Acuse de recibo
Ya no sé qué hacer con la hiperdecibelia que nos invade como una pandemia, sin antídotos ni terapias intensivas de las instituciones, que deben velar por la paz y la tranquilidad de los ciudadanos. Porque música hay y habrá, con reproductores elevados a costa de la tecnología, pero es imprescindible regularla. ¿Se regulará algún día?
Hasta ahora, las constantes cartas a esta sección me dicen que el tema de la contaminación sonora no está en las prioridades de las instituciones que, desde distintos ángulos, deben velar por la salud ciudadana. Ese es un problema soslayado y postergado, en el cual casi nadie quiere detenerse y complicarse. Algo así como oídos sordos, a costa de tanto ruido y volumen.
Pero como soy duro de pelar, insisto una y otra vez. Ahora me pongo en el pellejo, más bien en los oídos, de Michel Fernández Pérez y su familia, quienes residen en la calle 18 número 117, apartamento 3, entre 1ra. y 3ra., Miramar, municipio capitalino de Playa.
Refiere Michel que el pasado 8 de diciembre, el centro Icemar, del Ministerio de Educación —colindante con su edificio—, tenía una actividad con una orquesta en vivo, a un nivel tan alto de sonido de la música, que ni con las ventanas cerradas de la casa se podía estar tranquilo. Era insoportable. Ni siquiera podían atender las llamadas telefónicas. No oían, sencillamente.
Michel fue a Icemar a solicitar que bajaran un poco el audio. Y lo recibió el jefe de Servicios, quien, ante la petición del vecino de ver al director de la institución, entró para al momento retornar y decirle que este le había comunicado que no podía bajar la música. La razón fue «porque así era como había que hacer la actividad».
Michel no se conformó e insistió en ver al director. El jefe de Servicios volvió adentro y retornó inmediatamente para decirle que el director no podía verle porque estaba atendiendo una visita de la Empresa. Y le transmitió que él era libre de quejarse donde quisiera, y de llamar a quien quisiera, pero no se iba a bajar el volumen.
Recuerda el remitente que en los cinco años que lleva viviendo allí, no es la primera actividad festiva que realiza Icemar. Y en muchas ocasiones, ante la solicitud de bajar el volumen, los dependientes y otros trabajadores se han mostrado cooperativos, y han accedido. O han puesto las bocinas en otra dirección, para que el sonido no fuera directamente al edificio de los vecinos.
«Sé que existen regulaciones sobre el tema de los ruidos —manifiesta Michel—, sobre las horas y días, pero en este caso me sentí totalmente impotente ante la falta de sensibilidad del director».
Y pregunta:
«¿Qué puedo hacer cuando se haga otra actividad de ese tipo? ¿Tengo alguna opción, alguna autoridad ante la cual quejarme, o solo me queda esperar a que concluya la actividad y que ese día mis hijos se duerman a las 12 de la noche, aunque al siguiente día tengan que ir a la escuela y el círculo infantil?».
«Juárez dijo que el respeto al derecho ajeno es la paz —sostiene Michel—, y ese día sentí mi derecho pisoteado. Recordé a Maceo, cuando dijo que los derechos no se mendigan, sino que se conquistan con el filo del machete. Pero como nuestra Revolución ha avanzado mucho en crear una cultura de la civilidad y de la solución de conflictos de forma no violenta, preferí escribir a su sección, para que los implicados se sientan precisados a responder ante el peso de la opinión pública revolucionaria, y evitar que se vuelvan a producir hechos lamentables como este».
Al final, una vez más uno se pregunta hasta cuándo los ciudadanos estarán sufriendo los desmanes sonoros, ya sean de una institución o de vecinos. El problema ha ido acumulándose en el inventario de inquietudes insatisfechas, a pesar de que en este país, y específicamente en la capital, hay regulaciones acerca de la contaminación sonora.
Cada vez que un ciudadano se queja por la transgresión de las normas de convivencia, y las autoridades pertinentes no obran para respaldarle y sellar el conflicto, se está dejando el escenario a los instintos y desmanes que pueda traer la desesperación y la impunidad. A la indisciplina y la violencia. ¿Por qué?