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Los muertos son sagrados

Aunque para complacerla le había prometido a su madre, Julia Mercedes, que después de sepultarla nunca más iría al cementerio, Bárbaro Ernesto Suárez Coroa no pudo cumplir aquellas palabras. Y sí, volvió tras los pasos de su añoranza a la necrópolis de Esmeralda, en Camagüey.

Allí la había dejado en la zona F, No. 0052, en junio de 1999. A la vuelta de 13 años, en agosto de 2012, regresó al camposanto para documentarse sobre cómo debía exhumar los restos de su mamá con el fin de trasladarlos junto a los de otros dos hijos de ella y varios familiares al cementerio del central Brasil, del mismo municipio camagüeyano.

«Me atendió en la necrópolis la compañera Juana María Valdivia. Su atención fue intachable y comprensiva… En la revisión realizada del libro en que consta que está sepultada, aparecía con lujo de detalles que aún no había sido exhumada, aunque se encontraba en una bóveda estatal. Me indicó qué debía hacer y cuáles eran los pasos que corresponde acometer en materia legal para que este proceso fuese efectivo», narra el remitente.

Por problemas de trabajo y de lejanía —Bárbaro Ernesto vive en calle 18, entre 17-A y Línea, reparto Antonio Guiteras, Bayamo, Granma—, no fue hasta el pasado 4 de mayo que él pudo retornar al cementerio de Esmeralda.

«Qué decepción tan grande —se duele el granmense— cuando esta vez volví a solicitar la documentación (…) para que, en los días que me mantuviera en esta localidad, exhumar los restos de mi madre…

«Me atendió la compañera Margarita, su atención también fue intachable, pero ya había otro método de explicación: cuando le informé la fecha de fallecida, me dijo que aunque en el libro no aparecía exhumada, ya esta se había realizado de oficio; que se colocaban en un nicho, pero que no existía instancia documental de tal efecto, que debíamos preguntárselo al compañero Epifanio Quintana Carbajal, el actual subdirector de Comunales del municipio, que anteriormente trabajaba en el cementerio», evoca el lector.

Como era de esperarse tras la ausencia de documentación, cuando fueron a buscar el lugar donde se depositaron los restos, no se encontró. Con angustia e impotencia tuvo que escuchar entonces el doliente que las numeraciones de las bóvedas habían cambiado hace unos tres o cuatro años y que en ese momento no se realizaban en la necrópolis las anotaciones necesarias ante estos cambios.

«Posteriormente establecí comunicaciones con el compañero Epifanio, le expliqué lo sucedido (…) y me volvió a explicar lo mismo… que lo sentía, pero que existía una bóveda con No. 052, triple, que anteriormente existió la bóveda que yo buscaba… Esta no fue la bóveda en que se sepultó a mi madre: la que guardó los restos fue la No. 0052, y estaba solitaria», asevera el granmense.

Al momento de escribirnos, seguía el remitente desandando trámites y gestiones para tratar de hallar los restos de su mamá. Ya había contactado con el Director de Comunales del referido municipio agramontino. En parte Bárbaro Ernesto se culpa por haber dejado pasar tanto tiempo antes de volver por la exhumación, pero hay cosas que no puede ni podrá comprender...

¿Cómo es posible tal descontrol en el manejo de los restos mortales? ¿Cuántos casos más estarán perdidos? ¿Puede realizarse una exhumación sin que quede registro documental alguno? ¿Por qué no existe documento que avale que fueron avisados los familiares?, cuestiona este cubano.

Hay cosas demasiado sagradas como para dejarlas, con buena suerte, a la memoria de alguien. No es serio. No es profesional. No es humano.

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