocasiones.
«Según fueron deteriorándose las instalaciones hidráulicas de ese centro, empezaron mis dificultades, ya que las tuberías de desagüe, también con problemas, pasan por un pasillo que aproximadamente mide de ancho 1,5 metros y es lo que separa a esa instalación de mi vivienda. (…) Comenzó la humedad en la paredes de los tres cuartos, al extremo de crear un hongo verde que levantaba el repello», relata María del Carmen.
Y añade: «Hace más de un año que la situación se agravó y hoy por hoy cada dos o tres horas se sacan un promedio de tres cubos de agua que inundan los dos primeros cuartos; además, en el tercer cuarto tengo un closet de madera donde no se puede guardar nada, porque las ropas se humedecen, e inmediatamente cogen peste».
En este tiempo, la remitente y su esposo han tenido que reparar —a los altos costos que suele estar la albañilería— tres veces las paredes de marras. ¿Qué hubiera pasado si no hubieran podido arreglarlas? ¿Estarían hoy en pie?
No obstante lo narrado, los perjuicios de la institución a esta familia son mayores. Narra la remitente que hace algunos años, cuando se comenzaron a instalar grupos electrógenos en los policlínicos, ella observó con preocupación que el del Abel Santamaría —bastante grande como para abastecer a los cinco pisos de la entidad— pretendían colocarlo a menos de tres metros de su cuarto.
«Le dije a la Presidenta del Consejo (Popular) que no podían ponerla ahí, porque cuando esa planta arrancara, sería imposible dormir por el ruido que ocasionaría. (…) La Presidenta del Consejo (María Regla) me contestó que (…) no ocasionaba ruido y la colocaron. A partir de entonces, cuando la planta arranca, tenemos que mudarnos mi esposo y yo para el piso de la sala, porque en el cuarto, entre el ruido de esa locomotora y el calor que desprende, es imposible conciliar el sueño», se duele la remitente.
La vivienda de María del Carmen y su compañero tiene más de un siglo de edificada. De hecho, él nació en ese hogar, en 1955. Y las ventanas del inmueble están en la misma posición que cuando fueron construidas…
«Pero cuando a ese Policlínico le hicieron una reparación capital, le habilitaron ventanas para nuevos locales y las pusieron en la misma posición de las que tenían las de mis dos cuartos principales. Los locales que habilitaron, antes eran consultas médicas que trabajaban de 8:00–12:00 del día, además de que las ventanas estaban por encima de las mías, no existiendo visibilidad. Actualmente ese local fue habilitado para esterilización, donde las válvulas de escape de las autoclaves salen para el pasillo; por tanto, todo el vapor, la peste a papel quemado, que se desprende (…) entra para la casa», narra la capitalina.
Por otra parte —señala—, la privacidad de los cuartos en el hogar se fue a bolina con las nuevas ventanas de la entidad hospitalaria. «No se puede dormir en la casa después de las 7:00 a.m., ni siquiera los sábados o domingos, porque entre los portazos (la puerta de esterilización no tiene brazo mecánico) y las conversaciones de los trabajadores poco cuidadosos, lo hacen imposible».
La carta abunda en otras afectaciones. Sin embargo, parece más que suficiente la pesadilla a la que María del Carmen y su esposo, ambos jubilados tras casi 40 años de trabajo, se están enfrentando. Todo el problema, según cuentan, se ha planteado innumerables veces en asambleas de rendición de cuentas, instancias de Salud Pública municipal y mucho más a los directivos del policlínico. ¿Hasta cuándo tendrá que soportar esta pareja las violaciones e indolencias? ¿Quién los indemniza, material y espiritualmente, por tamañas molestias?