Acuse de recibo
Sufrimos a los revendedores, esos agiotistas que, ante la demanda insatisfecha por la oferta, acaparan los mostradores, ventanillos y taquillas donde se venda algo. Los ágiles oportunistas del inseguro mercado disparan los ya de por sí elevados precios de cuanta adquisición aparezca. Serían capaces de especular hasta con el sol y el aire; se revenderían a sí mismos si pudieran.
El gran concierto del cantautor Carlos Varela ayer en el capitalino Teatro Nacional de Cuba, registró sonado desconcierto días antes, a causa de los revendedores, según cuenta Alejandro Navarro (Calle 280 No. 11A07, entre 11A y 13, Reparto Juan Manuel Márquez, Santa Fe, La Habana).
El pasado 5 de enero, Alejandro halló una multitud cuando llegó al Teatro Nacional a las 7:30 a.m., para adquirir las entradas. A las 9:10 a.m. comenzaron a venderlas y las personas fueron acomodándose en la cola. Pero, apenas unos minutos después, ya la fila no avanzaba.
Alejandro descubrió la causa de la «puesta en escena»: los revendedores, filtrados en diversos segmentos de la ansiosa fila, desplegaban su hegemónico mecanismo. Colábanse unos a otros, con envidiable espíritu «gremial».
Ansiosos, los de la cola protestaban ante quienes evidentemente eran trabajadores o responsables del teatro. Y estos respondían que eso no era problema de ellos. Lo suyo era vender.
Los revendedores «hicieron zafra», vendiendo entradas a diez veces su precio. Y se marcharon con su botín, porque a ellos qué les va a interesar un «gnomo» que canta de misterios, enigmas y complejos sentimientos.
El orden de la cola ya se había extraviado en un tumulto ansioso que empujaba. Se agotaron las entradas en taquilla, y los fieles a Varela, sobre todo quienes no tienen la astronómica suma para adquirir las revendidas, se fueron desilusionados.
En fin —dice Alejandro—, se quedaron sin entradas muchos de los seguidores del autor de Guillermo Tell y Como los peces. «Cómo nos gustaría tener una ballesta de justicia y flechar a unos cuantos de los que contribuyeron a aquel desastre. Y también alcanzar a quienes, con lo que no hacen, ponen un freno y un bloqueo interno que no nos permite avanzar hacia un futuro mejor», concluye.
El 8 de enero, el médico de la familia diagnosticó un soplo en el corazón a Lorena Rojas García, la hija de un año y tres meses de Cyara García y Lyan Rojas. En medio de su angustia, los jóvenes padres la llevaron al hospital pediátrico William Soler.
Allí encontraron un ángel en el doctor Alfredo Naranjo quien, tras los exámenes físicos, le indicó a la bebé una placa de tórax y un ecocardiograma. Le hicieron la primera, no así el segundo, por la intranquilidad de la nena.
De regreso a la consulta, el doctor Naranjo no estaba. Lo habían solicitado con urgencia en otra sala. Allí, entre tanta desesperación, se les acercó otro galeno, quien se interesó amablemente por el caso. Le hizo examen físico a la niña, que estaba dormida. Y un técnico, que ya concluía su jornada laboral, no obstante le hizo el ecocardiograma, por indicación del médico.
Al final, solo era un soplo funcional. Nada serio para la salud de la bebé y su desarrollo. Y la madre lloró también, pero de alegría. Le dieron un turno con el doctor Naranjo, para el seguimiento.
«El doctor Naranjo —afirman—, conocimos después, es uno de los más prominentes cirujanos de ese centro. Y el doctor Eugenio Selman, quien se acercó y nos atendió posteriormente, es nada más y nada menos que el mismísimo director del Cardiocentro infantil del William Soler. Él priorizó, por encima de su responsabilidad, su condición de médico y humanista.
«No podrá imaginarse la alegría y tranquilidad con que salimos del hospital. Era como si la niña hubiera vuelto a nacer. Queremos agradecer al técnico que le realizó el ecocardiograma por su amable atención; a los doctores Naranjo y Selman, al técnico de Rayos X, a la enfermera Ofelia. A todos, el agradecimiento profundo por la esmerada atención; y en especial al sistema de salud cubano, a la Revolución, que ha puesto a disposición de todos las tecnologías y el personal médico calificado y benefactor».