Acuse de recibo
EL 2009 gatea, y brindo por que no extravíe el humanismo que irrumpió el 1ro. de enero de 1959. Llegan como tormentas dos historias, a las que no puedo cerrarles la ventana. Son casos que escapan al estándar, y no entran por la canalita. Son cuadros para mirar con lupa y corazón.
Carlos Parker es hijo único (46 años), vive en Ermita 112, apartamento 8, entre La Rosa y Tulipán, municipio capitalino de Plaza. Hace más de dos años que dejó su trabajo para cuidar a su padre de 81 años, encamado hace más de diez y ahora con cáncer; y a su madre, de 79, con Alzheimer.
Él ha hecho gestiones con Asistencia Social, para que lo categoricen como hijo cuidador, como esas madres a quienes el Estado cubano —en gesto único en este mundo— les paga un salario para que cuiden a sus niños discapacitados severos.
Trabajo y Seguridad Social municipal le contestó que no procede, pues «no se le puede considerar como cuidador, es un deber de hijo cuidar de sus padres; ni como el de las madres con hijos con discapacidad severa, ya que es de madres a hijos y no de hijos a padres». Es imposible acceder a ello, de acuerdo con lo establecido en la Ley 24 de 1979 de Seguridad Social. También señalan que el núcleo recibe de Asistencia Social 225 pesos mensuales.
Carlos agradece la ayuda, pero la vida no es fácil, aun con ello y las chequeras de jubilados de los ancianos, quienes generan gastos de medicamentos y alimentación. Y él como padre debe contribuir a la manutención de sus dos hijos.
El cuadro se complica. Carlos ya siente el agotamiento físico y psíquico, y requiere de un asistente geriátrico que le complemente. Por la calle, es difícil conseguir alguien que realice o comparta labor tan abnegada. Si aparece, exige más dinero del que puede ofrecer. Está anulado laboralmente, y le afectará, pues el tiempo que lleva consagrado a sus padres no cuenta para su jubilación, cuando pueda reincorporarse al trabajo, quién sabe cuándo. Carlos no ve muy claro su futuro.
Otro caso es el de Miguel Blas González (calle Chiqui Pedraza 11 Norte, Santa Clara): profesor del Instituto Superior de Ciencias Médicas de esa ciudad, convive con su mamá, de 87 años, postrada; y una tía de 84, con demencia senil. En septiembre de 2007, solicitó a Asistencia Social le adjudicaran una trabajadora social a domicilio, para cuidar a las ancianas, y él laborar. Se lo denegaron con el argumento de que, con su salario, podía contratar a alguien. Con aprietos, él y su hermano lograron contratar a personas para atender a las dos mujeres; pero en junio del 2008 se fue la última, dado el empeoramiento de salud de la madre y el incremento de la demencia senil de la tía.
Miguel volvió a Asistencia Social, y accedieron a contratar estatalmente a alguien para ese trabajo. Pero nadie estuvo dispuesto a acceder a la plaza, pues debe cargar a su madre, que pesa 159 libras, y atender a su tía con la mente extraviada. Tuvo él que pedir licencia sin sueldo en su trabajo, pues su hermano sufrió un infarto cardíaco y no puede hacer fuerza. Desde septiembre de 2008, Miguel no percibe ingresos. La única entrada allí son los 242 pesos de la jubilación de su mamá. Presentó a Asistencia Social certificados y resúmenes de historias clínicas, para que le otorguen la condición de cuidador. Pero ha sido imposible.
Ha contado con la ayuda monetaria del hermano, compañeros de trabajo y amigos; pero piensa que esa no es la solución. Paga 102,40 pesos mensuales al Banco por equipos eléctricos; 65 por la electricidad, 60 por medicamentos para las ancianas, sin contar otros gastos imprescindibles.
Encontrar a alguien para tarea tan sacrificada es impensable para Miguel; si apareciera, el pago que exigiría sobrepasaría su posibilidad. Tampoco es fácil acceder a un asilo: la demanda supera con creces la oferta; y un anciano con demencia senil no clasifica allí.
Miguel pregunta si haber laborado 32 años, sin abandonar el aula, no le vale en esta encrucijada; si no hay una variante de solución para casos como el suyo, que no son pocos en el país.
Los de hoy son dos casos para no dar la espalda. Está claro que Asistencia Social se rige por lo que está establecido legalmente. Pero la vida es más fuerte en su evolución y las normas envejecen también, como Cuba envejece: cada vez hay más ancianos; y surgen nuevos problemas, a los que no debe escapar nuestra gran Asistencia Social: Sin excesos, pero sin inflexibilidad. Con la lupa del corazón.