Acuse de recibo
Humberto Enríquez (Avenida 273, No. 16814, entre 168 y 180, Río Verde, Boyeros, La Habana) escribe en nombre de otros 15 pescadores que, como él, tienen atrapados sus barcos dentro de la desembocadura del río Guanabo, junto a la playa homónima, por un banco de arena que no les permite salir al mar.
Cuenta él que la arena cerró la circulación del agua del río hacia el mar. Y ellos, miembros de la base de pesca deportiva, conscientes de la degradación del ecosistema, han luchado por preservar y defender la vida de la zona, con vistas a desarrollar seriamente la pesca, razón de ser del puerto de Guanabo.
Varios factores dañaron la vida del río, afirma. Hace años llegaron al lugar brigadas de construcción, dinamitaron el espigón de Barlovento y se construyó la presa La Coca. Esto conllevó a que el río perdiera la fuerza hidráulica. También se construyó el reparto Peñas Altas, hasta que la vía fluvial quedó casi muerta.
Tal situación hizo que sus pequeñas embarcaciones quedaran prácticamente secuestradas dentro de un bolsón de agua. Humberto asegura que los trabajos de construcción no se realizaron técnicamente, pues no se tuvo en cuenta el daño que hoy se registra: al perder el río la fuerza hidráulica comenzó a cerrarse la boca del mismo, al extremo de que hoy están divididos aquel y el mar por unos 200 metros de arena. Y con el poblado, las aguas negras se vierten a un río que no tiene corriente, lo cual contamina la zona. Lo más peligroso es que el río estancado lo utilizan bañistas como zona de playa, sin sopesar el daño al que se exponen.
Ellos han solicitado ayuda a numerosas entidades estatales para que se drague esa muralla de 200 metros de arena, y no han recibido respuesta.
«Los pescadores de la zona somos contribuyentes de la economía, pues pagamos nuestros impuestos. Somos ojos de los Guardafronteras, vigilantes de la costa. Estamos muy afectados, no podemos salir a pescar, porque nuestras embarcaciones están atrapadas en el bolsón. Ya perdimos el convenio de pesca y venta con COMAR, distribuidora de las especies marinas que capturábamos y que el Estado vendía a la población. Por nuestra parte, estamos dispuestos a hacer lo que nos corresponda para darle solución al problema».
Cualquier semejanza con la realidad que sufren otros, no es pura coincidencia. Por eso reflejo hoy la queja de Lázaro O. Perdomo (Calle 78 No. 2302, entre 23 y 25, San Antonio de los Baños, provincia de Artemisa).
Cuenta él que un vecino suyo construyó una cochiquera a unos diez metros de su vivienda, pero a solo un metro de la de Lázaro. Está bien la crianza de esos gorditos, pero en el sitio adecuado, sin interferir en la salud y la paz ajenas; enfermedades, mal olor, ruido incesante…
«Mis padres son ancianos, subraya, y esas molestias interrumpen su sueño cada noche, no solo por el mal olor, sino también por el ruido, el “ronquido” de los puercos; además del perro cuidador de la cría que no deja de ladrar».
Lo más preocupante es que Lázaro ha formulado su queja en el área de Salud, en el departamento de Higiene Ambiental de la Dirección de Higiene y Epidemiología municipal, en Atención a la Población de Vivienda Municipal; en Atención a la Población del Gobierno municipal; en la Dirección de Planificación Física…. «Y no he tenido respuesta alguna, afirma. De una manera informal me han dado a entender que las personas pueden hacer en su propiedad lo que estimen conveniente. Pero yo sé que eso es cierto, siempre y cuando no causen molestias a otros vecinos y a la sociedad».
«Arreglados» estamos si quienes deben velar por las normas eluden el enfrentamiento a una queja de tal índole, y permiten que los cerditos duerman a solo un metro de dos ancianos.