Acuse de recibo
Atento a los contrastes que nos sacuden día a día, el capitalino José Escalona Arencibia (calle 3ra. y Final, edificio La Puntilla, La Puntilla, Miramar, Playa) alertaba aquí el 4 de febrero último sobre vertimientos albañales colindantes al cardiocentro pediátrico William Soler.
Uno de ellos, apuntaba el lector, se ubicaba en la esquina del entronque por calle 100, y otro aproximadamente 250 metros más arriba; de tal manera que circunvalaban la institución médica en donde tanto se hace por la salud de nuestros pequeños.
Y reflexionaba el remitente sobre el contrasentido que significa para el país invertir en salud pública y que se descuiden otras cuestiones que pueden contribuir a que no se desaten focos de epidemias. La higiene —responsabilidad de las entidades encargadas, pero también de la población toda— es el primer escalón para prevenir, se interpretaba de aquella misiva.
A propósito llega la carta de Raúl Iglesias Valdés, director general de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado del Sur.
«Para dar respuesta a la queja de referencia, le informo que se realizó una inspección técnica al lugar y se comprobó que los tragantes se encontraban obstruidos con agua y tierra. La brigada de mantenimiento de Alcantarillado trabajó en la zona, donde se limpiaron siete tragantes, se sustituyeron siete marcos y siete rejillas y se eliminó el vertimiento. Se desobstruyó la línea albañal y quedó solucionada la queja, que catalogamos con razón», sostiene el directivo.
Y añade: «Se anexa el acta de conformidad firmada por el Doctor Ariel Santana Felipe, director del policlínico Federico Capdevila, del municipio de Boyeros», que está situado en la zona de salud del vertimiento.
Agradezco la respuesta y, sobre todo, la acción de limpieza que eliminó el foco contaminante. Pero apunto un elemento: sin ser amigo de la palabrería que nada dice, tampoco se debe ir al otro polo: lo estreñidamente escueto que poco o nada explica. Se resolvió el problema, perfecto, ¿y por qué fue originado? ¿Qué dinámicas de trabajo o mecanismos de control fallaron para que se vertiera indolentemente la inmundicia al lado de un hospital? ¿Cómo se garantizará que no ocurra nuevamente a la vuelta de un tiempo? Creo que son cuestiones en las que se pudo haber profundizado.
Como ya había fracasado en múltiples intentos de atrapar el Juventud Rebelde en el centro de distribución y venta sito en 110 entre 5ta. Avenida y 3ra., Playa, al capitalino Raúl Aguiar Rodríguez se le ocurrió tomar una medida extrema.
«Hoy me dirigí al punto de venta a las 6:15 a.m. de la mañana, y a esa hora me informaron que ya se había agotado», narra el remitente. Y ante esta inquietante realidad, que le reafirma lo que ya había experimentado en otros horarios —desde las 8:00 a.m. hasta las 7:00 p.m.—, a Raúl no le queda más que clamar porque se esclarezcan los mecanismos de distribución del mencionado sitio.
Por ello desea que las entidades competentes realicen la investigación de rigor «a fin de depurar responsabilidades». En calle 96-A, No. 513, e/ 5ta. y 5ta.-F, Playa, este lector espera una respuesta.
Son solo ocho líneas pero desbordan gratitud, ese calor que tanto nos reconforta. Desde el 25 de enero de 2014 hasta el 4 de febrero, la habanera Olga L. Montero Olivero (calle 49, No. 22604, e/226 y Final, San Agustín, La Lisa) tuvo a su hijo ingresado en el Hospital Joaquín Albarrán (Clínico de 26), en la sala de Psiquiatría.
«Debo destacar que a pesar de las malas condiciones materiales que presenta la sala, la atención a los pacientes es muy buena por parte de todo el personal: médicos, enfermeras, personal de servicio y los de seguridad... Les estaré eternamente agradecida y los exhorto a que continúen así», expresa la mamá.