Acuse de recibo
Las irresponsabilidades resultan muy caras, en un país con tantas dificultades materiales. Lo triste de todo es que al final no las paga el que las comete, sino el que sufre las secuelas de lo que no se hizo a tiempo, o no se hizo bien.
En el edificio donde vive, Aguiar 211, entre Empedrado y Tejadillo, en La Habana Vieja, Javier Pérez teme pagar con su vida. Cada vez que llueve, mira hacia los altos presagiando una desgracia.
El inmueble tiene cuatro viviendas, una en cada piso. Y el matrimonio que vivía en la última planta, se divorció y cada uno cogió su camino en 1982. Desde entonces, aquella casa abandonada y deshabitada se convirtió en una amenaza para los vecinos, especialmente para Javier, que vive en la tercera planta: rajaduras de la fachada y filtraciones cada vez que llueve.
La situación se agravó en el 2000. Y fue cuando una brigada de Demoliciones laboró en el edificio, tumbó parte de la fachada y los muros de la azotea. Y dejó los escombros en dicha azotea, aun cuando la orden de trabajo y el pago del mismo incluía el retiro de los mismos.
Durante ocho años esos escombros han permanecido allí, como un monumento a la indolencia, y la víctima fundamental ha sido la vivienda de Javier. Cada vez que llueve, se desatan las filtraciones. Ya él ha perdido un refrigerador y un televisor. Y gestiones no han faltado en las direcciones Municipal y Provincial de la Vivienda.
En una ciudad con tantos problemas habitacionales, es un crimen para Javier el haber tenido tantos años una vivienda deshabitada, y haberla perdido. Pero ahora el edificio mismo, y especialmente la casa del joven, son las principales víctimas de la irresponsabilidad. ¿A qué habrá que esperar?
Impermeables a los reclamos...Otra historia de abandono imperdonable es la que cuenta Teresa Cárdenas Ferrer, de Calle Cuarta, entre Séptima y Carretera a Camajuaní, Reparto Universitario, en la ciudad de Santa Clara:
El pasado 12 de julio una brigada —no especifica de qué entidad— comenzó los trabajos de impermeabilización del techo de dos edificios biplantas, uno de ellos donde reside Teresa. El cambio de techo en uno de los dos se hizo con rapidez y calidad. Al otro, el de Teresa, le retiraron la vieja cubierta solamente. E informaron a los vecinos que debían esperar tres días de sol fuerte, para poder asumir la impermeabilización.
Pero... «no sé cuántas veces vimos llegar los famosos tres, cuatro y hasta siete días de sol fuerte, sin que vinieran a ejecutar el trabajo. Siempre que llamábamos nos daban una respuesta, o nos hacían un cuento diferente», manifiesta Teresa.
Y, como esperaban, llegaron las lluvias y la temporada ciclónica: «Nuestras casas se mojan completamente. Empapados y con la impotencia de ver cómo nuestras pertenencias se echan a perder día tras día», afirma.
Las gestiones han llovido, así como las filtraciones, en el Puesto de Mando del Poder Popular. Todo el mundo conoce lo que están pasando.
Aun así, a fines de septiembre volvieron los constructores y reanudaron los trabajos. Habían transcurrido cuatro días de sol, pero escogieron para recomenzar uno que ya Meteorología había pronosticado como de chubascos para la región central. Como se esperaba, con el aguacero, el chapapote impulsado por la lluvia comenzó a mancharlo todo a su paso... Llovió varios días y, como siempre, el sol salió al fin, pero no volvieron. Volvió a pronosticarse lluvias... No escampa la agonía de esos vecinos.
«Esta situación también es conocida por todos los implicados en la impermeabilización de nuestros techos, refiere. No queremos que una de las respuestas sea que desconocían tal situación. ¿Quién paga todo lo que se me ha echado a perder por las aguas y los materiales que ellos colocaron y hay que volverlos a aplicar? ¿Quién paga por la afectación sicológica que vivimos, por los gastos tan elevados de electricidad que tenemos, por estado de humedad de la cablería que incrementa el consumo?».
Muy triste: los elevados costos de la irresponsabilidad no los sufragan esos ejecutores ya impermeables a toda lógica y razón.