Acuse de recibo
Una columna que habitualmente acoge las gratitudes por las bondades de nuestro sistema de Salud Pública, también registra episodios fatídicos, que son resultado de la insensibilidad y el maltrato, en ese sector.
Raquel Iglesias, una señora de 72 años residente en el central Carlos Baliño, del municipio villaclareño de Santo Domingo, cuenta que su esposo, de 75 años, comenzó a presentar problemas relacionados con la diabetes mellitus, y la especialista lo remitió a Cardiología, el 25 de junio pasado.
Sacó un turno de Cardiología para el 13 de agosto pasado, en el policlínico Piti Fajardo, de Santo Domingo. Y cuando alguien saca un turno para una especialidad en un municipio, eso es algo muy serio. Los especialistas van allí una vez al mes. No es La Habana, donde uno puede variar en diferentes consultas de la especialidad.
El 13 de agosto allí estaba el esposo de Raquel. Pero la sorpresa sobrevino cuando la cardióloga indicada dijo desde la puerta: «Voy a consultar a los pacientes a quienes yo les di el turno».
Nos quiso decir —recalca Raquel— que quienes habían sido remitidos desde el policlínico no serían vistos, después de haber esperado aproximadamente 45 días. Ante tal respuesta, precisa, fueron a Información, y de ahí a la Dirección del centro.
«Nos atendió la Directora, y nos mandó a sentar en un saloncito para que esperáramos su respuesta, ya que llamaría al Sectorial de Salud Municipal. A la hora y media o dos horas, ella bajó las escaleras y nunca más la vimos. No hubo respuesta».
Raquel se dirigió al Gobierno Municipal para dar su queja. Lo mismo hizo en el Sectorial de Salud y ante otras autoridades territoriales. Nunca recibió respuesta.
Volvió al policlínico y solicitó otro turno de Cardiología para su esposo. Se lo dieron para el 12 de noviembre. El enfermo tiene que esperar ahora dos meses más para ser visto por un especialista. «Si está gravemente enfermo, ¿qué debo hacer?», pregunta Raquel.
Desde el barrio habanero de Alamar, específicamente en el apartamento 30 del edificio A-32, en la Zona 4, escribe Mercedes Acuña Calzadilla, muy indignada con un servicio brindado por Correos de Cuba.
Cuenta Mercedes que su hija le envió dos bultos postales desde Holanda el 24 de julio pasado. A los diez días, Mercedes comenzó a llamar a la oficina de Correos de la Villa Panamericana, encargada de la entrega, y allí le sugirieron llamar a Rastreo, del Correo Postal 12500 de Alamar.
Como le fue imposible comunicar, se apareció allí. Y le informaron que el primer paquete había llegado el 16 de agosto, con el código CC038473645NL, pero todavía se encontraba en los almacenes de Vento y Camagüey.
Mercedes volvió el 29 de agosto, y le dijeron que ya había entrado el segundo paquete, con el código CC038473654NL, y se encontraba en igual situación.
El 30 de agosto el cartero le notificó a Mercedes para que recogiera el primer paquete, que venía con un peso de 1,84 kilogramos. El 1ro. de septiembre ella fue y le entregaron el bulto con el peso exacto. Confiada, porque nunca había recibido algo así, retornó a su casa. Y cuando abrió el envío, sobrevino la sorpresa:
Habían sustraído parte de los productos y los reemplazaron por rellenos: el papel oficial decía que venían dos celulares Samsung, uno negro y otro blanco. Estaba solo el negro y le faltaba la batería. De dos pesas de mano, faltaba una. Seis baterías Triple A fueron sustituidas por dos de uso. Además, faltaban dos pomos de medicina, un control remoto, un par de sandalias y medias.
En lugar de lo sustraído —señala— pusieron dos cucharitas de postre, un abridor de botellas, un pomo de cristal pequeño, un casete de audio en su caja, una tuerca de bronce con un aditamento y las dos baterías ya mencionadas.
El 2 de septiembre Mercedes fue al lugar de recogida y la empleada la atendió muy bien. Hizo la reclamación pertinente. Y la empleada pudo verificar que al aeropuerto llegaron los objetos de la lista, pues estaban registrados en el examen de Rayos X.
«Alguien está haciendo mucho daño —precisa Mercedes— y empañando la imagen de Correos de Cuba».