Acuse de recibo
El 10 de noviembre de 2012, en los cajeros automáticos del edificio Le Van Tan, de Marianao, La Habana, Luisa Silega Coma y su novio, Yosniel Peña Hernández, realizaron extracciones con las tarjetas magnéticas con que cobran sus respectivos salarios. Y dejaron saldos para más adelante.
El 14 de noviembre, Luisa intentó extraer el resto del dinero. Y para su sorpresa, de un total de 204,76 pesos que debía haber, solo le quedaban 76 centavos. Y como ella es la única persona que manipula su tarjeta, pensó que esta tenía problemas. Fue a un banco cercano, y quien le atendió le dio una notificación de que el 12 de noviembre, a las 7:19 p.m., habían efectuado tres extracciones de su tarjeta magnética en el cajero automático 356 del Banco Metropolitano de 23 y J, en el Vedado: dos de cien pesos cada una y una de cuatro.
Luisa alegó que era imposible, pues a esa hora de ese día ella regresaba de su trabajo, y tenía la tarjeta en su cartera, además de que tiene memorizado el número de clave.
Y quien le atendió le dijo que en ese banco donde aparecen las extracciones los cajeros tienen cámaras de seguridad.
Se dirigieron los novios al referido Banco. Y allí les dijeron que los cajeros en Cuba no tienen cámara de seguridad, y a ellos les es imposible detectar si la extracción se hizo introduciendo la tarjeta.
Y para colmo, el custodio que cuidaba la puerta les insinuó que la extracción la había realizado alguien de su casa. «En otras palabras, nos llamó ladrones, o autoladrones», afirma Yosniel.
Ya molesta, la pareja se dirigió al Banco con el cual el centro de trabajo de la novia había firmado el contrato de la tarjeta magnética. Suponían que podía haber una respuesta. Pero les dijeron que no tenían evidencia de que un asunto de esa envergadura se hubiera registrado antes. Y les aconsejaron que fueran a la Policía a hacer una denuncia formal; y si les daban una respuesta, se la hicieran llegar.
«En síntesis —señala Yosniel—, el salario de un trabajador se esfuma por causas desconocidas. Y quienes brindan el servicio, apuestan a que se realizó por el propietario o la familia. Pero, además, no mueven ni un dedo para esclarecer los hechos, evadiendo la posibilidad evidente de fallas en su sistema que, como se ve, es totalmente vulnerable».
Entonces, Luisa fue al Departamento de Economía y Contabilidad de su centro laboral, para ver si podían exigir una respuesta. Y le aconsejaron que fuera al Banco y cambiara la tarjeta, de un servicio que ella no solicitó.
«Ahora yo, que no fui el afectado —apunta Yosniel—, me siento desconfiado de un sistema computarizado ineficiente. Al menos, así catalogo a las personas que lo comercializan. Personas que no pensaron, que no movieron ni un dedo para hacer lo que por obligación les corresponde; mientras un cubano trabajador sufre la desaparición del beneficio de su esfuerzo».
Luisa espera una respuesta en su domicilio: Calle 108 No. 3715, entre 37 y 37ª, Marianao.
Raimundo Claro (Calle 33C, Edificio 216, apto. 5, San Agustín, municipio de La Lisa, La Habana) se asombra con las diferencias de precios de un mismo producto en el comercio minorista de la capital.
«Un mismo paquete de fideos, el mercado de 51 y 160, en La Lisa, lo vende a tres CUP. Y en el mercado de Cinco Palmas (51 y 132) está a 2,40 CUP. El pasado año ocurría lo mismo con los espaguetis: en La Lisa costaban a 15 CUP la libra; y en Cinco Palmas a solo diez CUP. Pero en mayo este último lo subió a 15. En el supermercado de 250 y 37, la libra de queso fundido cuesta 20 CUP, y en el de Genética, 186 y 31, 30 el mismo producto.
Raimundo cuestiona por qué las direcciones municipales de Comercio, ni los inspectores, detectan estas anomalías. Y pregunta: «¿Por qué no se publica la lista oficial de precios, mediante una resolución que los avale? De esa forma la población estaría mejor informada y sabría cuándo la tratan de engañar».